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¿EXISTIÓ HOMERO?

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Homero era un misterio incluso para los griegos arcaicos. Los relatos de su vida —conocidos como «Vidas de Homero»— son completamente ficticios, creados a partir de situaciones y personajes de las obras —por ejemplo, que sea ciego, como Demódoco— y muchas posibles conjeturas, porque para cuando los poemas se convirtieron en textos fijados por escrito, ya existía una amplia leyenda desarrollada en torno a la figura de Homero13.

La primera mención a Homero que conservamos es la noticia de que Teágenes de Regio, hacia el 520 a. C., «fue el primero que investigó sobre la poesía de Homero, su linaje y su datación»14, y Heródoto nombra por primera vez la Ilíada y la Odisea como obras de Homero15. En cuanto a su producción, parece que en origen se le atribuyeron muchos otros poemas y puede que el nombre fuera aplicado a todas las composiciones preservadas por los «homéridas», un grupo cerrado de rapsodos —recitadores de fragmentos breves de poesía épica, aprendidos a partir de textos escritos, sin acompañamiento musical—, que se consideraban descendientes del poeta, aunque en época de Jenofonte ya solo se le atribuían la Ilíada y la Odisea. Los griegos, entonces, creían sin dudarlo en un poeta llamado Homero, procedente probablemente de Quíos16.

En la actualidad, las posibilidades son varias. La más radical y menos respaldada consiste en negar su existencia. West (2014: 1) comienza su reciente trabajo sobre la Odisea con esta declaración: «La Odisea [...] es la obra de un único poeta (‘Q’).» Y continúa (p. 43): «En algún momento, la Odisea y la Ilíada fueron asumidas por los homéridas, que las consideraron como obras de su legendario ancestro Homero. Y cuando, en el año 522 a. C., Hiparco instituyó la representación oficial de los dos poemas en las grandes panateneas, fue bajo el nombre de Homero. Pero la Odisea era ochenta o cien años anterior» [traducción y cursivas nuestras].

La mayoría de autores, sin embargo, empujados por razonamientos filológicos o históricos y también por el enorme peso cultural de la palabra «Homero», lo consideran una figura histórica. Pero ni creyéndolo así, hay acuerdo en cuanto a su fecha probable, del poeta y de los poemas. Los criterios en los que se apoyan las distintas hipótesis son fundamentalmente lingüísticos, pero también se basan en fuentes externas, en la relación con otros textos épicos, en las referencias internas de los poemas y en la fecha de adopción de la escritura y su aplicación. Este último criterio es importante, porque es casi impensable suponer que, si situamos a Homero en el siglo VIII a. C., se pudiera mantener su obra casi intacta durante dos siglos de tradición oral, hasta el siglo VI a. C., fecha en la que datamos la primera referencia a una copia por escrito de los poemas homéricos.

A partir de todas estas consideraciones, la datación de «Homero» puede ser temprana: siglo IX (así, por ejemplo, Ruijgh 1995) o la más extendida de la segunda mitad del siglo VIII 17 o más intermedia, como la propuesta de West (2014: 1-2), quien data el poema en el último tercio del siglo VII18. Por último, otros autores la retrasan hasta mediados del siglo VI a. C., con la redacción promovida por intereses políticos por el tirano Pisístrato de Atenas (ca. 607-527 a. C.) y debida a un autor jonio (Signes 2004). A esta propuesta hay que añadir la teoría evolucionista de Nagy (1996), que considera los poemas homéricos como una tradición en continua evolución, más estable a medida que avanzaba en el tiempo, desde la etapa exclusivamente oral en el segundo milenio hasta la fijación definitiva por escrito en época alejandrina.

Como acabamos de ver, la cuestión homérica dista mucho de estar resuelta. Tomar una postura u otra requiere no solo una vastísima erudición, sino probablemente también despojarse de todos los prejuicios filológicos, estéticos o culturales, una labor quizá más ardua que la primera.

Con el único fin de agilizar esta Introducción, en lo sucesivo hablaremos de «Homero» como el autor de la Odisea y partiremos del supuesto de que el poema épico en la forma escrita que nos ha llegado es el resultado de la labor poética de ese autor, a partir de un material tradicional cuyas raíces se sitúan en la segunda mitad del segundo milenio, y que ha ido adaptándose a las necesidades creativas y de representación de cada momento y lugar de su historia, especialmente durante la época arcaica (siglos VIII-VI a. C.), hasta quedar fijado en la escritura en una copia de la que deriva, en mayor o menor grado, el texto griego del que ahora disponemos.

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