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La religión

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Los dioses homéricos son antropomorfos: físicamente son como seres humanos (aunque no suelen aparecer con su propio aspecto, sino transformados en mortales comunes), y también tienen sus mismos principios morales. Así, Atenea se siente satisfecha al reconocer que «ambos [Ulises y ella] sabemos de artificios» (XIII 295-296). Lo que diferencia a las divinidades de los hombres es su inmenso poder y una extrema libertad de acción, no sometida a casi nada más que a sus propios caprichos. En ese sentido, los hombres deben no ofenderles en su poder (falta que en griego recibe el nombre de hýbris, cuya traducción más aproximada es ‘soberbia‘) e intentar agradarles por todos los medios posibles con su comportamiento y con sus ritos, como las plegarias y los sacrificios. Ambos elementos son escenas típicas (véase más adelante) en la narrativa homérica, practicados por todos los personajes, a título individual o colectivo, porque no hacerlo supone atraer la ira divina.

El hombre piadoso ha de cuidar de la piedad de sus actos, pues el castigo de los dioses ofendidos puede ser terrible, como Ulises experimenta por la ira de Poseidón. Los dioses castigan faltas contra ellos, pero también faltas contra los hombres, como en el caso de la hospitalidad, que es asunto de derecho, de moral y de religión, dimensiones a menudo mezcladas en Homero.

Pero no todo estaba regulado en relación con el comportamiento hacia los dioses. Su voluntad permanece a menudo oculta y, para desvelarla, cuenta el hombre homérico con los adivinos. En la Odisea aparecen dos tipos de adivinos: unos míticos, como Proteo para Menelao (IV 450-579) y Tiresias para Ulises (XI 90-136); ambos revelan a los héroes la falta cometida y, en el caso de Proteo, el modo de aplacar a Zeus. Pero también hay dos mortales corrientes que practican la adivinación, Haliterses (II 157) y Teoclímeno (XV 223), que son considerados «artesanos» (demioergoí, XVII 383-384), el primero «relevante en la ciencia / de las aves y en dar solución a sus signos y agüeros» (II 159-160), mientras el segundo recita la única profecía visionaria en los poemas (XX 350-355), frente a los demás casos de adivinación humana, siempre por señales (aves, prodigios). Es este un fragmento cargado de profundo simbolismo, con imágenes propias de creencias populares relacionadas con la muerte: noche, sollozos, sangre, niebla. Notemos, ya para finalizar, que en los poemas homéricos no hay más que una referencia escueta a la principal fuente de adivinación para los griegos arcaicos y clásicos: el oráculo de Delfos (VIII 79-82) que consultara Agamenón antes de la guerra.

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