Читать книгу Narrativa completa - Говард Лавкрафт, Говард Филлипс Лавкрафт, H.P. Lovecraft - Страница 10

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La dulce Ermengarde7

I. Una simple chica de campo

Ermengarde Stubbs era una joven rubia hermosísima, hija de Hiram Stubbs, granjero y contrabandista de licor, pobre pero honrado, oriundo de Hogton, Vermont. En principio, su nombre completo era Ethyl Ermengarde, pero su padre la convenció para que no usara su primer nombre a partir de la creación de la Decimoctava Enmienda, alegando que le causaría sed pues le recordaría el alcohol etílico (C2H3OH). El destilado propio de Stubbs era, sobre todo, de alcohol metílico o de madera (CH3OH).

Ermengarde decía tener dieciséis primaveras y calificaba de calumnias las afirmaciones que le atribuían treinta años. Poseía grandes ojos negros, una destacada nariz romana, pelo rubio que nunca oscurecía en las raíces —a no ser que la farmacia local estuviera corta de suministros— y una constitución hermosa pero vulgar. Medía alrededor de un metro setenta de alto, pesaba cerca de cincuenta y dos kilos en la báscula de su padre —y también en las demás— y era reconocida como la más hermosa por todos los galanes del pueblo que admiraban la granja de su padre y saboreaban su producción de licor. Dos vehementes amantes deseaban en matrimonio a Ermengarde. El caballero Hardman, que mantenía una hipoteca sobre la antigua casa de Stubbs, era muy rico y aún más viejo. De tez morena y apariencia cruel, montaba siempre a caballo y nunca soltaba la fusta. Durante mucho tiempo había cortejado a la dulce Ermengarde y ahora su deseo se había elevado hasta alturas febriles, ya que había descubierto que debajo de las humildes tierras del granjero Stubbs había una rica veta de ¡¡ORO!!

—¡Ajá! —se dijo—, tengo que seducir a esa joven, antes de que su padre se entere de esa sorprendente riqueza ¡y sumaré mi fortuna a otra aún mayor! —y comenzó a frecuentarlos dos veces por semana, en vez de una sola como había hecho hasta ese momento.

Pero, para mala suerte de los siniestros deseos de este infame, el caballero Hardman no era el único pretendiente de la bella joven. Muy cerca del pueblo vivía un segundo pretendiente… el apuesto Jack Manly, cuyos ondulados cabellos dorados habían atrapado el amor de la dulce Ermengarde cuando ambos eran solo un par de niños en la escuela del pueblo. Jack había tardado mucho tiempo para confesarle su pasión a la chica, pero un día, mientras paseaba junto a Ermengarde por un sendero sombreado cerca del viejo molino, había reunido el valor para exponer a la luz aquello que guardaba dentro de su corazón.

—¡Oh, luz de mi vida! —le dijo—. ¡Mi espíritu está agobiado de tal forma que me veo obligado a hablar! Ermengarde, mi ideal (aunque lo que en realidad dijo fue idea), la vida se ha tornado en un sin sentido sin tu presencia. Amada de mi corazón, observa cómo este interesado muerde el polvo por ti. ¡Ermengarde, oh, Ermengarde, levántame y déjame ver el séptimo cielo diciéndome que serás mía algún día! Es cierto que soy pobre, ¿pero es que no soy lo bastante joven y fuerte como para hacerme camino hacia el éxito? Es lo único que puedo prometerte, mi querida Ethyl… quiero decir, Ermengarde… mi única, mi más hermosa…

Aquí hizo una pausa para secarse los ojos y limpiarse la frente, cosa que la bella aprovechó para contestarle:

—Jack… mi ángel… al fin… quiero decir... ¡esto es tan inesperado y tan sorprendente! No hubiera imaginado que alguien como tú guardara tales sentimientos hacia un ser de tan poca importancia como la hija del granjero Stubbs… ¡pero, si no soy más que una niña! Tu nobleza natural es tanta que yo había temido… quiero decir… que no te hubieras fijado en mis discretos encantos y que fueras a buscar fortuna en la gran ciudad, y allí conocieras y te casaras con una de esas exquisitas damas a las que vemos brillar en las revistas de moda. Pero Jack, como yo te correspondo en sentimientos, dejemos a un lado todo este rodeo innecesario. Jack, querido mío, mi corazón quedó prendado del tuyo hace mucho tiempo por tus grandes virtudes. Siento un enorme afecto por ti, considérame tuya y asegúrate de comprar el anillo en la tienda de Perkins que tiene bellos diamantes de imitación en su escaparate.

—¡Ermengarde, amor mío!

—¡Jack, mi adorado!

—¡Querida mía!

—¡Amor mío!

—¡Mi bien!

II. Y el villano aún la persigue

Pero este tierno instante, sacralizado por su intensidad, no había pasado inadvertido a ciertos ojos depravados, ya que escondido entre los matorrales y rechinando sus dientes de rabia estaba el infame ¡caballero Hardman! Cuando finalmente, los amantes se alejaron paseando, salió al camino retorciendo frenéticamente sus bigotes y su fusta y le lanzó un puntapié a un gato que pasó justo en ese momento y que era totalmente inocente de todo aquel tema.

—¡Malditos! —gritó (Hardman, no el gato)—. ¡Estoy viendo cómo se alteran mis planes de apoderarme de esa granja y esa chica! ¡Pero Jack Manly no me ganará! ¡Yo soy un hombre con poder… ya veremos!

Así que fue a la humilde granja de Stubbs, donde halló al dulce padre en su destilería clandestina, aseando las botellas bajo la supervisión de la encantadora madre y esposa, Hannah Stubbs. El infame fue directamente al grano y dijo:

—Granjero Stubbs, desde hace mucho tiempo siento un tremendo amor por su tierno retoño, Ethyl Ermengarde, la pasión me consume y deseo pedir su mano. Siendo como soy una persona de pocas palabras, no voy a perder el tiempo con eufemismos. ¡Entrégueme a la chica o hago efectiva la hipoteca y me haré dueño de sus propiedades!

—Pero, señor —se defendió el desconcertado Stubbs, mientras su sorprendida esposa no hacía sino sofocarse.

—Estoy convencido de que el amor de la chica es para otra persona.

—¡Ella tiene que ser mía! —se rio con aspereza el indigno caballero.

—Ya haré yo que me ame… ¡nadie se opone a mi voluntad! ¡O se convierte en mi esposa o la granja cambiará de manos!

Y con una venenosa carcajada y un floreo de su fusta, el caballero Hardman se esfumó en la noche. Apenas se marchó, llegaron por la puerta de atrás los felices enamorados, deseosos de compartir con el matrimonio Stubbs su recién revelada felicidad, ¡Imaginen la absoluta consternación que se produjo cuando se supo lo ocurrido! Las lágrimas se derramaban como la cerveza, hasta que Jack se acordó que él es el héroe y levantando su cabeza expresó en tono debidamente viril:

—¡Nunca la bella Ermengarde será ofrecida en sacrificio a ese animal mientras yo viva! ¡Yo la cuidaré… es mía, mía, mía… y mía! ¡No tengan miedo, queridos padre y madre, que yo los cuidaré siempre! ¡Mantendrán intacto su viejo hogar (aunque, por cierto, Jack no sentía mucho agrado hacia la producción de Stubbs) y llevaré a la iglesia a la hermosa Ermengarde, la más encantadora de las mujeres! ¡Al infierno con ese maldito caballero y su podrido oro! ¡Iré a la gran ciudad y reuniré el dinero para ayudarlos y cancelar la hipoteca antes de que esta se venza! Adiós querida mía… te dejo con lágrimas en los ojos, ¡pero regresaré para pagar la hipoteca y reclamar tu mano!

—¡Jack, mi ángel!

—¡Ernie, mi dulce amor!

—¡Eres el más adorable!, ¡Querido!… y no te olvides del anillo de Perkins.

—¡Oh!

—¡Ah!

III. Un acto detestable

Pero el atrevido caballero Hardman no era un hombre fácil de vencer. Cerca del pueblo existía un poco respetable asentamiento de chozas sucias, poblado por una chusma perezosa que vivía del robo y otros virtuosos oficios por ese estilo. Allí, el desalmado caballero empleó dos secuaces… tipos de mal aspecto que, por supuesto, no eran caballeros. Y a media noche, los tres irrumpieron en la granja de Stubbs y raptaron a la dulce Ermengarde, confinándola en una destartalada choza, bajo la vigilancia de una horrenda y vieja arpía llamada Madre María. El granjero Stubbs estaba destrozado y hubiera publicado anuncios, de no haber tenido un precio de un centavo por palabra. Ermengarde tenía un carácter firme y nada lograba hacer variar su negativa de casarse con el villano.

—Ajá, mi arrogante belleza —le dijo él—. ¡Ahora estás en mi poder y más pronto que tarde someteré tu voluntad! ¡Mientras tanto, piensa en tus pobres y viejos padres, vagando sin techo por el campo con el corazón roto!

—¡Oh, déjelos en paz, déjelos en paz! —rogó la doncella.

—Jamaaaás… jajajajajaja —se reía el villano.

Así transcurrían los días sin esperanza alguna, mientras, sin saber nada de lo ocurrido, el joven Jack Manly buscaba fama y fortuna en la gran ciudad.

IV. Sutil villanía

Un día, mientras el caballero Hardman estaba descansando en el salón al frente de su costosa y palaciega mansión, entregado a sus juegos favoritos de hacer chirriar los dientes y blandir su fusta, se le ocurrió un pensamiento brillante y maldijo la figura de Satanás que tenía sobre su repisa de ónice.

—Me maldigo —gritó—. ¿Por qué estoy perdiendo el tiempo con esa joven cuando puedo tener la granja mediante un sencillo embargo? ¡No lo había pensado! ¡Puedo olvidarme de la chica, obtener la granja y casarme con cualquier hermosa dama de la ciudad, como esa primera actriz de la compañía de variedades que se presentó la semana pasada en el teatro del pueblo!

Y, fue hasta la choza, le pidió disculpas a Ermengarde, la dejó ir a casa y regresó a la suya, a pensar en nuevos crímenes y a crear nuevas formas de maldad. Los días transcurrían y los Stubbs estaban cada vez más preocupados según se acercaba la pérdida de su casa sin que nadie fuera capaz de solucionarlo. Pero, un día, un grupo de cazadores de la ciudad llegó a los terrenos de la vieja granja y uno de ellos descubrió ¡¡el oro!! Escondiendo el hallazgo a sus compañeros, aparentó haber sido mordido por una serpiente y fue hasta la granja de los Stubbs a buscar el remedio habitual en esos casos. Ermengarde fue quien abrió la puerta y lo vio. Él también la vio a ella y en ese mismo instante, decidió obtener tanto el oro como a la chica.

—Por mi vieja madre que voy a lograrlo! —se dijo para sus adentros—. ¡Ningún sacrificio será excesivamente grande!

V. El tipo de ciudad

Algernon Reginald Jones era un cultivado hombre de mundo, oriundo de la gran ciudad y en sus delicadas manos, nuestra pobre y joven Ermengarde no era más que una niña. Uno casi podía creerse aquello de que tenía dieciséis años. Algy se movía con rapidez y sin torpezas. Él tendría que haberle enseñado a Hardman un par de cosas en lo tocante a seducción. Tan solo una semana después de haber ingresado al círculo familiar de los Stubbs, en el que se movía como la serpiente que era, ¡ya había convencido a la heroína para que se escapara con él! Ella se fue a media noche, dejando una nota a sus padres, oliendo el familiar puré de patatas por última vez y dando su último beso de despedida al gato… ¡mal proyecto! En el tren, Algernon se quedó dormido y recostado del asiento, y un papel se cayó por accidente de su bolsillo. Ermengarde se dejó llevar por sus derechos de prometida, agarró la hoja doblada y leyó su aromático contenido… y ¡Oh, fatalidad! Estuvo a punto de desmayarse ¡Era una carta de amor de otra mujer!

—¡Pérfido mentiroso! —susurró, hablándole al dormido Algernon

—¡Así que esto es lo que importa para ti tu tan jurada y prometida fidelidad! ¡Tú y yo hemos terminado para siempre!

Y, después de decir esto, lo lanzó por la ventana y se apoyó en busca de un reposo que necesitaba de verdad.

VI. Sola en la gran ciudad

Cuando el escandaloso tren llegó a la oscura estación de la ciudad, la pobre e indefensa Ermengarde se hallaba sola y sin dinero suficiente como para volver a Hogton.

—Oh, ¿Por qué? —suspiraba llena de inocentes remordimientos—. ¿Por qué no le quitaría la cartera, antes de lanzarlo por la ventana?, ¡Bueno, ya me las arreglaré! ¡Me han dicho tantas cosas de la ciudad que con facilidad ganaré lo suficiente como para regresar a casa e inclusive para pagar la hipoteca!

Pero ¡ay de nuestra heroína!… no era nada fácil para un inexperto hallar un trabajo, así que al transcurrir una semana, se veía obligada a dormir en las sillas de los parques y a buscar comida en la basura. Una vez, un tipo astuto y malintencionado, notando lo desamparada que estaba, le ofreció trabajo en un degenerado cabaret de moda, pero nuestra heroína era fiel a sus valores campesinos y se negó a trabajar en aquel dorado y resplandeciente palacio de frivolidad… sobre todo, porque solo le ofrecieron tres dólares a la semana, con comida, pero sin habitación. Trató de hallar a Jack Manly, su antiguo amante, pero fue incapaz. Además, quizá no la hubiera reconocido, ya que a causa de la pobreza se había tornado morena y Jack no la había visto de ese modo desde los días de la escuela. Una noche se encontró un monedero, vacío pero lujoso, y después de verificar que no guardaba gran cosa, se lo devolvió a la rica mujer al que pertenecía de acuerdo con un escrito que había adentro. Más sorprendida de lo que se puede narrar ante la honestidad de aquella pobre vagabunda, la aristocrática señora Van Itty apadrinó a Ermengarde, para reemplazar a su pequeña que le habían robado muchos años atrás.

—Se parece a mi hermosa Maude —suspiró, notando como el pelo oscurecido se tornaba casi rubio.

Así, las semanas fueron pasando, con los viejos llorando en la casa añorando sus cabellos y el malvado caballero Hardman sonriendo diabólicamente.

VII. Final feliz

Un día, la rica heredera Ermengarde S. Van Itty, empleó a un segundo chofer asistente. Le llamó la atención algo conocido en su cara, lo miró de nuevo y se quedó boquiabierta. ¡Ah! ¡Pero si era el desleal Algernon Reginald Jones, a quien había lanzado por la ventana aquel fatídico día! Había sobrevivido… lo cual era evidente. Se había casado con una mujer y esta se escapó con el lechero y todo el dinero de la casa. Ahora, absolutamente arruinado, le contó con arrepentimiento a nuestra heroína su historia y le reveló toda la verdad del oro de la granja de su padre. Emocionada más allá de lo que podría narrarse, le subió a un dólar su salario mensual y decidió terminar de una vez, con esa insatisfecha necesidad de acabar con las preocupaciones de sus ancianos padres. Así que, un día brillante, Ermengarde fue en coche a Hogton y llegó hasta la granja, justo en el momento que el caballero Hardman estaba ejecutando el embargo y ordenando el desalojo de los ancianos.

—¡Detente, despreciable! —gritó ella batiendo un inmenso rollo de billetes—. ¡Al fin eres detenido! Aquí está tu dinero… ¡lárgate ahora y no regreses nunca a deshonrar la humilde puerta de nuestra casa!

Se produjo una gran alboroto, mientras Hardman retorcía su mostacho y su látigo, lleno de molestia y frustración. ¡Pero alto! ¿Qué ocurre? Suenan unos pasos en el viejo camino de grava y ¿quién aparece? Nuestro héroe, Jack Manly… ruinoso y harapiento pero con su rostro radiante. Al ver al vencido villano le dijo:

—Caballero… ¿no podría prestarme algo? Acabo de regresar de la ciudad con mi hermosa prometida, la bella Bridget Goldstein y necesito algo para comenzar en la vieja granja. Luego, dirigiéndose hacia los Stubbs, pidió perdón por su incapacidad de pagar la hipoteca tal como lo había ofrecido.

—No tiene importancia —le dijo Ermengarde—, ahora somos gente próspera y sería pago suficiente que te olvidaras para siempre de nuestras locas fantasías de infancia.

Durante todo ese tiempo, la señora Van Itty estuvo sentada en el coche esperando a Ermengarde, pero, observando desinteresadamente el afilado rostro de Hannah Stubbs un recuerdo adormecido surgió de las profundidades de su cerebro. Luego, le llegó una imagen de golpe y le gritó a la matrona campesina acusadoramente:

—¡Tú… tú… Hannah Smith… yo te conozco! ¡Hace veintiocho años eras la niñera de mi hija Maude y me la robaste de su cuna! ¿Dónde, dónde está mi hija? —en ese momento, la respuesta brilló como un rayo en el cielo tenebroso.

—Ermengarde… tú dices que es tu hija… ¡pero ella es la mía!… El destino me devolvió a mi amada niña ¡mi pequeña Maude! Ermengarde… Maude… ¡¡¡Ven hacia los amorosos brazos de tu madre!!!...

Pero Ermengarde tenía otras cosas más importantes en qué pensar. ¿Cómo sostener aquella ficción de los dieciséis años si la habían robado hacía veintiocho? Y... si no era la verdadera hija de Stubbs, el oro nunca sería suyo. La señora Van Itty era rica, pero el caballero Hardman era aún más rico. Así que, acercándose al derrotado villano, lo condenó al último y más horrible castigo.

—Caballero, querido —murmuró—. He pensado en todo este asunto. Yo te amo a ti y a toda tu ingenuidad. Cásate conmigo o... te condenarán por el secuestro del año pasado. Ejecuta ya esa hipoteca y goza a mi lado del oro que tu talento descubrió. ¡Vamos, querido!

Y el pobre tipo le obedeció.

Sweet Ermengarde: escrito entre 1919 y 1921. Publicado en 1943 de manera póstuma.

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