Читать книгу Narrativa completa - Говард Лавкрафт, Говард Филлипс Лавкрафт, H.P. Lovecraft - Страница 14

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La declaración de Randolph Carter11

Señores, les repito que su interrogatorio es inútil. Si quieren, enciérrenme para siempre. Si necesitan una víctima para fabricar la ilusión de eso que llaman justicia pueden ejecutarme; pero no puedo decir nada más de lo que ya he dicho. Todo lo que recuerdo lo he contado con absoluta verdad. No he ocultado nada y tampoco he cambiado nada. Si algo continúa siendo poco claro, se debe a esa nube oscura que ha invadido mi cabeza... A esa nube y a la confusa naturaleza de los sucesos que cayeron sobre mí.

Les repito que no sé qué ocurrió con Harley Warren, aunque creo y espero que haya encontrado la paz y el olvido, si es que existen en alguna parte. Es verdad que durante cinco años fui su amigo y que compartí buena parte de sus espantosas investigaciones sobre lo desconocido. Aunque mi memoria no es tan precisa como quisiera, no niego que ese testigo suyo pueda habernos visto juntos a las once y media de aquella terrible noche como él dice, dirigiéndonos hacia Big Cypress Swamp por el camino de Gainsville. Tampoco tengo problemas al añadir que llevábamos linternas eléctricas, azadas y un rollo de alambre junto a diversos instrumentos, ya que esos objetos representaron un papel que ha quedado grabado de un modo imborrable en mi trastornada memoria. Pero de lo que siguió, y de las razones por las que me encontraran solo y aturdido a orillas del pantano al día siguiente, insisto en que solo recuerdo lo que ya les he contado una y otra vez. Ustedes dicen que no hay nada en ese lugar ni cerca de él que pudiera justificar tan increíble episodio. Les repito que no sé nada más aparte de lo que vi. Pudo haber sido una alucinación o una pesadilla, y ruego que así fuese, pero eso es todo lo que recuerdo de lo que ocurrió en aquellas terribles horas después de que nos alejamos de la vista de los hombres. Las razones por las que Harley Warren no ha regresado solo puede explicarlas él o su espíritu... o algo desconocido que para mí es imposible describir.

Como ya he mencionado, las fantásticas investigaciones de Harley Warren no me eran desconocidas, y hasta cierto punto las compartía. De su gran colección de libros raros y extraños sobre temas prohibidos yo leí todos los que están escritos en los idiomas que comprendo, los cuales son pocos comparados con aquellos que no entiendo. La mayoría están escritos en lengua arábiga y el libro inspirado por el espíritu del mal —el mismo que Warren se llevó consigo al otro mundo— estaba escrito en unos caracteres que yo nunca había visto. Él no quiso decirme nunca cual era el contenido de aquel libro. Y en cuanto a la naturaleza de nuestras investigaciones... ¿tengo que repetir que ya no estoy seguro de comprenderlas? Encuentro misericordioso que sea de ese modo, ya que eran unas investigaciones terribles, que yo compartía más por renuente fascinación que por verdadera inclinación. Warren siempre me dominó al punto de temerle. Recuerdo cómo me estremecí cuando vi la expresión de su rostro mientras hablaba de su teoría la noche anterior al terrible acontecimiento, de que algunos cadáveres no se descomponen nunca sino que permanecen enteros en sus tumbas durante un millar de años.

Pero ya no le temo. Sospecho que él ha conocido horrores más allá de mis posibilidades de comprensión. Ahora, en cambio, siento temor por él. Repito que no tenía la menor idea de cuál era nuestro objetivo aquella noche. Ciertamente, tenía mucho que ver con el libro que Warren llevaba consigo, el libro antiguo en caracteres indescifrables que le había llegado de la India un mes antes, pero juro que yo ignoraba lo que esperábamos descubrir. ¿Su testigo dice que nos vio en el camino de Gainsville en dirección al pantano de Big Cypress a las once y media de la noche? Probablemente es cierto. En mi cerebro solo está grabada una escena que debió producirse mucho después de medianoche, ya que una luna en cuarto menguante, nublada por gases semitransparentes, se veía muy alta en el cielo.

El lugar era un antiguo cementerio, tan antiguo, que temblé frente a las evidencias de años tan remotos. Este sitio se hallaba en una profunda hondonada cubierta de musgo y maleza y emanaba un vago hedor que en mi mente asocié, de modo absurdo, con piedras en descomposición. Se veían señales de descuido y la decrepitud reinaba por todas partes. La idea de que Warren y yo éramos los primeros seres vivientes que invadíamos un silencio letal de siglos me acosaba. En el cielo, la luna menguante asomaba entre los fétidos vapores que parecían emanar de aquellas inexploradas catacumbas, y entre su débil luz y oscilantes rayos logre distinguir una repugnante formación de muy antiguos mausoleos, panteones y tumbas en total estado de ruinas, cubiertos de musgo, con manchas de humedad y parcialmente ocultos por una obscena vegetación.

Mi primer recuerdo de mi presencia en esa terrible necrópolis es el acto de detenerme con Warren ante una tumba determinada y de desprendernos de toda la carga que habíamos llevado. Observé entonces que yo tenía una linterna eléctrica y dos azadas, en tanto que mi compañero había llevado una linterna similar y una instalación telefónica portátil. Ambos parecíamos conocer el lugar y la tarea que nos correspondía por lo que no pronunciamos ni una sola palabra. Sin demora empuñamos las azadas y empezamos a limpiar de hierba y de maleza la antigua sepultura. Después de dejar al descubierto toda la superficie, la cual consistía en tres inmensas losas de granito, retrocedimos unos pasos para contemplar el escenario fúnebre y Warren pareció efectuar unos cálculos mentales. Después de ello, se acercó de nuevo al sepulcro y, utilizando su azada como palanca, trató de levantar la losa más cercana a unas piedras ruinosas que en su momento pudieron haber sido un monumento funerario. Como no lo consiguió me hizo una seña para que lo ayudara. Finalmente, nuestros combinados esfuerzos aflojaron la losa, la levantamos y la pusimos a un lado.

Quedó al descubierto un oscuro boquete del que brotó un efluvio de gases, tan nauseabundos, que Warren y yo tuvimos que retroceder precipitadamente. Sin embargo, al cabo de un instante nos acercamos de nuevo y encontramos las emanaciones menos insoportables. Con nuestras linternas iluminamos un tramo de peldaños de piedra que estaban empapados con algún desagradable néctar de las entrañas de la tierra y que estaban bordeados de paredes muy húmedas con grandes costras de salitre. En ese momento, por primera vez que yo recuerde durante esa noche, Warren me habló con su empalagosa voz de tenor. Una voz muy poco alterada por aquel pavoroso entorno.

—Lamento tener que pedirte que te quedes en la superficie —me dijo—. Sería un crimen permitir que alguien con unos nervios tan frágiles como los tuyos bajara allí. Nunca podrás imaginar, ni siquiera por lo que has leído y por lo que yo te he contado, las cosas que tendré que ver y hacer allí. Es una tarea infernal, Carter, y dudo que cualquier hombre que no tenga una fortaleza de acero pueda llevarla a cabo y regresar vivo y cuerdo. No quiero ofenderte, y el cielo sabe lo mucho que me alegraría llevarte conmigo, pero es mi responsabilidad y no puedo arrastrar a una persona sensible como tú a la muerte o a la locura. Te repito que no puedes imaginar siquiera de qué se trata. Pero te prometo mantenerte informado por teléfono de cada movimiento que haga. Como puedes ver, he traído suficiente alambre para llegar al centro de la tierra y volver.

Todavía puedo oír sus palabras pronunciadas tan fríamente y también puedo recordar mis protestas. Yo estaba extremadamente ansioso por acompañar a mi amigo a aquellas profundidades sepulcrales, pero él se mantuvo inflexible. Incluso que hubo un momento en que me amenazó con abandonar la expedición si yo no me daba por vencido. Fue una amenaza muy eficaz, puesto que él era quien tenía la clave de todo aquel asunto. Una vez que acepté, de muy mala gana, permanecer en la superficie, Warren cogió el rollo de alambre y los instrumentos, me entregó uno de los auriculares, estrechó mi mano, se cargó al hombro el rollo de alambre y desapareció en el interior de aquel indescriptible osario.

Fui a sentarme sobre una vieja y desgastada lápida, muy cerca de la abertura que había engullido a mi amigo. Durante un par de minutos pude ver el resplandor de su linterna y oír cómo crujía el alambre mientras lo desenrollaba detrás de él, pero el resplandor desapareció bruscamente, como tapado por un giro de la escalera, y el sonido del alambre se apagó del mismo modo. Yo estaba solo, pero unido a las misteriosas profundidades por aquel alambre verde cuyo revestimiento aislante brillaba bajo los pálidos rayos de la luna.

Continuamente observaba mi reloj bajo la luz de mi linterna y estaba pendiente del auricular con agitada ansiedad, pero esperé más de un cuarto de hora sin escuchar nada. Luego sentí un ligero chasquido y llamé a mi amigo con cierta preocupación. A pesar de mi disposición, yo no estaba preparado para escuchar las palabras que me llegaron desde aquella pavorosa bóveda, ellas tenían un acento de alarma que resultaba profundamente estremecedor, ya que procedían del imperturbable Harley Warren. Él, quien con tanta tranquilidad me había dejado solo un momento antes, hablaba ahora desde abajo con un susurro tembloroso más impresionante que el grito más desgarrador:

—¡Dios! ¡Si pudieras ver lo que yo veo!

No pude contestarle. Me había quedado sin habla y solo pude esperar. Warren habló de nuevo:

—¡Carter, es terrible... es monstruoso... increíble!

Esta vez la voz no me falló y le hice un montón de preguntas. Aterrado, le preguntaba sin cesar:

—Warren, ¿qué es? ¿Dime qué es?

Volví a escuchar la voz de mi amigo, claramente desesperada y ronca de temor:

—¡No puedo decírtelo, Carter! ¡Es demasiado terrible! No me atrevo a decírtelo... ningún hombre podría saberlo y continuar viviendo... ¡Dios mío! ¡Nunca había imaginado nada semejante!

Otra vez el silencio. El cual solo era interrumpido por mis ocasionales y también estremecidas preguntas. De nuevo escuché la voz de Warren con un susurro trémulo de desesperada consternación:

—¡Carter! ¡Por el amor de Dios, vuelve a colocar la losa y márchate! ¡Ahora! ¡Déjalo todo y márchate... es tu única oportunidad! ¡No me pidas explicaciones. Haz lo que te digo!

Le escuché, pero solo era capaz de repetir frenéticamente mis preguntas. A mi alrededor había tumbas, oscuridad y sombras, debajo de mí, una amenaza más allá del alcance de la imaginación humana. Pero mi amigo estaba expuesto a un peligro mucho mayor que el mío y a través de mi propio miedo experimenté un ligero resentimiento al pensar que él me creía capaz de abandonarlo en aquellas circunstancias. Se oyeron más chasquidos y tras una breve pausa un lamentable grito de Warren:

—¡Carter, coloca de nuevo la losa! ¡Por el amor de Dios!

El ruego casi infantil de mi compañero era revelador de que se encontraba bajo la influencia de una terrible emoción, lo que me estimuló a actuar.

—¡Resiste, Warren! ¡Voy a bajar!

Pero, ante tal ofrecimiento, la voz de mi amigo se convirtió en un alarido de absoluta desesperación:

—¡Noooo! ¡No puedes comprenderlo! Es demasiado tarde... la culpa ha sido mía. Coloca de nuevo la losa y corre... es lo único que puedes hacer por mí.

Su voz cambió de nuevo, esta vez era como de resignación sin esperanza. Sin embargo, seguía siendo tensa debido a la ansiedad que Warren experimentaba por mi suerte.

—¡Corre! ¡Deprisa! Antes de que sea demasiado tarde!

No quise contradecirle, intenté sobreponerme a la parálisis que se había apoderado de mí y quise cumplir mi promesa de acudir en su ayuda. Pero su siguiente susurro me sorprendió aún sumergido en un indescriptible terror.

—¡Carter, apresúrate! Ya todo es inútil... tienes que huir... la losa... es mejor uno que dos... Una pausa, más chasquidos, luego la débil voz de Warren:

—Todo va a terminar... no lo hagas más difícil... cubre esos malditos peldaños y sálvate... no pierdas más tiempo... Hasta nunca, Carter... no volveremos a vernos.

El susurro de Warren comenzó a crecer hasta convertirse en un grito. Un grito que también comenzó a crecer hasta convertirse en un alarido que contenía todo el horror de todos los siglos.

—¡Malditos sean los seres infernales! ¡Hay legiones de ellos! ¡Dios mío! ¡Huye, Carter! ¡Huye! ¡Huye!

Otra vez, el silencio. Ignoro durante cuánto tiempo permanecí sentado, estupefacto, susurrando, murmurando, llamando, gritándole a aquel teléfono. Una y otra vez, durante aquel interminable lapso de tiempo, susurré, murmuré, llamé y grité:

—¡Warren! ¡Warren, contesta! ¿Estás ahí?

Y entonces llegó hasta mí el horror definitivo, el horror indecible, el impensable, el increíble. Ya he mencionado que parecieron transcurrir siglos después de que Warren me diera su última y desesperada advertencia, y que solo mis propios gritos rompían aquel pavoroso silencio. Pero al cabo de unos instantes se oyó un chasquido en el receptor y apreté el oído para escuchar. Grité nuevamente:

—Warren, ¿estás ahí? —y en respuesta escuché aquello que envió una nube oscura sobre mi cerebro.

No trataré de describir la voz que escuché, puesto que las primeras palabras me sacaron de mi estado de consciencia y generaron un vacío mental que se prolonga hasta el momento en que desperté en el hospital. ¿Qué podría decirle? ¿Que era una voz hueca, profunda, sobrenatural, gelatinosa, incorpórea, remota e inhumana? La escuché y no supe nada más... Ese fue el final de mi experiencia y también el final de mi historia. La oí mientras estaba petrificado en aquel cementerio desconocido, en una hondonada, entre lápidas carcomidas y tumbas en ruinas, entre la exuberante vegetación y vapores miasmáticos... La escuché surgiendo de las infernales profundidades de aquel maldito sepulcro abierto, mientras contemplaba unas sombras necrófagas danzando bajo una pálida luna menguante.

Y lo que dijo fue:

—¡Imbécil, Warren está MUERTO!

The Statement of Randolph Carter: escrito en 1919 y publicado en 1920.

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