Читать книгу El jardín de las sombras - Ian Rankin - Страница 11
ОглавлениеVacaciones en la playa: aparcamiento de remolques, largos paseos y castillos de arena. Él estaba sentado en una tumbona tratando de leer. Soplaba un viento frío a pesar del sol y Rhona untaba a Sammy con crema bronceadora, diciendo que nunca estaba de más, sin dejar de advertirle que no la perdiera de vista mientras ella iba al remolque a por el libro que estaba leyendo. La niña se entretenía enterrando los pies de su padre.
Rebus intentaba leer, pero no dejaba de pensar en el trabajo. Iba todos los días a una cabina telefónica para llamar a la comisaría, a pesar de que siempre le decían que se despreocupase, que lo pasara bien y se olvidase de todo. Llevaba leída media novela de espías, pero ya se había perdido en la trama.
Rhona se estaba comportando, a decir verdad. Ella habría preferido una playa en el extranjero, cualquier lugar que, además del sol, tuviese cierto atractivo y mejor clima. Pero quien sostenía la economía familiar era él, así que allí estaban, en la costa de Fife, donde se habían conocido. ¿Abrigaba él cierta esperanza en revivir el recuerdo? También había veraneado en aquella playa con sus padres y había jugado con Mickey y con otros chicos que no volvería a ver.
Volvió a enfrascarse en la novela de espionaje, pero un caso real de investigación le cruzó la mente. Y en aquel momento una sombra cayó sobre él.
—¿Y la niña?
—¿Qué?
Miró a sus pies y solo vio un montón de arena, pero ni rastro de Sammy. ¿Cuánto hacía que no estaba? Se levantó, miró hacia el mar y solamente vio a unos cuantos bañistas poco decididos que se remojaban los pies en la orilla.
—¡Por Dios, John! ¿Dónde está?
Dio media vuelta y dirigió la vista hacia las dunas más alejadas.
—¿Las dunas...?
Se lo habían advertido. La arena de las dunas formaba huecos que parecían madrigueras, muy atractivas para los críos, pero podían hundirse. Al principio de la temporada, un matrimonio presa del pánico había desenterrado a su hijo de diez años al borde de la asfixia...
Echaron a correr hacia ellas. Había dunas y hierbas, pero a la niña no se la veía por ninguna parte.
—¡Sammy!
—Quizás está en el agua...
—¡Tú tenías que haberla vigilado!
—Lo siento, es que...
—¡Sammy!
De una de las madrigueras apareció una criatura a gatas. Rhona la acabó de sacar del agujero y la abrazó.
—¡Cariño, te dijimos que no entraras ahí!
—Era un conejito.
Rebus miró la precaria bóveda de arena con un entramado de raíces y hierbas. Al darle un puñetazo se desmoronó. Rhona lo miraba enfurecida.
Aquello fue el final de las vacaciones.