Читать книгу Un puñado de esperanzas 3 - Irene Mendoza - Страница 12

Capítulo 6 Holding On To You

Оглавление

Ya en Nueva York, hicimos frente a aquella nueva crisis familiar. Nuestra hija mayor se había gastado parte de los ahorros que tenía gracias a la paga de su abuela en un vuelo VIP a Los Ángeles sin acabar el curso escolar.

No iba a ser la primera ni la última vez que nuestros hijos la liarían, me dije, pero empezaba a tener la sensación de que cada vez serían problemas más complicados de resolver. Y Charlotte solo era la primera. Miré al cielo y puse los ojos en blanco.

Charlotte hizo una videollamada, pero no quiso hablar conmigo, sino con Frank. Eso me alteró más todavía y me puse a hacer té, lo único que solía ayudarme a mantener la calma en momentos de dificultad.

Me llegaban pequeños fragmentos de la conversación que mantenían Charlotte y su madre mientras ponía la tetera al fuego y me ocupaba de sacar un par de tazas del aparador de la cocina, pero no lograba captar el significado de nada en concreto. Finalmente, Frank colgó y me acerqué con las tazas de té, impaciente por saber.

—¿Y bien?

Frank estaba sentada y me miraba serena.

—Charlotte quiere quedarse en Los Ángeles y probar suerte como cantante y actriz. No quiere seguir estudiando.

—¿Se ha vuelto completamente loca? —grité horrorizado—. ¿Y cómo puedes decírmelo así, tan tranquila?

—Porque no arreglo nada subiéndome por las paredes como tú estás a punto de hacer ahora mismo —respondió Frank.

—No puede abandonar sus estudios y menos quedarse allí para… para… ¡Joder! —emití un resoplido de furia dejando las tazas de té sobre una superficie estable, antes de que se me cayesen de las manos.

—Está con Charlie. Estará bien, Mark.

—¿Actriz? ¿Cantante? —pregunté desesperado.

Frank levantó una ceja.

—Tu madre me ha dicho que ella misma la llevará a alguna audición y que cuando vea cómo funciona el asunto se le pasará. Charlie me ha prometido que le quitará la idea de la cabeza.

—¡Oh, estupendo! —dije elevando los brazos al cielo—. No sabe lo cabezota que puede llegar a ser su nieta.

—Se hace una idea, créeme.

—Pero va a perder el curso. Y el año que viene se gradúa.

—Y lo hará. No te pongas dramático, chéri.

—¿Dramático? ¡Yo no me pongo dramático!

—Te pones dramático y sobreactúas. —Miré a Frank asombrado—. Solo necesita un poco de tiempo. Siéntate.

Iba a añadir algo más, pero decidí callarme y sentarme en el sofá.

—Qué más. Sé que hay algo más —dije con el ceño fruncido.

Entonces me lo soltó, sin anestesia.

—Charlotte estaba saliendo con alguien y han roto.

—¿Cómo? ¿Tu sabías algo de eso? —exclamé levantándome como si me hubiesen pinchado en el culo.

—Me lo parecía.

—¿Y no me dijiste nada? Espera. ¿No estará… embarazada?

—¡Cómo puedes pensar así de tu hija! No es ninguna descerebrada, ¿sabes?

—Bueno… lo sé. Sé que es muy inteligente, pero… tú también lo eres y…

—Cállate que lo vas a empeorar más, Gallagher —dijo Frank furiosa.

—¿Ahora te enfadas conmigo?

Frank y yo casi nunca nos enfadábamos, únicamente solíamos hacerlo por culpa de nuestros hijos. Solo ellos lograban eso.

—¿Y qué esperas? No tienes confianza en ella. Por eso no ha querido hablar contigo. Ha dicho que te enfadarías y te pondrías echo una fiera. Y así ha sido —dijo exasperada—. Charlie dice que le demos una semana para que se tranquilice.

—¿Y el curso?

—Ya hablaremos con el colegio. A ver qué podemos hacer.

—¿Sabes lo que haría yo?

—Me lo imagino —dijo poniendo los ojos en blanco.

—Me presentaría allí y la traería de vuelta a casa. Soy su padre y ella es menor de edad —Frank resopló—. Pero está bien. Esperaré. Para que no me llaméis histérico.

Lo hice. Aguardé pacientemente a que mi hija se tomase su tiempo para divagar y decidir sobre su futuro obviando por completo a sus padres.

Mientras, Frank y yo visitamos a nuestros otros dos hijos en el campamento de verano al que llevaban años acudiendo y pasamos el día con ellos. Tanto Korey como Valerie, aún obedientes y dóciles, eran totalmente ajenos a las decisiones de su hermana mayor y no le dieron importancia al hecho de que Charlotte se hubiese cruzado el país ella sola y que estuviese viviendo en pleno Hollywood, en la mansión de su abuela.

Korey era la viva imagen de Frank, de pelo rubio oscuro y ojos del color del caramelo, tranquilo y de buen carácter era un verdadero ratón de biblioteca, y Valerie, una perfecta mezcla de sus dos hermanos, con los ojos rasgados de su hermano y la piel pecosa de su hermana mayor, tenía el pelo liso de Korey, pero caoba como Charlotte, era alegre y muy habladora.

Yo solo podía pedir al cielo para que ambos se conservasen el mayor tiempo posible en aquel limbo feliz de ingenuidad que llamamos infancia.

De vuelta en Astoria recibí un escueto mensaje de mi madre que elogiaba las dotes artísticas de nuestra hija mayor. Dejé que fuese Frank la que contestase mediante una videollamada. Yo estaba demasiado molesto con la actitud de Charlotte para poder hacerlo.

—Si insiste en no regresar va a perder el curso. Tendrá que repetir porque no podrá presentarse a los exámenes finales —dije más preocupado que enfadado.

Había fantaseado durante toda su infancia con que ella sería la primera Gallagher que haría una carrera universitaria.

—Tienes que confiar en ella —dijo Frank de pie, a mi espalda, acariciando mis hombros. Resoplé y giré el cuello, que crujió de un modo alarmante—. Estás tenso y tienes una contractura.

—Es que me está costando mucho no coger un avión y plantarme en Los Ángeles —dije removiéndome en mi asiento.

—Lo sé, pero con eso solo empeorarías las cosas. Está bien con Charlie. No la presiones porque hará justo lo que no quieres que haga —dijo besando mi cuello—. Y tú tienes que relajarte, chéri, y no enfadarte.

—Es fácil decirlo —resoplé—. Siempre nos enfadamos por ellos, por nuestros hijos.

—Sí, es cierto. ¿Por qué no nos vamos a la casita de la playa este fin de semana? No hemos celebrado mi cumpleaños tú y yo solos, solo con los niños —sonrió con picardía—. Korey y Valerie están en el campamento aún y tú y yo… podríamos… tomar el sol, pasear por la playa, comer langosta y… relajarnos juntos.

Sus dedos acariciaron mi nuca erizando mi piel. Eché la cabeza hacia atrás y vi sus ojos fijos en los míos.

—Está bien —suspiré viendo cómo se ensanchaba su preciosa sonrisa y sonreí por inercia. Frank se agachó hasta alcanzar mi boca y besarme emitiendo un dulce ruidito que me hizo volver a sonreír.

Conduje hasta Los Hamptons decidido a pasar un buen fin de semana, sin remordimientos. Las fotografías que mi madre nos había enviado de Charlotte tomando el sol en la piscina, posando en Malibú para el book de estrella de cine que estaba sufragando su abuela y probándose de todo en Rodeo Drive como en Pretty Woman me confirmó que mi hija no estaba precisamente preocupada como nosotros. Así que cuando Frank regresó de la academia a media tarde tomé la carretera hacia la casita de la playa dispuesto a aguantar la caravana de un viernes saliendo de Nueva York.

Casi anochecía cuando llegamos a Main Beach, la playa de East Hampton. La casa de verano, un antiguo refugio de pescadores que perteneció a la madre de Frank, se divisaba como un amparo blanco entre las marismas. El restaurado refugio para guardar los aparejos de pesca reconvertido en un coqueto bungaló al estilo de Los Hamptons había estado cerrado los últimos meses y la humedad y el salitre procedente del mar se había apoderado de él. Pensé que necesitaba una mano de pintura.

Un trueno retumbo lejano cuando abríamos la puerta. La primavera, que estaba a punto de acabar, había sido especialmente fría. Me dispuse a encender la chimenea para templar rápidamente el húmedo ambiente mientras Frank rebuscaba entre los vinilos para elegir la música. Escogió uno de los discos de ópera de su madre, la famosa mezzosoprano francesa y lo puso en el plato para vinilos.

La salita de estar pronto se caldeó con el fuego y la estupenda voz de la difunta Valentine Mercier, así que, escuchando cómo caían las primeras gotas de la tormenta, decidimos quedarnos en casa y no salir a cenar como teníamos planeado.

—La langosta va a tener que esperar. Me parece que está a punto de caer un aguacero —dije.

—¿Tú crees? —dudó Frank.

Otro rayo iluminó el salón.

—Ese ha caído muy cerca.

El siguiente fue el que dejó a todo Main Beach sin luz.

—¡Vaya por Dios! —exclamó Frank—. Nos hemos quedado sin música.

—Teníamos que haber puesto paneles solares también aquí —lamenté.

—Bueno, tenemos la chimenea y velas. Venga, ayúdame a encontrarlas.

Buscamos todas las velas que pudimos localizar y las encendimos sobre varios candelabros, dentro de vasos y platos. Después utilicé mi móvil para poder escuchar una de nuestras canciones favoritas, Holding On To You del genial Terence Trent D’Arby. La habíamos bailado juntos un montón de veces y también era una de nuestras canciones para hacer el amor.

Pronto todo el salón se llenó de la calidez que proporcionan las llamas, grandes como las de la chimenea o las pequeñas de las velas. Es un tipo de luz que no puede competir con la luz eléctrica y que cambia tu estado de ánimo. En mi caso me pareció la mejor puesta en escena para aquella noche con Frank.

Nos sentamos sobre la alfombra, frente a la chimenea. La lluvia golpeaba contra las ventanas y el tejado, pero nosotros estábamos resguardados de las inclemencias de la costa atlántica en nuestro lugar preferido.

—Se está bien aquí al lado del fuego —suspiró Frank descalzándose y quitándome las deportivas.

—Mejor que arriba. El dormitorio estará frío —sonreí al verla quitarme los calcetines.

—No tenía pensado subir —dijo mirándome con picardía.

—¿No vas a deshacer la maleta?

—Apenas he traído nada.

—No me lo creo —reí.

—Ni tan siquiera un camisón —dijo mordiéndose el labio con picardía.

—Ah… me parece lo correcto porque… —susurré enredando mis dedos en un mechón de su pelo—. Resulta que yo tampoco he traído pijama, nena.

Frank rio en el mismo momento en que yo le estaba soltando el primer botón de su blusa. Continué sin que ella dejase de mirarme, intentando aguantarse la risa, hasta que dejé a la vista su ropa interior. Acaricié su piel justo al borde del sujetador de encaje, pasando lentamente las yemas de mis dedos. Frank no dejaba de mirarme con ojos golosos. Ya no hacía frío, pero su piel se erizó y al verlo pasé mi mano por encima de sus pechos, que asomaban llenos y suavísimos de entre las copas del sujetador.

Frank se quitó la blusa y el sujetador y se quedó en vaqueros delante de mis ojos.

—Ahora me toca a mí quitarte la ropa —dijo mordiéndose el labio con cara traviesa.

—Es lo justo —sonreí como un canalla—. ¿Y después?

—Después tengo pensado hacerte algunas cuantas cosas, pero… si te portas bien y me miras a los ojos y no a las tetas.

—No puedo, amor —reí haciendo un puchero.

—Sí que puedes.

Me reí y negué con la cabeza.

—Sabes lo que me gusta mirarte las tetas —dije tomándolas entre mis manos y besando cada una de ellas con suavidad.

—Vale, pues, entonces, para evitar que me las mires, voy a hacer algo.

E inmediatamente se levantó para coger la maleta y abrirla. Rebuscó, desordenándolo todo, sacó un pañuelo y vino con él hacia mí.

—Sé lo que quieres hacer con ese pañuelo —sonreí.

—Anda, calla, Gallagher.

Frank se puso detrás, me quitó la camisa y apoyó sus cálidos pechos en mi espalda desnuda mientras me ponía el pañuelo, tapando mis ojos y atándolo a la nuca. Al notar sus pezones duros y suaves presionando mi piel no pude evitar gruñir de gusto.

—¿Ves algo? —preguntó—. Y no mientas.

—No, nada. Palabra —dije levantando la mano y poniéndola sobre mi pecho, en el lado del corazón.

Supe que ella estaba sonriendo cuando acarició mis hombros y bajó sus manos por mis clavículas hasta mis pectorales, provocándome un suspiro. Las volvió a subir regalándome un masaje en la nuca.

—Estás muy tenso, chéri.

—Es por culpa de tu hija, mi vida.

—Nuestra hija, mon amour —dijo dejándome un suave beso en el cuello.

Volví a reír. Aquel juego estaba resultando muy divertido. Escuché cómo Frank se movía a mi alrededor colocándose delante, mientras yo continuaba sentado sobre la moqueta. Oí una cremallera y el sonido de una tela resbalando por la piel.

—Ahora túmbate —susurró.

Lo hice y se colocó de rodillas sobre mis muslos. Yo aún llevaba puestos los vaqueros. Ella ya se había quitado los pantalones porque noté su piel cálida rozando la mía. Quise comprobar algo más y extendí mi brazo tanteando hasta que mi mano se topó con el suave vello recortado de su sexo. Frank había decidido no depilarse más el vello púbico porque, en sus propias palabras, le parecía una tortura patriarcal absoluta que rayaba la pederastia y solo se lo recortaba. A mí me parecía bien lo que decidiese respecto a aquella delicada parte de su anatomía, no tenía que pedir mi opinión de ninguna manera, era su decisión y su precioso coño. Además, he de confesar que ese lugar tan íntimo es mucho más bonito adornado con un poco de suave pelo color canela. Soy antiguo hasta para eso.

Mis dedos rozaron el vello sedoso y resbalaron hacia sus pliegues mojados. Frank suspiró y yo intensifiqué las caricias sobre sus labios deslizándolas hasta dentro. Ella gimió y se removió sobre mi cuerpo. Enseguida me di cuenta de lo que pretendía porque noté cómo se colocaba justo encima de mi rostro. Aún con el pañuelo tapándome los ojos pude notar su aroma, su calor y escuchar su respiración agitada. Su piel es tan suave y cálida ahí abajo que nunca puedo resistir las ganas.

Elevé un poco mi cabeza y mis labios alcanzaron su sexo. Al momento me puse a saborearla. Mi boca chupaba, mi lengua lamía mientras mis manos acariciaban sus nalgas y sus muslos. Frank comenzó a gemir cada vez con más fuerza a medida que la punta de mi lengua alcanzaba el ritmo perfecto sobre su clítoris. Yo no paraba de gruñir sobre su carne tierna y empapada y ella no podía dejar de jadear mientras se balanceaba siguiendo la cadencia de mis labios succionando su delicioso sabor salado.

Gemí palabras que no pudo escuchar. El zumbido de mi voz contra ella, retumbando en su carne, la volvía tremendamente salvaje. No era importante lo que le decía, tan solo el sonido de su hombre disfrutando de su festín privado, de ella, de su esencia.

Metí uno de mis dedos entre sus pliegues y lo introduje entero en su interior, muy despacio. Frank gruñó de gusto. Lo saqué rozando y presionándola toda, y continué lamiéndola sin descanso, resoplando, abrumado por el dulce aroma a sexo y por los sonidos que emitía de puro placer. Volví a metérselo y volví a sacarlo, una y otra vez. Ella lloriqueaba muy bajito «sí, sí» mientras mi boca hacía brotar los primeros temblores de sus tiernas y ardientes entrañas. Mis manos presionaban sus nalgas. Las tomé entreabriéndola más y me afané en su clítoris ya duro e hinchado. Con cada nueva pasada de mi lengua conseguía un nuevo gemido maravilloso. Mis dedos mojados por sus fluidos le acariciaban los muslos y las nalgas ya empapadas. Uno de mis dedos recogió todo aquel néctar que brotaba de su interior y resbaló entre sus nalgas para comprobar cómo se abría. Introduje un dedo en cada entrada y justo en aquel momento Frank comenzó a palpitar sin control. Los espasmos y sus poderosos gritos orgásmicos me hacían temblar de placer. No dejé de lamerla mientras se agitaba desesperada sobre mi rostro.

Yo sabía que llegaba un momento, durante su orgasmo, en que incluso el más leve roce le resultaba casi insoportable de tanto placer que le causaba, así que paré de presionar y solo me dediqué a depositar suaves besos sobre su carne estremecida.

Poco a poco, Frank dejó de jadear y comenzó a respirar con menos afán. Me quitó el pañuelo y pude contemplar aquella sensualidad salvaje que emanaba de ella. Respiré con fuerza y sentí aquel dulce y antiguo dolor en mi pecho.

—Creo que este ha sido tu regalo, ¿verdad? —susurró.

—Exacto. Todo para ti —sonreí acariciando sus muslos temblorosos.

Yo no era un hombre que hiciese muchos regalos, pero todos mis besos y abrazos eran para ella y Frank lo sabía.

Se deslizó sobre mi cuerpo con una lujuriosa sonrisa en la cara y me soltó los vaqueros para tirar de ellos y dejarme completamente desnudo, liberándome. Yo estaba durísimo y casi me dolía. Sus dedos me acariciaron haciendo que mi miembro palpitara con fuerza y que se me escapase un quejido de placer. Miró mi erección y se pasó la lengua por los labios justo antes de sonreír.

—Tu turno, chéri.

Y se agachó para dedicarse a mí, para concederme el éxtasis con su boca. Mientras, Terence cantaba para nosotros:

Pero abrazarte a ti, significa dejar de lado el dolor.

Significa dejar de lado las lágrimas.

Significa dejar de lado la lluvia.

Significa dejarse curar las heridas.

Abrazándote a ti.

Un puñado de esperanzas 3

Подняться наверх