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Prueba número 7

Elisa Rivero

PRUEBA Nº7. AÑO 1261 DESPUÉS DE CRISTO, APROXIMADAMENTE 5200 DESPUÉS DE LA CREACIÓN

—Eres mi ángel, Pyrene —ronronea Nuño mientras rasga las cuerdas de su laúd—. Un ángel salvador venido del cielo.

Ella sonríe y se retira los restos de paja y romero del cabello. Se incorpora y echa un vistazo al jergón de la pequeña Jimena. Su sonrisa se desvanece al leer el dolor en el rostro de la niña. Pyrene humedece un trozo de tela y le limpia los brazos y la cara, cubiertos de laceraciones.

—Dios no dejará que muera. —Nuño se ha puesto la camisa y pasa sus brazos cálidos alrededor de la muchacha—. Confía en su misericordia.

***

PLANETA MADRE, DOS MESES DESPUÉS

—Ponente número mil dos. Acceda al salón, por favor.

Pyrene casi brinca en el asiento al escuchar la llamada en su implante cerebral. Había llegado la hora. La muchacha se estira el traje y avanza entre las miradas hastiadas del resto de doctorandos.

Tres hologramas destacan en la sala blanca, impoluta. Pyrene los saluda con una inclinación de cabeza y sube al estrado.

—Pyrene Uralis, bienvenida al Comité. Soy su evaluadora número Uno —se presenta con voz solemne el holograma de la izquierda. Por el rabillo del ojo, Pyrene identifica a una mujer de edad incierta y piel muy pálida, casi como las paredes de la sala—. Y ellos son los evaluadores Dos y Tres.

Junto a Uno flota el holograma de un joven de sexo indefinido. Tres es un hombre maduro de rostro rojizo, amable quizá. O quizá Pyrene busca esperanzas donde sabe que no las hay.

—Veo que va a exponer un caso de sembrado temprano, la prueba número siete —continúa Uno leyendo el título de la tesis que Pyrene les había enviado a sus implantes cerebrales—. Comience, si es tan amable.

Pyrene asiente, intentando ocultar su nerviosismo. El Comité no lo sabe, pero el número siete es el número de la suerte del planeta objeto del estudio. Qué ironía.

—La finalidad del trabajo es analizar la evolución de la sociedad que se implantó artificialmente en el planeta prototipo para esclarecer el origen y creación de nuestro propio planeta. El sembrado se realizó hace cinco mil doscientos años.

—¿Cómo no se ha evaluado antes? —la interrumpe Tres—. No conozco ningún caso tan antiguo que no haya pasado por el Comité.

—El fichero se traspapeló —se apresura a responder Pyrene. No puede permitirse peros tan pronto—. Volvió a encontrarse hace quince meses, durante un traspaso de documentación del formato electrónico al cerebral. Entonces, se me asignó su estudio.

Los evaluadores intercambian una mirada de asombro. Tres la invita a continuar.

—Como decía, el sembrado de los primeros hombres fue realizado hace cinco milenios por Zeus Yahvé. —Pyrene había dudado si mencionar al científico, pero sabe que los evaluadores se enterarían tarde o temprano. Zeus tenía fama de arruinar los experimentos, y este era el ejemplo perfecto—. La expansión inicial parece que fue exitosa.

—¿Parece? ¿No ha desarrollado esa sociedad cultura documental? —pregunta Dos. El escepticismo comienza a gestarse en su rostro ambiguo.

—Sí… los registros tempranos son dudosos. Se dio una escisión lingüística severa y han tenido problemas a la hora de recopilar y traducir los documentos antiguos.

—¿Cuántas lenguas?

—Unas siete mil lenguas pertenecientes a veinte familias.

Pyrene siente vergüenza al citar esa cifra desorbitada. Después, la siente de avergonzarse. Un año atrás habría pensado, como el Comité, que la diversidad lingüística era un estorbo, una piedra en el camino hacia el desarrollo y la unidad. Pero ahora Pyrene tiene los recuerdos de su viaje: los dulces versos de Nuño, los balbuceos de Jimena, las tristes canciones de Zoraida…

—Los registros más antiguos están recogidos en los libros llamados Biblia y Torá. Narran la creación del planeta y del hombre de forma poética e inexacta —prosigue la muchacha.

—Entiendo que han llegado entonces a adivinar el origen exógeno de su creación —dice Dos.

—Más que en un conjunto de creadores, ellos creen en uno único. En un dios.

—Otra sociedad monoteísta… —Tres niega con la cabeza—. ¿De dónde han sacado esa idea?

—Mi teoría es que Zeus les hizo llegar un mensaje, ya que uno de los nombres de ese dios era Yahvé, como el apellido del científico.

Pyrene sabe que la ponencia se le está yendo de las manos. Pronto, los evaluadores comenzarán a hacerle preguntas sobre ese dios y llegarán a la terrible verdad que ella pretende ocultar o, al menos, disfrazar. Su única esperanza es mostrarles la belleza que ella encontró durante su visita a ese planeta. Busca en los recuerdos almacenados en su implante cerebral y reproduce una canción.

Las notas tímidas del laúd gotean en la sala blanca. Tan diferentes a la música personalizada y, a la vez, impersonal de los generadores musicales automáticos. La muchacha estudia las reacciones de los evaluadores. El rostro de Uno permanece impasible, mientras que Dos esgrime una mueca de disgusto. Tres mira en derredor, como si buscara el origen o el significado de la melodía.

La voz de Nuño resuena entonces entre las paredes y Pyrene se estremece, como la primera vez que le oyó cantar junto a la hoguera. Era una canción de amor, una de tantas que Nuño le había recitado y que, probablemente, jamás volvería a escuchar.

El escenario no le hace justicia. La muchacha solicita acceso a la sala para activar las imágenes holográficas y mostrarles la escena, pero Uno lo deniega. La música se corta de pronto y un silencio cruel los envuelve.

—Ya vemos que tienen música, sigamos con aspectos más técnicos —asevera Dos—. ¿Nivel de desarrollo de la medicina?

—Depende de la zona. En general, nivel dos de diez —responde Pyrene encajando el golpe—. Pero unos siglos atrás alcanzaron el nivel tres y no creo que tarden en recuperarlo.

—¿Por qué lo perdieron? ¿Hay involuciones en más áreas?

—Existe una involución generalizada de las ciencias y la sociedad. Las causas son múltiples: enfriamiento global por mínimo solar, caída de un gran imperio, plagas…

—Múltiples guerras, por lo que veo en el informe —la interrumpe Uno—. ¿Causas?

—Las de siempre: territorio, recursos, diferencias sociales, religión… Pero parece que están remitiendo. Confío en que, en un siglo o menos, el desarrollo sea favorable.

—Aún no hemos llegado a las predicciones, señorita Uralis.

Pyrene asiente y soporta el interrogatorio con estoicismo: matanzas, quema de patrimonio cultural, extinción de especies animales, esclavitud... Oye su propia voz de abogada que resuena tenue en la sala y la odia. Porque no es la voz de Nuño ni la de Jimena. Y siente que se le escapan esas voces que no le dejan mostrar y que tal vez callen para siempre.

—Muéstrenos su arte, si es tan amable —interviene de pronto Tres.

Ella respinga y la esperanza aletea de nuevo en su pecho. Lo tiene todo preparado. Las paredes blancas de la sala se doblegan y cobran vida, mostrando las maravillas de ese mundo: los templos y esculturas de Grecia, la imponente pirámide en Giza, el sol entrando por la cámara del dolmen de Antequera, los códices decorados con esmero en los monasterios... Tal es su emoción que apenas presta atención a los evaluadores.

La presentación que había preparado se acaba, pero ella busca con avidez en su implante, mezclando ya el arte con escenas íntimas: Zoraida bailando bajo la luz de la luna en su jardín; a escasos kilómetros de aquel palacio moro, hacia el norte, el vecino de Nuño tallando un pequeño caballito de madera para su hijo; Jimena trenzando cestas, antes de caer enferma…

—Es suficiente.

Dos desactiva los hologramas y las luces y colores de la pared se arrugan y mueren como las hojas en otoño. Pyrene mira desorientada hacia los evaluadores: los ojos de Tres brillan y la muchacha juraría que está a punto de aplaudir.

—En resumen —comienza Uno en tono neutro—, la prueba número siete ha sido uno de los mayores fracasos de los experimentos de sembrado. Solo ha sobrevivido hasta ahora por haber permanecido oculto. La resolución es clara.

—No… —Pyrene tiembla visiblemente—. No podemos condenarlos. Apenas han gastado una centésima del tiempo que hemos tenido nosotros para alcanzar este estado. No siempre fuimos pacíficos ni igualitarios.

—Pero nunca nos masacramos así, por un dios inventado. —Dos reproduce una imagen del archivo de Pyrene: las cruzadas—. Ni en un millón de años podrían enmendarlo.

—¡Ni siquiera sabemos de dónde venimos nosotros! —Pyrene alza la voz y no es consciente de las lágrimas que ruedan por sus mejillas—. Quizá exista otro planeta superior con un tribunal que nos está juzgando en este mismo instante… Puede que, al ver cómo destruimos a nuestra propia creación, decida que tampoco somos dignos. Puede que…

—¡Silencio! —El rostro de Uno se desencaja al fin, liberándose de su máscara—. No sabes nada, chiquilla. Ese planeta será destruido. La sentencia es firme.

Los hologramas de los evaluadores se desvanecen y la sala impoluta parece gritarle su derrota.

—Ponente número mil dos, abandone el salón, por favor. Ponente número mil tres, acceda al salón, por favor.

Pyrene se tambalea hacia la puerta e ignora las miradas aburridas, blancas, del resto de doctorandos. Sale boqueando hasta la calle e inspira el aire purificado e inodoro que emiten los árboles artificiales. Ni rastro de olor a romero.

La muchacha se sienta en el suelo y llora porque no pudo ser el ángel salvador de Jimena, porque Nuño no será el Hércules que la entierre bajo una montaña cuando muera. Llora por la prueba número siete y por los otros cientos de planetas que fueron destruidos simplemente porque no estuvieron a la altura de un comité.

Entonces nota un golpecito en el hombro y se gira. A su lado, en carne y hueso, sonríe el evaluador Tres.

—Hola, Pyrene. Me ha gustado mucho tu exposición. Es una pena que se haya traspapelado.

—¿Qué quiere decir? —murmura la muchacha conteniendo los sollozos que sacuden su pecho.

—No les molestaremos más, a los de la prueba número siete. Seguro que saben apañárselas con tu ayuda.

—¿Y Uno y Dos? —Pyrene se levanta y mira a Tres con incredulidad. Con esperanza.

—No te preocupes por ellos, ya se han olvidado del caso. No entendían de misericordia.

Tres le guiña un ojo y se evapora, teleportándose a quién sabe qué mundo. Y Pyrene sonríe y murmura su noticia al viento, que ya casi sabe a romero.

—Ya vuelvo, Nuño. Lo hemos conseguido.

Ni en un millón de años

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