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II

Toro sentado, un enorme huracán que desde el espacio podía identificarse perfectamente como una masa luminiscente de color terroso, se había estabilizado hacía veinte años a poco más de cuatrocientos kilómetros al este de Miami. Toda la costa de Florida, desde Palm Beach hasta los Cayos, Bahamas y prácticamente la totalidad de la isla de Cuba habían quedado arrasadas y se perdieron como zonas privilegiadas de turismo. Al principio, cuando se tomó conciencia de lo inevitable, Toro Sentado fue motivo de gran cabreo para un montón de ricachones que acumulaban fortunas en la zona y que, de pronto, veían como el valor de sus propiedades inmobiliarias se volatilizaba en la atmósfera. Cargaron con furia contra el gobierno por su falta de previsión y por una larga historia de contumaz negación del cambio climático. Pero los ricachones pronto encontraron una nueva oportunidad de inversión en lo que, de repente, se revelaba como una nueva fuente de energía inagotable y el gobierno subvencionó generosamente el establecimiento de bases permanentes de aerogeneradores flotantes. En la actualidad, el ciclón genera un porcentaje muy sustancial del total de la energía que se consume en los Estados Unidos de América. Chinos, japoneses y coreanos compiten en el intento de domesticar un huracán similar en el Pacífico y la India intenta hacerse con un tifón en el Índico. Todos están ávidos por conseguir datos precisos para sus simulaciones. El reconocido tratante de datos Samuel «Gordo» Jones está metido en algunas de las negociaciones con los proveedores de datos y, gracias a sus contactos con el gobierno, había conseguido un acceso privilegiado al responsable de la empresa encargada del seguimiento y control del huracán permanente Toro Sentado. Nadie sabía cómo el capitán Swing se las había apañado para conseguir el contrato que, desde hacía cinco años, le aseguraba la explotación en exclusiva de los datos que recogía el buque oceanográfico Stormy Weather que mantenía en la zona.

—Toro sentado se ha estado desplazando de manera aleatoria a razón de entre dos y diez kilómetros anualmente, pero las últimas mediciones confirman que hay un elevado riesgo de una deriva direccional acelerada que podría comenzar en cualquier momento.

—El capitán está presentando un breve resumen de los acontecimientos recientes en la zona.

—He analizado en detalle los informes que habéis remitido y la verdad es que no veo qué problema hay —responde Samuel.

El capitán Swing se echa a reír y hace un gesto con la cabeza, dando a entender a Samuel que solo tiene que mirar detrás de él.

—Si tu equipo de telepresencia funciona correctamente, deberías poder apreciar la magnitud del problema. Permíteme que te presente a la bestia —dice girándose por completo.

Justo a la espalda del capitán Swing, a través de las ventanas de la sala de conferencias del buque, se distinguía perfectamente la masa amenazante del ciclón que parecía, en efecto, un enorme animal agitándose, revolviéndose y lanzando violentos zarpazos.

—¿Quieres oír cómo ruge el animalito? —continúa el capitán Swing, volviendo de nuevo a mirar a Samuel.

—No, no hace falta. Me hago cargo.

—Entonces, comprenderás que exista preocupación, y eso que, por el momento, solo un grupo muy reducido ha tenido acceso a los datos y a nuestras simulaciones.

—Seamos objetivos. Mis estimaciones de impacto en el índice de progreso objetivo en todos los escenarios que habéis presentado son neutras o positivas.

—Me gustaría verte explicando eso a los habitantes de Carolina.

—Los habitantes de Carolina no están mirando por el bien común. Están preocupados solo por su culo. Los protocolos de migración vigentes aseguran la relocalización para el noventa y nueve por ciento de la población. Y, específicamente, en el escenario peor para Carolina, si Toro sentado se quedara detenido justo encima, el IPO mejoraría de manera muy significativa porque se podría extraer un veinte por ciento más de energía del ciclón y un área mucho más amplia de la costa oeste no necesitaría bombeos de oxígeno.

—Pero, aun así, es muy probable que muriesen miles de personas y muchas lo perderían todo.

—Esa cifra es completamente irrelevante. Todos los días mueren casi cien millones de personas en el mundo.

—Caray, Gordo, ya me habían dicho que eras un tipo flemático, pero pensaba que esa palabra tenía otro significado.

—Capitán Swing, si no tiene inconveniente, creo que, después de este protocolario prolegómeno, podemos ir al grano. ¿No le parece? No tenemos todo el día.

Ni en un millón de años

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