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EL NIÑO COMO ENCARNACIÓN

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El niño actúa, por una parte y a su manera, las problemáticas familiares surgidas, entre otras cosas, de las problemáticas de cada uno de sus padres. E. Lévinas, en el prefacio a la nueva edición de Le temps et l’autre8 [El tiempo y el otro], escribe: «Lo posible que se le ofrece al hijo, colocado más allá de lo que puede asumir el padre, sigue siendo suyo en cierto sentido. Precisamente, en el sentido del parentesco».

Nosotros, por nuestra parte, formularemos las cosas un poco de otra manera: lo que cada ser humano ha reprimido en lo más profundo de sí mismo se le escapa, especialmente, en dos situaciones: la elección de la pareja amorosa durable (uno se asombra con frecuencia al ver algunos emparejamientos) y, de forma aún más fuerte y más sutil a la vez, la posición parental. El niño está hecho de todo eso por mecanismos de complejidades infinitas.

Lo que escapa a los padres —algunos hablarían aquí de lo reprimido o de lo «inanalizable»— no se encuentra en estado bruto. Sufre siempre transformaciones que habrá que describir rigurosamente. El padre, por lo demás, está tentado a no reconocer esas manifestaciones como salidas de él y que reflejan de manera implícita lo más profundo, lo más oscuro, lo más oculto de su ser. Además, el tránsito del uno al otro, del padre al niño, añade la carne: el resultado se traduce en rasgos de carácter, en comportamientos, en actos, incluso en la trayectoria de un destino. No olvidemos que, por otra parte, eso que escapa al padre y no es resuelto en él, se añade y se mezcla con lo que se transmite sin conflicto. El problema se complica por el hecho de que el niño no procede de una sola persona: él encarna también, de manera disfrazada, aquello que ha escapado (podríamos hablar de proyecciones inconscientes) al otro progenitor, pues la elección recíproca de los dos padres pone en juego, como ya hemos dicho, mecanismos del mismo orden.

Los abuelos, los tíos y las tías, los hermanos y las hermanas, desempeñan también un rol en el asunto. No hace falta recordar que cierto número de factores embrollan también el panorama: constitución física en parte heredada, lugar que ocupa entre los hermanos, historia particular del embarazo, del alumbramiento, de la llegada del niño, tema astrológico que algunos pretenden tomar en serio, relacionándolo con los temas parentales…

Más aún, el niño no es más que emanación de los fantasmas (inconscientes) de sus ascendientes y colaterales, y no de los azares de su venida al mundo ni de su existencia. Es sujeto y causa de sí mismo: él es su propio autor, al «hacer» algo singular con todas las influencias, con su «genio» propio (entidad difusa a falta de una definición precisa).

Su completa realización debería consistir en encontrar el lugar original más satisfactorio en una filiación, sin que por eso se limitase a los deseos que se ejercen respecto a él y que él mismo ha interiorizado (la rebelión reaccional es tan alienada como la total conformidad).

Psiquiatría de la elipse

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