Читать книгу Seguir soñando historia - J. R. R Oviedo - Страница 11
ОглавлениеUNA GATA Y UN MENDIGO
En una aldea lejana y olvidada por el tiempo, vivía un mendigo que todos los días se sentaba en el centro de la población, a los pies de la fuente de la que se abastecían todos los vecinos. Por allí pasaban mujeres y hombres en una procesión constante, por allí se escuchan los chismes más inverosímiles de los que es capaz el ser humano. A veces el fanfarroneo de los hombres, otras la discreta picardía de las mujeres, pero nunca faltaban palabras que pondrían en jaque relaciones, acuerdos, tratados o un reino entero.
Nadie parecía darse cuenta de la presencia del mendigo pues incluso, al llenar sus alforjas de agua, le mojaban y sin embargo éste parecía no inmutarse. Como podéis imaginar, en la variedad humana, había personas que le mojaban sin darse cuenta – tan embebidas estaban en su conversación – pero otras lo hacían en conciencia por mofa o maldad. Daba igual, el mendigo siempre tenía la mirada cabizbaja y el cabello tapado por un sombrero roído.
Al atardecer, cuando ya nadie acudía a la fuente, aparecía una gata negra y de intensos ojos amarillos que se enroscaba a los pies del mendigo. La gata siempre traía algo de alimento en la boca que soltaba al llegar a sus pies y ambos compartían en silencio, con breves bocados.
Había un detalle en que nadie reparaba, escribía con la última luz del día en lo que parecían unas hojas de pergamino gastadas.
Y así, con la misma secuencia, se repetía un día tras otro hasta que ocurrió un hecho que rompió esa extraña armonía: la gata dejó de aparecer y el mendigo sin nada que echarse a la boca, por poco que fuera, fue debilitándose. Tampoco ya escribía, pero eso nadie lo echaba en falta.
Las gentes de la aldea hablaban de ello y debatieron si debían ayudar a subsistir al mendigo – en contra de sus menguadas arcas – o dejarle morir teniendo presente que sería una agonía. Al pasar los días y no decidirse los aldeanos por una cosa u otra, y teniendo en cuenta la debilidad del mendigo, acabó por morir, no sin sufrimiento en forma de llagas y laceraciones por permanecer a la intemperie.
Al cabo de unas jornadas, con gran sorpresa de la aldea, apareció la gata que maulló con desesperación al no encontrarse con el mendigo. Creyendo que era un signo de mal augurio decidieron dar muerte al animal para así desterrar el supuesto mal de ojo que se podría cernir sobre ellos. Pero la gata, como si advirtiera el peligro, se escabulló hacia el bosque cercano con una agilidad y una velocidad imposible de contrarrestar.
Y cuando todos parecían haberse olvidado, ya que el paso del tiempo es capaz de curar los actos más detestables, llegó una delegación de la más alta autoridad. Nadie entendía que hacían allí, en esa aldea perdida, semejantes dignatarios, pero en seguida les ofrecieron posada, alimentos y cualquier ayuda que necesitaran para estar cómodos en ese humilde pueblo.
Ellos rechazaron todo con palabras bruscas y altisonantes no propias de su porte distinguido, enseñaron unas hojas de pergamino repletas de notas que comenzaron a leer en voz alta. Allí se descubrieron desde intrigas familiares a conjuras contra el poder, pero sobre todo retrataron a muchas de las personas. Al terminar de leer, detrás de la delegación, aparecieron soldados armados. La exclamación de asombro fue generalizada, estupefactos se quedaron cuando oyeron que la mayor parte de la aldea iría encadenada y presa sino demostraban que los hechos leídos en esos pergaminos, y referidos a la gente de esa aldea, eran falsos.
Nadie de los acusados pudo hacerlo y en el largo caminar, sujetos a grilletes y hambrientos, pararon en un pueblo y escucharon una historia extraña a la par que espeluznante que estaba recitando un orador ambulante:
“Esta es una historia muy antigua, de tiempos ya olvidados. Si un mendigo ves aparecer en tu comunidad, no lo desprecies. Si un mendigo descansa en tus calles junto a un felino negro, no os encontráis ante un hombre sino ante una especie de ser inmortal que recorre los pueblos y aldeas en busca de la verdad. Lleva consigo pergamino, en el que apuntará la maldad de hombres y mujeres que va escuchando, hasta que cree haber sido suficiente. Entonces, sin saber bien cómo, la gata se ausentará con lo escrito para denunciar a quién se comporta de forma errada. Él muere a vuestros ojos, pero en realidad no lo hace y ese es su propio castigo, su destino es volver a encarnarse hasta que por fin encuentre un lugar en el que no tenga nada que escribir. Anhela la verdad y no parece encontrarla”