Читать книгу Seguir soñando historia - J. R. R Oviedo - Страница 8
ОглавлениеSUmer Y Egipto
El faraón Jufu pidió que el comerciante sumerio, recién llegado a Egipto, se presentara ante él. Quería despejar de primera mano las dudas que sus escribas le habían ido presentando a lo largo de su vida. Llevaba meses pensando en ello y, en consecuencia, había pedido a sus soldados que estuvieran atentos y le trajeran a audiencia real al siguiente comerciante venido de Sumer.
– ¿Es cierto que eres hombre venido de tierras sumerias? – preguntó el faraón-
– Mi señor Keops, no le entiendo – contestó el comerciante – soy un sag-giga, el pueblo de las cabezas negras.
Un escriba se acercó al faraón y le susurró algo al oído. Este continuó hablando:
– Bueno sag-giga, sumerio… Es lo mismo. Pero dime, ¿por qué te refieres a mí como Keops? ¿Es una palabra de vuestro pueblo para realzar mi divinidad o grandeza?
– Antes de llegar a su reino, he estado comerciando en Creta, donde se referían a su señor como Keops. Pensé que era su nombre de gobernante.
– ¡Qué absurdo! ¡Keops! – reía el faraón a carcajadas – difícil de entonar y un nombre extraño para dejar huella en la posteridad. Recuerda y transmítelo a tu pueblo y a todos con los que comercies: Jufu, ese será mi nombre en los astros.
– Como usted quiera, mi señor Jufu. Igualmente es un placer estar ante su presencia, su grandeza es sabida en todos los puertos y rutas de comercio.
– Bien, gracias, pero basta ya de presentaciones y halagos. ¿Qué comercias en mi reino?
– Traigo artesanía de mi pueblo, sobre todo, nuestro afamado sello cilíndrico donde se puede ver la idiosincrasia de nuestras gentes. A cambio busco metales, piedras preciosas y madera para nuestras tierras.
– En esos sellos cilíndricos – comentaba intrigado el faraón Jufu – ¿aparece vuestra escritura?
– No mi señor, en los sellos plasmamos escenas de nuestro pueblo o de nuestros dioses, no dejan de ser un elemento decorativo con el que comerciamos entre nosotros, los sag-giga o fuera de nuestras fronteras, como entre los dignatarios de su pueblo. Si mi señor quiere conocer nuestra escritura, para ello tiene las tablillas de arcilla donde dejamos constancia de leyes, acciones a subrayar o llevamos la administración de nuestros negocios.
– Enséñame alguna si las tuvieras en tu poder.
El hombre de Sumer, acató con la cabeza afirmativamente. Se retiró momentáneamente, pidiendo permiso para ello, dirigiéndose a la puerta para comunicarse con un esclavo al que pidió ir al puerto y tomar alguna de las tablillas que llevaban en la embarcación. Esto llevaría un rato, pero el faraón no quería perder la oportunidad, cuando el comerciante sumerio volvió a la audiencia y siguió hablando:
– Dime, hombre de Sumer, ¿la escritura se inventó en tu pueblo u os enseñan que la inventamos nosotros?
– No tengo respuesta a eso, mi señor. Las personas que aprendemos a escribir recibimos la idea que somos el primer pueblo que se asentó en ciudades y con ello, con todas las derivadas administrativas que surgen de dejar de ser nómadas, se hace necesaria la escritura, las leyes, un sistema de gobierno, la propiedad privada y así podría seguir repasando una lista innumerable de inventos.
– Ya veo ya – comentaba pensativo el faraón Jufu – nosotros también pasamos ese tránsito a las ciudades y escribimos para dejar constancia de leyes, tratados de culto religioso o de carácter administrativo. Con todo ello somos capaces de construir algo tan grandioso como la pirámide que se está construyendo y habrás visto antes de llegar a palacio. Veo que es como decían mis escribas, vuestro pueblo cree haber inventado lo que somos el resto. Pero sigue hablándome de esa lista innumerable de inventos…
– Como ordene su señor. En nuestro pueblo hemos creado un sistema giratorio para modelar la cerámica sin mucho esfuerzo, un calendario para tener claro los periodos de cosecha, un reloj para fijar las horas del día y con ello mejorar la burocracia de mi país, el mismo carro de guerra con el que me consta su pueblo combate con bravura o la cerveza, esa bebida que…
Fue imposible seguir, las carcajadas del faraón y sus escribas fueron bastante sonoras.
– Nada de lo que dices, escúchame bien hombre de Sumer, es algo que los egipcios hayamos importado de vuestras tierras. Nosotros hemos generado todo ello de forma autóctona.
– Lo siento mi señor si le he ofendido, como le decía es una transmisión que recibimos, pero lógicamente yo no he inventado nada.
– Me encantaría que mis escribas dialogaran con esos que dices os transmiten para que fueran conscientes de otro punto de vista. No obstante, ya me ha quedado claro lo que buscaba y veo que el debate sería estéril, ambos tenemos nuestra propia idea de creación de todo. A la espera de ver vuestra escritura, tómate un descanso, come algo y se bienvenido a mi morada.
Cuando llegaron las tablillas era ya de noche. El comerciante sumerio, acatando órdenes y ayudado por su esclavo que transportaba las tablillas, se acercó a la estancia donde el faraón reposaba tras la cena.
– Oh, ya estás aquí de nuevo, acércame esas tabillas – pidió el faraón-. Vaya, vaya – comentó tras verlas – diferente a la nuestra, escribís en forma de cuña lo que lo hace ilegible a los que estamos acostumbrados a escribir con pictogramas.
– Sí, mi señor, antaño usábamos también pictogramas, como su pueblo, pero evolucionamos al cuneiforme ya que así podíamos registrar de forma sencilla los intercambios comerciales, las pérdidas y ganancias del comercio.
El faraón llamó a sus escribas y estuvo departiendo unos minutos con ellos. Continuó hablando tras ello:
– Mis sabios y yo, te concedemos la duda de la escritura. Vuestra evolución puede indicar que sois la primera civilización en registrar por escrito una lengua, pero los otros inventos que nos comentaste los ponemos más que en duda. No dudamos de tu honradez, pero si lo hacemos por nuestro propio desarrollo como pueblo. Tenlo presente cuando vuelvas a tu país y comercies con otros pueblos, relata a todos la grandeza de nuestro reino.
– Así lo haré mi señor, no tenga duda.
– Bien, pero dime – el faraón tomó una tablilla al azar y señaló una parte de la misma – aquí, ¿qué pone exactamente?
– Si te meten en agua se volverá fétida, si te cuelan en un huerto se pudrirán los frutos. – El sumerio al darse cuenta de lo leído se puso rojo – Disculpe mi señor, es lo que dice realmente ya que es un escrito referido a los que infringen las leyes recurrentemente.
– Tenéis sentido del humor parece – reía muy divertido el faraón Jufu. El sumerio respiró al ver que el faraón no lo hacía personal el texto leído. Continuó hablando Jufu – sigue diciéndome sobre esos inadaptados a las leyes… ¿Qué más escribís?
– Aquí por ejemplo dice: “todavía no ha cazado a la zorra y ya le ha hecho un collar” pues se refiere al caso de un criminal que antes de cometer un robo ya se había gastado el dinero, endeudando con ello a su familia.
– Entiendo… Tenéis la idea de familia bien asentada para lo bueno y lo malo.
– Sí señor – comentó el hombre de Sumer – por ejemplo, fíjese aquí, dice: “La amistad dura un día, el parentesco siempre” o esta otra: “Quien no ha tenido una mujer o un niño, no ha llevado nunca un aro en la nariz”
– ¿Un aro en la nariz?
– Sí mi señor, a nuestros prisioneros les perforamos la nariz con un aro y les pasamos una cuerda por dicho aro. Para que recuerden con dolor el daño hecho. Esto, en ocasiones, es lo que siente un hombre en su relación familiar.
Las carcajadas fueron sonoras en palacio, incluso las esclavas de palacio esbozaron una tímida sonrisa por la ocurrencia sumeria. Todo era magnificado por la calma con la que lo expresaba el comerciante sumerio.
– Sois ingenioso no hay duda. ¿Existe algún escrito o proverbio sobre el poder y la riqueza?
– Sí, mi señor, sobre ello tenemos varios – comenzó a recitar de memoria-, por ejemplo, sobre las cargas que supone el poder: “Quien tiene mucho dinero puede ser dichoso, quien tiene mucha cebada puede ser dichoso, pero el que no posee nada puede dormir”. O sobre los abusos de poder: “puedes tener un amo, puedes tener un rey, pero a quien debes temer es al recaudador de impuestos”
– Veo que tendré que atar en corto a los míos siguiendo vuestro consejo – sonreía abiertamente el faraón – en cuanto a la dicha no deja de ser cierto que solo el que dispone tiene esas preocupaciones que relatas, pero los pobres tienen otras mayores.
– Oh sí mi señor, para eso tenemos: “el pobre toma prestado dinero y preocupación”.
– Sabio consejo sin duda, aunque por el interés de algunos más vale que no se extienda. ¿Algo que escriba tu pueblo en esas tabillas y me valga a mí como faraón?
– Hay un proverbio antiguo que encontramos en muchas tablillas ya que nuestros gobernantes gustan recordarlo para evitar el caos en nuestro país: “Tú vas y conquistas el país enemigo; el enemigo luego viene y conquista tu país”
– Vaya, muy atrevido, parece que os protegéis al mundo lanzando la amenaza de que habrá respuesta.
– No mi señor, este proverbio lo aplicamos dentro de nuestro pueblo y para todas las situaciones cotidianas, no sólo las conquistas entre reinos.
– Y, sobre mi gran construcción piramidal ¿algún proverbio para finalizarla?
– Nuestra sabiduría aconseja: “Quien edifica como un señor vive como un esclavo, quien edifica como un esclavo vive como un señor”
Siguieron toda la noche, enfrascados en los miles de proverbios que Sumer ha legado al mundo en sus tablillas y el faraón Jufu tuvo la fortuna de conocer, en parte, esa jornada. Sumer y Egipto, cuna de civilizaciones.