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Mientras Slim se sentaba al otro lado de la mesa destartalada del hombre que se había presentado como Lester «pero llámeme Les» Coates, se encontró pensando constantemente en el reloj que había dejado despreocupadamente sobre la cama en el albergue. Podría valer una pequeña fortuna, algo que, en ausencia de trabajos a la vista, le habría resultado muy útil ahora mismo.

—Las historias continuaron —dijo Les tomando el té que Slim encontraba decepcionantemente flojo—. Fue literalmente un caso de visto y no visto. Desde el desplome de un pozo minero en Bodmin Moor al secuestro por un grupo terrorista internacional. Muy rocambolesco, podríamos decir.

—¿Vivía cerca de aquí?

—En la Granja Worth. Al norte de la mía, la segunda entrada a la izquierda. Tenía gente que trabajaba para él, pero era un mero mantenimiento. La gente siempre decía que la mantenía con pérdidas para desgravar impuestos.

—¿Para sus relojes?

—Eso fue luego. Empezó como granjero, al heredar la granja de su padre, creo. Luego, cuando aumentó el interés por su otro trabajo, recortó por un lado para expandirse por otro.

—¿Eran amigos?

Les sacudió la cabeza.

—Vecinos. Nadie era en realidad amigo del viejo Birch. No era la persona más sociable, pero era bastante amable si te lo encontrabas por la calle.

—¿Familia?

—Esposa e hija. Mary la sobrevivió unos pocos años, pero, después de morir, Celia vendió la propiedad y se mudó. La nueva pareja que vive ahí son los Tinton. Gente bastante agradable, pero algo cerrados. Maggie es algo pija, pero no es buena gente.

—¿Conocían la historia del lugar cuando lo compraron?

Les sacudió la cabeza.

—No sabría decirle. Ni siquiera supe que Celia lo había puesto en venta hasta que empezaron a llegar las furgonetas de la mudanza. Indudablemente no había carteles de venta hasta que apareció el de vendido. Habría estado bien que alguien del pueblo lo comprara, pero no puedes evitar estas cosas. De todos modos, a nadie le entristeció que Celia se fuera. Buen viaje.

Slim frunció el ceño ante el repentino cambio en el tono de voz de Les. Le recordó la reacción que había recibido al principio al mencionar a Amos.

—¿Por qué dice eso?

Les suspiró.

—La niña era mala gente. El viejo Birch tenía dinero. A la niña no le faltaba nada, iba por ahí con descaro. Se decían todo tipo de cosas sobre ella.

—¿Como qué?

Les parecía dolido, haciendo muecas como si las palabras fueran una fruta podrida en su interior y no tuviera otra alternativa que tragarla.

—Le gustaban los hombres, eso decían. Los prefería casados. Más de un par de casas se vendieron mientras ella estaba por aquí, con familias que se separaban. Tenía solo diecinueve años cuando Amos desapareció y muchos dijeron que él ya había tenido bastante.

—¿Cree que ella lo mató?

Les golpeó la mesa lo suficientemente fuerte como para sobresaltar a Slim y luego dejó escapar una risa perruna.

—Oh, Dios, no. ¿Cree que se habría librado con algo así? La chica tenía sus recursos, pero no puedo creer que ideara una forma de librarse de él.

Slim quería preguntar a Les si conocía el nuevo domicilio de Celia, pero el viejo estaba frunciendo el ceño como mirando al vacío. Slim miró a su alrededor, buscando señales de la presencia de una mujer y no encontró ninguna. Se preguntó si las historias sobre el estilo de vida decadente de Celia Birch eran algo más que rumores.

—Gracias por su tiempo —dijo, levantándose—. Le dejo con sus cosas.

Les acompañó a Slim hasta la puerta.

—Venga cuando quiera —dijo—, pero, si quiere un consejo, no profundice mucho.

—¿Qué quiere decir?

—Las puertas de este sitio siempre están abiertas a los extraños. Pero si curiosea demasiado en lo que hay detrás de ellas, tienden a cerrarse de golpe.

El Secreto Del Relojero

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