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ОглавлениеVisitar la biblioteca local más cercana significaba volver a Tavistock. Slim se encontró solo en una sala de archivos buscando entre enormes ficheros de viejos periódicos locales de gran tamaño, amarillentos y crujientes por el paso del tiempo.
Cada fichero contenía el equivalente a un año de semanarios. Como esperaba de los periódicos de un pueblo pequeño llenos de anuncios de agentes de propiedad inmobiliaria y empresas de alquiler de maquinaria agrícola, había poco sensacionalismo en las breves noticias sobre la desaparición de Amos Birch. «Relojero local desaparece en misteriosas circunstancias», decía un titular, antes de continuar con una noticia tan poco detallada que era casi una repetición del título, centrándose en la historia de Amos como artesano con grandes habilidades y respetable granjero local, pero sin ningún rastro de especulación.
La noticia más interesante la encontró en un fichero de un periódico llamado el Tavistock Tribune:
«El granjero local y famoso relojero Amos Birch (53) está desaparecido desde la tarde del jueves, 2 de mayo, según ha denunciado ante la policía su esposa Mary (47). Famoso tanto nacional como internacionalmente por sus complejos relojes hechos a mano, se cree que Amos pudo ir a dar un paseo al atardecer por Bodmin Moor y perderse. Se considera que estaba mentalmente bien y no tenía problemas de salud, pero, según su esposa, estaba cada vez más nervioso durante la semana anterior a su desaparición. La familia pide que cualquier información con respecto a la desaparición de Amos se comunique a la policía de Devon y Cornualles».
Slim releyó el artículo un par de veces y luego frunció el ceño. ¿Nervioso? Podía querer decir cualquier cosa, pero sugería que Amos sabía que algo podía estar a punto de ocurrir. ¿Había planeado huir o le había ocurrido algo?
Recordando una cita que le había contado un antiguo colega del ejército acerca de cómo las pistas de un delito aparecían a menudo mucho antes que el propio delito, buscó unas semanas antes en las páginas de los periódicos para encontrar algo relacionado con Amos Birch. Aparte de una columna de más de un mes antes de la desaparición, que daba cuenta de un premio a Amos de una asociación nacional de relojeros, no había nada.
A la hora de la comida empezaron a dolerle los ojos doloridos por la lectura de textos difuminados por el tiempo, por lo que se fue a un café cercano a recuperarse. Allí llamó a Kay, pero su amigo traductor no tenía aún información sobre el contenido de la carta.
La mente que se había dirigido a la investigación privada unos pocos años después de su deshonrosa expulsión del ejército estaba empezando a zumbar con ideas rocambolescas. Nadie se levanta y abandona una relación estable sin ninguna razón. O vas hacia algo o huyes de algo.
Las posibilidades eran infinitas. Un amante sería lo evidente hacia lo que ir y un cliente descontento o un competidor de lo que huir. Sin ninguna imagen del propio Amos, era difícil hacerse un juicio. Hasta ahora en las conversaciones de Slim el relojero había resultado un personaje oscuro en la comunidad, con la misma oscuridad de su profesión colocándole un halo de misterio. Incluso el camino a la Granja Worth y los altos setos que la rodeaban daban a la familia Birch un aire de encierro, un aire que los Tinton habían mantenido.
El café tenía teléfono. Slim tomó una guía de una estantería a su lado y volvió a su mesa. Había unas dos docenas de Birch, pero ninguno que empezara con una C.
Slim volvía a la estación de autobuses cuando oyó a alguien gritar detrás de él. Algo en su tono urgente le hizo darse la vuelta y vio a Geoff Bunce saludándolo desde el otro lado de la calle. Slim esperó a que el hombre cruzara la calle.
—Pensé que era usted. Unas largas vacaciones.
Slim se encogió de hombros.
—Soy mi propio jefe. Puedo hacerlas tan largas como quiera.
—¿Así que le ha visto? ¿A su amigo?
El sarcasmo en el tono de voz del hombre causó una ola de enfado en el estómago de Slim, pero forzó indiferencia en su voz.
—¿Amos Birch?
—Sí. ¿Le ha devuelto el reloj?
—Todavía no. Estoy en ello.
—Mire, no sé quién es usted, pero creo que sería sensato tomar ese reloj y volver por donde vino.
Slim no pudo reprimir una sonrisa. Era un exmarine que había prestado servicios en el ejército británico amenazado por un Papá Noel vestido con una chaqueta verde de entretiempo. Bunce podría haber dicho que había sido militar, pero era difícil creerlo.
—¿Qué es tan divertido?
—Nada. Solo me intriga la dureza de su tono. Solo soy un hombre que trata de vender un reloj antiguo.
—Venga, Mr. Hardy, eso es lo último que creo que sea.
—Recuerda mi nombre.
—Lo anoté. Hay algo en usted que me da mala espina.
—¿Solo algo? —Slim suspiró, cansado de juegos—. Mire, ¿quiere saber la verdad? Estoy aquí de vacaciones. Encontré ese reloj enterrado en Bodmin Moor. Esa mierda casi me rompe el tobillo. Solo resulta que mi trabajo actual, para bien o para mal, es el de investigador privado. Es difícil resistirse a un misterio.
Bunce arrugó la nariz.
—Bueno, eso cambia las cosas.
—¿Qué quiere decir?
El otro hombre asintió, resopló, como si se preparara para revelar algo importante. Slim levantó una ceja.
—Verá —dijo Bunce—, yo fui la última persona que vio vivo a Amos Birch aparte de su familia más cercana.