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—¿Se va a quedar una semana más, Mr. Hardy?

Mrs. Greyson, la anciana dueña de Lakeview Bed & Breakfast, un albergue que cumplía solo dos de sus tres nombres,1 con su mirada severa, estaba esperando en el sombrío recibidor cuando Slim entró a través de la puerta principal. Helado y dolorido por el largo paseo y todavía asustado por lo cerca que un Escort con un motor revolucionado había estado de hacerlo picadillo, había esperado evitar una disputa al menos hasta después de haberse duchado.

—No lo he decidido todavía —dijo—. ¿Puedo contestarle mañana?

—Es que necesito saber si puedo alquilar su habitación.

Slim no había visto ningún otro cliente en ese albergue de cuatro habitaciones. Sonrió forzadamente a Mrs. Greyson, pero, mientras pasaba por delante de ella hacia las escaleras, se detuvo.

—Oiga, ¿no conocerá algún sitio por aquí que haga tasaciones?

—¿Tasaciones? ¿De qué?

Slim levantó la muñeca y agitó el reloj vulgar que había comprado en unas rebajas en Boots hacía un año.

—He pensado que podía empeñar esto —dijo—. Tal vez sea el momento de cambiarlo.

Mrs. Greyson arrugó la nariz.

—Puedo decirle lo que vale eso. Nada.

Slim sonrió.

—Hablo en serio. Era de mi padre. Es una herencia familiar.

Mrs. Greyson encogió los hombros, como si fuera consciente de que estaba mintiendo.

—Estoy segura de que pierde el tiempo, pero si va realmente en serio, encontrará alguno en Tavistock. Tienen mercado todos los sábados. Se vende todo tipo de basura y sin duda encontrará a alguien dispuesto a quitarle eso de las manos por un pequeño importe.

—¿Tavistock? ¿Dónde está?

—Al otro lado de Launceston. En Devon. —Esto último lo dijo arrugando la nariz, como si existir más allá de Cornualles fuera el más horrible de los crímenes.

—¿Hay autobús?

Mrs. Greyson suspiró.

—¿Por qué no alquila un coche? ¿Qué clase de persona viene a Cornualles sin un coche?

«La clase de persona que ya no tiene permiso de conducir», quiso decir Slim, pero no lo dijo. Sus prejuicios ya eran suficientes sin saber su suspensión por conducir ebrio.

Ya se lo dije, trato de ser responsable con el medio ambiente. Trato de vivir de acuerdo con mi lado ecologista.

—Me alegro por usted. —Otro suspiro—. Bueno, hay un horario en la puerta de su habitación, como le dije antes.

Slim no recordaba si se lo había dicho o no. Es verdad que había algo, pero se había borrado hasta casi hacerse ilegible y probablemente estaría desactualizado desde hacía años.

—Gracias —dijo, lanzándole una sonrisa.

—Sinceramente, no sabe la suerte que ha tenido de que First Bus haya empezado a funcionar en el norte de Cornualles. Hasta ahora, solo había un autobús a Camelford en toda una semana. Salía a las dos de la tarde el martes y tenías que esperar una semana para volver a casa. ¿Se imagina atrapado en Camelford una semana? A cualquiera le basta con una hora.

—¿Tan malo es?

Mrs. Greyson no apreció el sutil sarcasmo de Slim.

—Han tenido una circunvalación durante años. Al menos ahora los autobuses van dos veces al día. Fue Blair quien lo arregló. Las cosas han ido a peor desde que volvieron los conservadores. Fueron a por la piscina de mar de Bude, luego los baños públicos de…

—Gracias, Mrs. Greyson —dijo Slim.

Mrs. Greyson se volvió hacia la cocina, aún moviendo la boca en silencio, mientras las palabras seguían cayendo como gotas de un grifo que pierde agua, con sus manos mezclando torpemente un fajo de sobres de facturas y extractos bancarios. Slim empezó a creer que la conversación había terminado, cuando ella se detuvo y se volvió hacia él.

—¿Va a salir a cenar otra vez esta noche?

Penleven solo tenía una tienda que cerraba a las seis y un pub que dejaba de servir comida a las ocho y media. Tenía media hora para llegar a su mesa solitaria en el comedor o serían unos fideos precocinados y un sándwich de atún por tercera noche seguida. Aunque Slim tenía sus motivos para extender su estancia en Cornualles, vivir de acuerdo con su sobrenombre no era uno de ellos.2

Asintió.

—Creo que sí —dijo.

—Bueno, no se olvide de la llave —dijo, algo que le había dicho todas las noches de su estancia de tres días—. No me voy a levantar para abrirle.

El Secreto Del Relojero

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