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PRODUCCIÓN DEL ACTO Y ESQUEMATIZACIÓN NARRATIVA Un cuerpo “imperfecto”

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La esquematización narrativa tradicional supone de entrada un actante perfectamente dueño de su cuerpo, un cuerpo domesticado que solo hace aquello para lo que está programado, que no es más que un lugar de efectuación pragmática de los actos calculables a partir de un programa narrativo.

Ahora bien, es sabido que ningún actor humano puede ser programado de esa manera, y que, por el contrario, la dramatización de la acción humana implica un cuerpo imperfecto y desobediente, apenas programable, sometido a emociones y pasiones. La dramatización del deporte de alto nivel, por ejemplo, no se reduce al conflicto entre los adversarios, sino que se nutre con creces de los defectos, de las torpezas y de los accidentes que ocurren en las secuencias gestuales. Eso es precisamente lo que hace que el relato deportivo sea un “drama humano”, y que la competición sea un combate entre hombres y no entre máquinas.

En los discursos concretos igualmente, apenas se encuentran actores “de papel”, cuyo cuerpo esté domesticado de ese modo y perfectamente programado. Por eso mismo, tenemos que preguntarnos por la relación entre la programación y las suertes de la acción: actos fallidos, inadvertencias y negligencias, esas “escorias” de la acción que no dejan de producir sentido, aunque solo sea en la dimensión afectiva del discurso. Pero, más allá, la cuestión se extiende al conjunto de la esquematización narrativa: ¿existen otros esquemas narrativos además de los de la programación de la acción?

En otros términos, si la programación puede ser definida como una forma de necesidad, ¿cuál es el margen de libertad del actante, de una libertad individualizante, que haría posibles tanto los fracasos de la acción como la belleza del gesto? Más aún, si la programación del actante fuese concebida como una de las presiones que se ejercen sobre su cuerpo, entonces la inercia que asegura la individuación se manifestaría como resistencia (por saturación o por remanencia) a esa presión ejercida desde el exterior (actante heterónomo) o desde el interior (actante autónomo).

Para abordar estas cuestiones comenzaremos por analizar rápidamente un cuento africano, So y la cíclope.

SO Y LA CÍCLOPE

Los recursos de la selva no se pueden realmente enumerar. Ofrece todo el año a los que lo desean y que tienen el coraje de buscarlas, plantas, raíces, frutas comestibles. Ahora es la estación en la que los frutos de ndengi están maduros; ¡no se puede dejar pasar esa oportunidad!

Justamente, las niñas del pueblo se acaban de reunir, cada cual con su palangana, para ir a recoger frutos del ndengi. La larga fila sinuosa de niñas se pone en marcha y toma la dirección del río, cantando, riendo y bromeando a grandes y alegres gritos. Basta con seguir la orilla para encontrar fácilmente un ndengi de cuando en cuando. Antes de ponerse a recoger los frutos, objeto de su recolección, las niñas se detienen a la sombra de un gran árbol, muy cerca del agua, para descansar un poco. Se sientan en círculo a fin de poder conversar con más facilidad, dejando sus palanganas junto a ellas. Una de las niñas, a la que llaman So, toma su palangana, la voltea y se sienta encima, pues se halla más a gusto que sentada en el suelo. Sus amigas la recriminan:

–“¡So! No debes sentarte sobre la palangana de tu madre. Eso no está bien, pues haciendo eso, faltas el respeto a tu madre.

–¿Y qué? –dijo So. No tienen por qué molestarse, pues no voy a estar sentada aquí sin moverme; miren, tengo sed, y ahora mismo voy a sacar agua del río”.

Se levantó enseguida, tomó su palangana y se metió al río hasta que el agua le llegó a las pantorrillas. Se inclinó para llenar la palangana, pero perdió el equilibrio, y al intentar levantarse, soltó la palangana y se la llevó la corriente, bastante fuerte en aquel sitio. La palangana navegó por largo tiempo siguiendo el curso de las aguas.

Finalmente, llegó donde la Cíclope, una suerte de monstruo espantoso que deambula por el bosque y por las orillas de los ríos, enorme mujer con un solo ojo en medio de la frente, y que tiene la detestable costumbre de devorar a las personas que encuentra en su camino y que puede atrapar.

Durante ese tiempo, las demás niñas hacen su provisión de frutos de ndengi, excepto So que no tiene ya su palangana para llevarlos. Terminada la recolección, las niñas regresan al pueblo.

Cuando So, un tanto avergonzada, llegó a su casa, su madre, asombrada al verla con los brazos colgando, le pregunta:

–“¿Dónde están los frutos de ndengi que tenías que recoger?

–¡Madre! No he podido recogerlos ni traerlos porque me quedé sin palangana.

–¿Cómo? ¿Dónde está la palangana que te entregué? Bien sabes lo mucho que yo la quería.

–La perdí cuando quise sacar agua del río. Se me escapó de las manos y se la llevó la corriente.

–¡Así que has perdido mi palangana! ¡Vete inmediatamente a buscarla! ¡Apresúrate! ¡Y no vuelvas hasta que no la hayas encontrado!

Y para expresar su descontento, su madre le dio una bofetada.

So, llorando, volvió a la orilla del río, desató una piragua y la dirigió al medio del río. Se dejó llevar por la corriente, vigilando las orillas para ver si la palangana había quedado atrapada por las raíces o por las hierbas acuáticas. Pero no la vio.

En una vuelta del río, escuchó una voz que la llamaba; ella miró con toda atención. Era una mujer vieja, parada en la orilla, que le hacía señas para que se acercara. So, hábilmente, condujo la piragua con la ayuda de su remo hacia la orilla. Al acercarse, constató que la vieja estaba cubierta de llagas purulentas. La vieja la esperó, y cuando So echó pie a tierra, le dijo:

–Mi pequeña, ¿quieres hacerme un favor? Toma un bastón, golpea mis llagas y luego echa encima un poco de remedio.

–Madrecita, respondió So, ven aquí, junto a mí. Te voy a cuidar enseguida.

Y, delicadamente, levantó con suavidad las costras de las llagas, las lavó con sumo cuidado y extendió el remedio encima. En agradecimiento, la vieja le preparó un gran pescado de sabor exquisito, bañado con una salsa deliciosa. So, abierto el apetito por el olor del pescado, se lo comió todo. Luego, la vieja le dijo:

–¿Y adónde vas así, tú sola?

–Dejé escapar la palangana de mi madre y el río se la llevó. Mi madre, encolerizada, me ordenó que fuera a buscarla y que la llevase de nuevo a casa.

–La Cíclope, que vive un poco más lejos, seguramente que ha recogido tu palangana. No temas. Vete ahora, y cuando veas la piragua de la Cíclope, vete a interceptarla con la tuya. Cuando pretenda matarte, tu le dirás: “Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta”, y entonces, ella te dejará.

So agradeció a la vieja señora, volvió a su piragua y se dejó llevar de nuevo por la corriente. El día comenzaba a caer cuando, de repente, ante ella, apareció la piragua de la Cíclope. So, al ver ese monstruo que la miraba cruelmente con su único ojo, sintió que se le paralizaba el corazón; pero acordándose de las recomendaciones de la vieja señora, dio un fuerte impulso a su piragua y fue directamente a interceptar la de la Cíclope.

Esta se tambaleó y se puso a gritar:

–¡Voy a matarte!

–Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta.

Instantáneamente, el rayo cruel del ojo de la Cíclope se apagó. Cogió a la niña de la mano y la llevó a su casa; preparó la cena y la compartió con So. Después le asignó una cama para pasar la noche. Cuando la oscuridad ya era completa, se acercó a So con intención de matarla. La niña, que no dormía aún, al verla tan cerca, gritó:

–¿Qué pasa? Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta.

La Cíclope, entonces, se alejó gruñendo. Varias veces durante la noche, se repitió la misma escena: la Cíclope se acercaba con intención de matar a la niña, pero esta, cada vez la detenía con la misma frase. Finalmente, amaneció el nuevo día para gran consuelo de So. La Cíclope calentó las sobras de la cena de la víspera. Después de haber comido, la Cíclope dijo a la niña:

–Ven conmigo al bosque.

– No madre; no voy a ir al bosque, respondió So, desconfiada.

–Bueno, iré yo sola. Pero seguramente tendré sed cuando vuelva. Vete a sacar agua con esto y guárdala dentro para mí.

Y le dio un tamiz a la niña. Era, indudablemente, una prueba imposible de realizar; el fracaso hubiera permitido a la Cíclope castigar a la niña y matarla. La Cíclope se fue al bosque, y So bajó al río. Trató en vano, durante un rato, de sacar agua. Ante la inutilidad de sus esfuerzos, renunció a la tarea y regresó a casa de la Cíclope.

La Cíclope no había regresado todavía. Así que So pudo registrar a su gusto, y pronto encontró la palangana de su madre, y se apoderó de ella. Luego, huyó, saltó a su piragua y a grandes golpes de remo, tomó el camino de regreso. La Cíclope, al no encontrar a So a su regreso salió en persecución de la niña. Pero esta le llevaba tal ventaja que la Cíclope no pudo alcanzarla, y gruñendo de rabia, volvió a su casa. Un poco más tarde, la madre de So coge la escudilla de la niña para ir a pescar. La escudilla se le escurre de las manos y es arrastrada por la corriente. Cuando So vio a su madre volver sin su escudilla, le preguntó:

–¡Madre! ¿Dónde está mi escudilla?

–Se me ha caído en el río y no he podido atraparla; la corriente se la ha llevado.

–Pues vete inmediatamente a traérmela; ya sabes cuánto la quiero.

Renegando, la madre de So tomó una piragua y partió en busca de la escudilla. Cuando la vieja la llamó y le rogó que se acercara para lavar sus llagas, la madre de So le respondió con dureza que ella no había ido hasta allí para curar las llagas de una vieja a la que ni siquiera conocía. Y siguió su camino sin detenerse. La vieja no le indicó, pues, lo que convenía hacer al encontrarse con la Cíclope. Poco tiempo después, la madre de So se encontró cara a cara con la Cíclope, cuya piragua interceptó. Paralizada por el terror, no se movió, no dijo nada. La Cíclope la atravesó entonces con su cuchillo arrojadizo, la mató, la despedazó, la coció y la comió.

Cuentos del bosque, recogidos por J. M. C. Thomas, colección Fleuve et Flamme, CNI, Edicef.

Soma y sema

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