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Intención y atención

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Esta última observación invita a hacer un rodeo: dos nociones vuelven sin cesar en las discusiones sobre el lapsus: la intención y la atención. Grosso modo, se trata de saber si el debilitamiento de la atención compromete o no el valor intencional del habla.

Para Freud, parece claro que el relajamiento de la acción inhibidora de la atención, invocada por Wundt21, no compromete la intención:

El libre desarrollo de las asociaciones se produce precisamente a continuación del relajamiento de la acción inhibidora de la atención o, para expresarnos con más exactitud, gracias a ese relajamiento22.

El “gracias a” subrayado por Freud presupone una suerte de intención concurrente, la del desarrollo de las asociaciones. Análisis confirmado más adelante:

… esas condiciones son utilizadas de buen grado por la intención de la idea reprimida a fin de adquirir una expresión consciente23.

La expresión “intención de la idea reprimida” solo puede comprenderse si se supone la existencia de otra instancia de discurso (otra instancia actancial), disimulada en profundidad detrás de la instancia que produce el discurso manifiesto, dotada de una fuerza y de una meta: adquirir una expresión consciente. Una fuerza que tiene por meta la manifestación discursiva: tal podría ser la definición de la presión de la que hablábamos más arriba, siguiendo a Bl.-N. Grunig.

Por esa razón, partiendo de los trabajos de los lingüistas y psicólogos de su época, Freud comienza por evocar una perturbación de la atención en las cien primeras páginas de la obra, para terminar, en conclusión, por plantear una perturbación de la intención.

En efecto, la concepción que se apoya en la perturbación de la atención supone solamente que toda suerte de presiones indeterminadas y más o menos caóticas asaltan u ocupan el campo de conciencia del sujeto del habla, y que, si el hilo del discurso puede abrirse un camino en ese desorden es gracias a la acción inhibidora de la atención, esa suerte de dique que protege el camino del habla de las olas caóticas que la amenazan: en ese caso, existiría una sola “mira” intencional, canalizable, la cual ha de ser protegida del caos circundante.

En cambio, la hipótesis según la cual se trataría de una perturbación de la intención supone además que, en ese desorden que amenaza, existen ya otros caminos potenciales organizados, y que el conflicto no tiene lugar entre una intención discursiva, de una parte, y un caos no discursivo, de otra, sino más bien entre dos o varias intenciones (dos o varias “miras” intencionales), características de dos o varias instancias, acerca de las cuales hay que preguntarse si todas merecen el estatuto de intenciones y de instancias discursivas.

Freud toma claramente partido por la segunda solución:

El lapsus resulta de la interferencia de dos intenciones diferentes, una de las cuales puede ser calificada como perturbada y la otra como perturbadora24.

Para precisar lo que lingüísticamente está en juego en esa alternativa, es preciso hacer un breve rodeo por los modelos de producción del habla. En efecto, el debate entre los dos grandes modelos cognitivos concurrentes de la producción del habla es particularmente revelador a este respecto.

El modelo “simbólico” propuesto por Levelt (W. J. M. Levelt, 1994) se compone de una serie de módulos encapsulados, y especialmente de un estrato conceptual y lexical y de un estrato fonológico, que no puede retroactuar sobre el primero. La intención léxico-semántica se forma cuando el estrato fonético no es activado, y cuando, en el momento de la planificación fonética, la intención léxico-semántica no es accesible.

El modelo “conexionista” de Dell (G. S. Dell y P. G. O’Seaghdha, 1991) está constituido por tres estratos (un estrato semántico, un estrato lexical y un estrato fonético), enlazados por una red de conexiones bilaterales. Cada información es accesible desde todas las posiciones de la red (está “distribuida”) y todas las interacciones y retroacciones son posibles (los estratos “dialogan” instantáneamente unos con otros).

Levelt reprocha al modelo de Dell ser un modelo de producción de lapsus y no del habla en general: en una red de conexiones bilaterales, en efecto, se explica por qué se producen lapsus, pero no por qué se puede hablar sin producir lapsus. Además, el modelo conexionista parece típico de una concepción del discurso donde la intención léxico-semántica (el vector de la producción del discurso) tendría que defenderse de un “caos no discursivo”. Si se acepta la idea de una retroacción generalizada del estrato fonético sobre los estratos lexicales y conceptuales, hay que aceptar también que la intención léxico-semántica pueda ser modificada o perturbada a cada momento por las activaciones distribuidas a partir del estrato fonético.

En cambio, si suponemos que existe un corte franco que aísla el estrato léxico-semántico, hay que imaginar que las perturbaciones fonéticas, cuando tienen un efecto semántico, van acompañadas y son filtradas, dirigidas por intenciones léxico-semánticas paralelas y concurrentes. En tal sentido, el modelo de Levelt sería compatible con una concepción del discurso (y del lapsus) pluriintencional.

En efecto, toda activación fonológica pasa primero por una activación silábica, rítmica y entonativa, que presenta de manera genérica un tipo silábico y entonativo. De ello resulta que toda expresión lexical correspondiente es potencialmente activada. La intención paralela (o perturbadora), más o menos potente, logra o no logra conducir esa activación hasta la pronunciación de otra expresión lexical distinta de la que corresponde a la intención perturbada. Habría que suponer entonces que el modelo cognitivo comportaría un estrato “textual” (isotopías, roles actanciales, recorridos figurativos y temáticos) que serviría de fuente para las intenciones perturbadas y perturbadoras, y de filtro para las activaciones silábicas y entonativas de carácter genérico. El modelo “simbólico”, en ese caso, parece mejor adaptado a una concepción discursiva plurintencional que el modelo “conexionista”.

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