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Diferentes regímenes de la acción
ОглавлениеEl desarrollo del modelo consiste entonces en explorar las diferentes posibilidades de correlaciones tensivas entre esos tres tipos de valencias13.
En cada una de las tres áreas, son posibles dos tipos de correlaciones: las correlaciones directas y las correlaciones inversas; cada correlación es susceptible de definir una infinidad de valores posicionales y, por tanto, de figuras del acto. Por razones prácticas evidentes, y a título de ilustración, nos limitaremos a los valores posicionales extremos.
Obtenemos así tres zonas de valencias débiles (en el centro del esquema), donde el acto apenas emerge por ausencia de presiones y de impulsos del Mí y del Sí, y mueve zonas de valencias fuertes (en el contorno del esquema), entre las que hay que distinguir:
• las zonas donde las tensiones del Mí y del Sí se combaten y se controlan recíprocamente (arcos de correlación B, C y F):
1) las zonas donde el Mí domina (inadvertencia y distracción & negligencia y relajamiento;
2) las zonas donde el Sí-ídem domina (concentración & conformismo);
3) las zonas en las que domina el Sí-ipse (esfuerzo y contención & distinción y compostura);
• las zonas donde las tensiones del Mí y del Sí se confortan y se amplifican recíprocamente sin controlarse (ejes de correlación A, D y E):
4) la zona del comportamiento obsesional y de la compulsión de repetición (Mí + Sí-idem);
5) la zona del paso al acto y del arrebato (Mí + Sí-ipse);
6) la zona del comportamiento original y excéntrico (Sí-idem + Sí-ipse).
Podemos observar ahora que esos dos tipos de zonas reaccionan de manera diferente a nuestras tentativas de esquematización.
En las tres zonas en las que las valencias se refuerzan mutuamente, donde el Mí y el Sí entran en colusión, la ausencia de control del Sí sobre el Mí, particularmente, engendra un discurso que fortalece las tensiones del Mí y sus incesantes desplazamientos, sea en modo de repetición obsesional, sea en modo de “mira” delirante; la tercera colusión se produce entre los dos tipos de Sí, que expresa la congruencia idiosincrásica del discurso.
En suma, la imposible esquematización de las zonas de refuerzo recíproco entre las instancias aparece como una consecuencia de la suspensión de una condición que podría ser formulada del siguiente modo: la tensión y el control recíproco entre las instancias del actante son necesarios para la puesta en forma de recorridos esquematizables. Si esta condición no se cumple, el devenir del actante se vuelve entrópico, y no puede adoptar la forma de un recorrido esquematizable. Cuando el Mí asume las presiones y tensiones del Sí, el acto solo significa el repliegue del actante sobre las tendencias y las pulsiones del Mí; en ese caso, no se produce la construcción del actante en el curso de la acción porque no existe ninguna alteridad que pueda ser integrada. En otros términos, las huellas de las presiones y tensiones en la carne del Mí se acumulan y se refuerzan sin que por eso constituyan una memoria semiótica esquematizable.
Este desarrollo inducido por el modelo propuesto valida la hipótesis inicial, según la cual la actancialización de un sistema corporal se basaría en un devenir no-lineal, y más precisamente, en la inercia corporal (remanencia & saturación); allí donde el Mí-carne opone a las presiones del Sí su inercia, los recorridos del actante son esquematizables y significantes; donde esa inercia desaparece, los recorridos zozobran en una insignificancia incontrolable.
En efecto, en las tres zonas en las que el Sí controla al Mí o al otro tipo de Sí, los recorridos son esquematizables. No solamente cada valor es definido allí por una valencia fuerte y por una valencia débil, sino que, además, cada instancia dominante (valencia fuerte) controla a la vez a las otras dos.
1) La zona en la que el Mí domina es la de los esquemas de emergencia. En el seno mismo del desorden de los actos no programados, de un encadenamiento de torpezas, de actos fallidos o de negligencias, el Mí retoma la iniciativa para marcar su singularidad referencial contra las tensiones de repetición del Sí-ídem y contra las tensiones teleológicas del Sí-ipse, al mismo tiempo. El esquema narrativo de la selección axiológica es una de las realizaciones posibles. Generalizando un poco, podríamos decir que, en esa zona, es necesario desprogramar la acción, moderar las “miras”, para poder redistribuir los valores de la acción: en ese sentido, esa sería el área de la invención de los sistemas de valores, de la emergencia de las axiologías y de nuevos horizontes de la acción. Como ilustración, se podría considerar que los relatos de errancia (los road movies, especialmente) pertenecen a esa zona, ya que la errancia se presenta concretamente como la suspensión de la búsqueda y como una renuncia a los programas y a las “miras” establecidas. En esa zona de los esquemas de emergencia, todo ocurre como si el discurso re-iniciase la memoria semiótica del actante.
2) La zona en la que domina el Sí-idem es la zona de la programación, aquella en la que la identidad conseguida por repetición y similitud controla al mismo tiempo las tensiones individualizantes del Mí y las tensiones teleológicas del Sí-ipse. En esa zona, tiene que ser definido a priori o reconocido a posteriori aquello que debe ser repetido como rol para que el recorrido del actante tenga un sentido. En esas condiciones, el cuerpo sufre una especialización restrictiva (de acuerdo con el rol programado), el actante “repite su lección”, aplica guiones preestablecidos. En tal sentido, esa zona donde la memoria semiótica del actante está totalmente consagrada a su programación, es también la zona de la eficacia y de la economía narrativas.
3) La zona en la que domina el Sí-ipse es la zona de la construcción en perspectiva, y la tensión teleológica se impone al mismo tiempo a las tensiones individualizantes del Mí y a las exigencias de repetición y de similitud del Sí-ídem. El recorrido del actante procede entonces de la definición de una “mira” y de una actitud, que, según los casos, será una “imagen-meta”, un “modelo”, un “simulacro”, una “esperanza” o un “ideal”. Esa sería, en cierto modo, el área de la ética narrativa, en la que se desarrollan los relatos de aprendizaje, de conversión y de búsqueda de ideales.