Читать книгу Soma y sema - Jacques Fontanille - Страница 42

Modos de existencia y presiones existenciales

Оглавление

En otros términos, pasaríamos de una concepción en la que la instancia de discurso sería claramente distinguida de aquello que no lo es, a una concepción basada en la coexistencia conflictiva de dos o más instancias de discurso. De ese modo, aquello que para Méringer no eran más que imágenes verbales flotantes o nómadas, o restos aún no desvanecidos de discursos recientemente terminados25, se convierten aquí en discurso potencial concurrente del discurso actual, y apoyado por una intencionalidad en buena y debida forma.

Y lo que no es más que “error” y “blanco” [meta] para Rossi y Peter-Defare, habría que replantearlo así: existirían siempre dos o más “blancos”, uno de los cuales estaría conforme con la isotopía en curso, y otro o varios más serían sostenidos por isotopías virtuales; el “error” resultaría no de una desviación del “blanco”, sino de una tensión y de una “negociación” entre las diferentes trayectorias que conducen a los diferentes “blancos”. En esa perspectiva, no hay por qué admirarse por el hecho de que la mayor parte de los lapsus aborten en farfulleos, vacilaciones, pequeñas “escorias” fonológicas, lo cual significa simplemente que la trayectoria hacia el “blanco” perturbado se impone casi siempre por estar apoyada en la isotopía del habla en curso.

El ejemplo Toulouse/Limoges, citado anteriormente, no deja ambigüedad a este respecto: bajo el discurso actual, otro discurso, sin duda jamás formulado, pero perfectamente construido, hace presión para llegar a manifestarse. La duplicidad semántica es clara: el locutor no cree que el sitio de Limoges sea un verdadero polo universitario, mientras que para él es evidente que el de Toulouse sí lo es; y el hecho de que haya hablado u oído hablar recientemente de Toulouse, o que Toulouse ocupe un lugar especial en su historia personal, no cambia nada del asunto: porque el discurso potencial que está sólidamente formado en el trasfondo, viene a perturbar el discurso actual; si el locutor hubiera oído hablar de Marmande o de Figeac, el lapsus no hubiese tenido lugar (o en todo caso, no con la misma significación).

La intencionalidad estaría sometida a una estratificación de los modos de existencia, es decir, a una estratificación modal: en un mismo segmento de la cadena del discurso, coexistirían “miras” intencionales de estatuto diferente. “Miras” virtuales, potenciales y actuales. Una “mira” virtual es simplemente una “mira” del orden de lo posible (alética): disponible en general, pero que no ejerce ninguna presión con vistas a la manifestación discursiva. Una “mira” potencial pertenece al orden de lo potestivo: no solamente está disponible, sino que, además, ejerce una presión para llegar a la manifestación. Una “mira” actual es del orden de lo volitivo: se impone y se instala en la manifestación discursiva.

La dependencia entre el lapsus y el discurso en el que hace su aparición podría ser precisada del modo siguiente: el desarrollo actual del discurso (por ejemplo, la evocación del polo universitario del Limousin) convierte una parte de los discursos virtuales en discursos potenciales (principalmente la existencia de otros polos universitarios cercanos). El discurso actual es el que realmente potencializa al discurso portador del lapsus. Desembocaríamos así en una representación de los universos del discurso en tres estratos, que los enunciados tendrían que atravesar para llegar a la manifestación, de tal suerte que su “mira” intencional pasaría por cuatro modos de existencia sucesivos:

intención virtual (ALÉTICO) intención potencial (POTESTIVO) intención actual (VOLITIVO) intención realizada (DECIR)

Esos diferentes modos de existencia tienen un correlato cognitivo: el estatuto de activación de los estratos y de los módulos de producción. Pero el paso que aquí avanzamos es importante, puesto que el modelo que proponemos es un modelo de la profundidad del discurso y de la coexistencia de las instancias de discurso. No se trata solo de un “estrato textual”, de un estrato entre otros estratos cognitivos: al contrario, el discurso se presenta entonces como un objeto de conocimiento autónomo y englobante, cuya representación dinámica tratamos de elaborar; y, en la conversión del modelo cognitivo –el simulacro de las operaciones del espíritu– en modelo de discurso –el simulacro de la generación de la significación–, los grados de activación cognitiva se convierten en escalones de modalización, dispuestos en la profundidad del discurso, los cuales segmentan la “microdiacronía”. Y porque son definidos precisamente por medio de modalidades, los modos de existencia y los escalones de modalización de las “miras” intencionales pertenecen, por derecho, al componente enunciativo del discurso.

Pero esos modos de existencia tienen también un correlato corporal: en efecto, la “co-presencia” tensiva de esos diferentes estratos solo pueden explicarse si se supone que, mientras que toda la atención cognitiva y afectiva se concentra en el desarrollo de una de las isotopías, las otras están de alguna manera encarnadas en el cuerpo de la instancia de discurso. Estas últimas no tienen realidad lingüística, ya que no han sido manifestadas todavía, y la única “realidad” que pueden tener en ese momento es de tipo somático: apenas formadas como figuras de discurso, marcan no obstante con su huella la carne enunciante.

Para terminar, la cuestión que se plantea es la siguiente: ¿de qué intención se trata? En Sí mismo como otro, Ricoeur distingue tres acepciones de la intención: (i) hacer algo intencionalmente, (ii) actuar con una determinada intención, (iii) tener la intención de26. Si hemos de reconocer alguna intención en el lapsus, solo puede corresponder a la tercera acepción, la cual permite “atribuir” posteriormente una intención al agente. Por lo demás, ese es el criterio que adopta Ricoeur cuando concluye: se puede imputar la acción a un agente (atribuirle la intención en sentido mínimo) a partir del momento en que se puede advertir una relación de identidad entre el principio de la acción y el 27. De esta simplificación injuriante del pensamiento del filósofo, retenemos no obstante que si el acto es imputado al sujeto, es a través de otra instancia distinta del , es decir, a través del , y según un principio de identidad. El filósofo encuentra también, por vías diferentes, la duplicidad de las instancias del acto.

La reflexión sobre el lapsus conduce finalmente a una definición propiamente discursiva de la intencionalidad. Para los psicólogos y para los cognitivistas, la intención está en el origen de la producción del habla, pero, desde una perspectiva semiótica, la cuestión del origen del discurso no tiene ninguna pertinencia; en cambio, lo que la semiótica se plantea es la forma de la intencionalidad. Por un lado, la intencionalidad aparece como una tensión y como una trayectoria entre dos estratos existenciales y modales; la tensión y la trayectoria constituyen la for ma misma de la intencionalidad discursiva. Por otro lado, la intencionalidad se deja comprender finalmente como un principio de disociación y de conexión al mismo tiempo entre las instancias del discurso (y principalmente, como vamos a ver, entre el y el ).

Esas dos aproximaciones pueden ser puestas en perspectiva, y entonces llegamos a la definición siguiente: la intencionalidad discursiva es la tensión y la trayectoria modal y existencial que disocia y conecta al mismo tiempo las diferentes instancias de discurso (el y el ).

Soma y sema

Подняться наверх