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4 LECCIONES DE CINISMO (1996-2004)
ОглавлениеEn las elecciones legislativas de 1996, diecinueve años después de las constituyentes, ganó por fin el partido de Manuel Fraga Iribarne y José María Aznar con ciento cincuenta y seis escaños por ciento cuarenta y uno del PSOE. No hay que olvidar que Alianza Popular se abstuvo en la votación parlamentaria del 21 de julio de 1978 sobre el proyecto de la nueva Constitución española y que su diputado Federico Silva Muñoz votó en contra. Insistiendo en esta idea, José María Aznar formó parte en su juventud del Frente de Estudiantes Sindicalistas (FES), inspirado en el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera.
La mayoría del PP era insuficiente, lo que le obligaba a pactar con los nacionalistas para llevar adelante la legislatura. Lo hizo mediante un pacto con CiU, algo impensable en nuestros días. Con ese espíritu y no otro José María Aznar autorizó contactos con el «movimiento vasco de liberación», denominación con la que se refirió en septiembre de 1998 a ETA como se puede comprobar con facilidad en YouTube. El elector constataba ahora la asombrosa flexibilidad de este político español en una lista que ya era interminable sobre la utilización interesada que se estaba haciendo del poder representativo. Este votante reaccionó al calificativo de Aznar con cierta sorpresa, pero con el paso del tiempo concluyó que el cinismo es consustancial a la política española, porque el PP en la primera legislatura de Zapatero intentó desgastarlo por haber autorizado los mismos contactos que se encuentran en YouTube buscando «Aznar»+«movimiento de liberación».
El 12 de marzo del año 2000 el PP ganó las elecciones generales con ciento ochenta y tres escaños por ciento veinticinco del PSOE. Aznar estableció plusmarcas que su partido tampoco superará este año, como los siete escaños del País Vasco o los doce de Cataluña. Ese resultado electoral de Aznar sigue siendo paradigmático entre lo que llaman los críticos en ese partido, que es lo que antes se llamaba el Búnker.
Aznar despegó muy pronto. Ganó por la mínima las elecciones generales de 1996 y apenas un año después ya nos había dicho «el milagro soy yo», un síntoma inequívoco de que había contraído el mal de poder. Chaplin retrata esta enfermedad en El gran dictador mediante una escena en la que el mundo es un gran balón con el que juega el dictador, quien al final se asusta y trepa por una cortina hasta el techo y ahí se queda. «España va bien», nos repetía en su segunda legislatura José María Aznar. Había conquistado el mundo y, para demostrar la quintaesencia del absolutismo monárquico y la españolidad, el 5 de septiembre de 2002 se casó su hija con un tal Alejandro Agag en la basílica del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Este acto ilustra que, además de haber perdido el norte, quien es capaz de organizar algo semejante es hortera antes que poderoso y está muy acomplejado, ya que eso no se le ocurre a quien no tiene nada que demostrar, como es el caso de los poderes reales españoles. Aznar era un simple político enfermo de poder y la boda por todo lo alto de su hija una horterada que nos permite comprender la clase de valores que han naufragado en el ámbito de la política. Entre los testigos, estaba Manuel Fraga Iribarne —que consideraba la celebración un error del mismo calibre que la posterior foto de las Azores—, acompañado por Rodrigo Rato, Mariano Rajoy y el nostálgico de la dictadura Jaime Mayor Oreja. Entre el millar de invitados asistieron dos jefes de Estado, su compañero de guerra Tony Blair y Silvio Berlusconi que más tarde sería condenado por la ley, junto a Francisco Correa, Álvaro Pérez «el Bigotes» y otros amigos de la familia. Todo ideal, según la revista Hola.
Poco después de la faraónica boda, el 20 de noviembre de 2002, al día siguiente de la catástrofe del Prestige, el Partido Popular de Manuel Fraga Iribarne y José María Aznar condenó el golpe militar del 18 de julio de 1936. Lo hizo en el Congreso de los Diputados en su segunda legislatura en el poder; tardaron veintisiete años desde la muerte de Franco en condenar el golpe y en reconocer a quienes padecieron la represión de la dictadura. El PP votó a favor en el Congreso aunque no estaban obligados a tramitarlo porque gobernaban con mayoría absoluta desde el año 2000. Lo hicieron precisamente para bloquear las iniciativas emergentes sobre la recuperación de la memoria histórica. Pactaron una condena y a otra cosa. Jaime Mayor Oreja calificó más tarde el franquismo como una etapa de extraordinaria placidez de la historia de España sin que nadie de su partido lo desautorizara porque así es una parte del PP y de los españoles más antiguos. Esta cultura política es la que yo llamo posfranquista, que existe entre los dirigentes políticos convencionales y los electores más antiguos en España, pero no en Italia o en Alemania. El neofascismo es otra cosa que no tiene nada que ver con un líder popular que es cabeza visible de su partido en Europa y se distingue porque Jaime Mayor Oreja no lleva el pelo rapado.
El año 2013 tampoco empezó muy bien para el PP. El 15 de febrero se celebró una manifestación mundial contra la Guerra de Irak, y la movilización fue propia de los grandes acontecimientos porque nadie quería implicarse en ese conflicto. Tres días más tarde, la Unión Europea se había pronunciado en contra de un eventual ataque de Estados Unidos a Irak. Aznar pensaba de otra forma y quería ir a esa guerra, así que el día 22 se reunió con el presidente estadounidense George Bush en su rancho de Crawford, en Texas, para hablar del conflicto bélico. Venía de recibir buenas calabazas del presidente mexicano Vicente Fox que se sumarían a las del Vaticano en un alarde de ingenuidad negociadora. Estaba haciendo el ridículo internacional pero él estaba convencido de su protagonismo en el devenir de la historia de la humanidad y planeaba por encima del bien y del mal con auténtico acento tejano, muy cerca de Dios. Con su actitud, Aznar recordaba a Franco, aquel daba vergüenza ajena, mientras que el Generalísimo daba otra cosa.
Entre los días 22 y 26 de febrero de 2003 el CIS había realizado una encuesta sobre la implicación de España en la Guerra de Irak. El 91% de los entrevistados, lo que incluía a casi siete de cada diez votantes del PP, era contrario a que España se involucrase en el conflicto, pero además el 60 % consideraba muy mala la gestión que estaba haciendo el gobierno sobre este asunto.
José María Aznar no tardó en forzar dos fraudes parlamentarios objetivos y que a medio plazo le costarían las elecciones de 2004 al PP, acelerándose a su vez el proceso de desprestigio de la clase política y del poder representativo en España. A propuesta de su partido, el Congreso votó el 4 de marzo de 2003 sobre la implicación de España en la guerra de Irak, sustentándose legalmente en una interpretación laxa de la resolución 1441 del Consejo de Seguridad de la ONU del 8 de noviembre de 2002. El resultado de la votación fue de ciento ochenta y tres votos a favor por ciento sesenta y cuatro votos en contra: Aznar había conseguido el 100% de los votos de su partido y ese fue el único respaldo que obtuvo su propuesta.
El resultado de esa votación es paradigmático y explicativo de la crisis de representatividad del sistema en que nos encontramos inmersos. Fuimos a la guerra porque le dio la gana a José María Aznar, a pesar de que nadie más quería. Y nadie es nadie. Hizo lo mismo que González con la OTAN pero a capela y le enseñó al elector cómo funciona el poder representativo en España, cómo se manda: se hace lo que yo digo y punto. Nos enseñó el carácter despótico y predemocrático de su pensamiento político porque había forzado dos fraudes que son objetivos o indiscutibles:
1) Todos los diputados del PP votaron contra los intereses de sus electores siendo conscientes de ello: Aznar había forzado un primer fraude.
2) Una parte estimable de estos diputados votaron en contra de sus conciencias. De otra forma no habrían sumado el 100% de votos favorables, porque la sociedad arrojaba otros porcentajes que lo hacían imposible.
El elector medio concluyó que muchos de sus representantes no tienen ni principios ni tan siquiera vergüenza. El resultado de esta votación dejó claro que el diputado es un mandado en su partido, que vota en el Parlamento lo que le ordenan, aunque sea lo contrario de lo que piensa, o no sale en la foto; por lo tanto, no defiende los intereses de las personas sino otros que ni él mismo conoce. El elector medio aprendió que, después de votar, los partidos hacen lo que creen conveniente con el diputado y con su voto. Incluso te llevan a la guerra. Así se escribe la historia y de esos polvos vienen estos lodos.
José María Aznar es el vivo retrato de la costra del siglo XX o el «porque me da la gana» imperial del político español en su acepción castellana de castillo, señor y vasallo que se ha quedado en el primer tomo de la historia de España. Su carácter sobrado y chulesco, con el dedo corazón apuntando al cielo, profundizó en la sociedad la crisis de confianza en la clase política en general.
Según todas las encuestas, a finales de 2003 el PP de Aznar había perdido la mayoría absoluta. La razón estaba clara: estaban haciendo lo contrario de lo que querían sus votantes. Sin embargo, la vida seguía y a las personas se les fue olvidando que este aprendiz de caudillo había implicado a España en una guerra. En el PP alardeaban de la buena marcha de la economía y esperaban su reválida, aunque fuera con mayoría relativa.