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6 EL LADO IZQUIERDO DE LO MISMO (2010-2011)

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El ciclo electoral protagonizado por el PSOE finalizó precipitadamente con los decretos de Zapatero de mayo de 2010 ya en plena crisis económica. La intención de voto a los socialistas cayó al umbral del 20% del censo electoral, una pérdida de más de diez puntos que dio origen a un miniciclo hegemónico de los populares. El bipartidismo se había desarrollado ininterrumpidamente entre los años 1992 y 2010, dieciocho años en los que solo el PP o el PSOE podían ganar las elecciones generales sumando con sus votos recogidos más del 50% del censo electoral.

Ese estado de cosas estaba empezando a cambiar. En mayo de 2010 el PSOE se desplomó en las encuestas. Zapatero había anunciado la bajada de los sueldos de todos los funcionarios y una reforma del mercado laboral que terminaría con el pago de los cuarenta y cinco días por año trabajado implantado por Franco, además de introducir la flexibilización, lo que significaba que se podían modificar sustancialmente las condiciones en las que estaban trabajando las personas.

A partir del barómetro del CIS de julio de 2010 en todas las encuestas aparecía como vencedor el PP con mayoría absoluta. Zapatero había gobernado a corto plazo, sin plan ni criterio y sobre todo sin liderazgo. No supo sobreponerse a la dificultad, demostró incompetencia y poca fiabilidad. Ya no tenía margen para recuperar la confianza ciudadana. No tenía más proyecto que hacer lo que dijeran la Unión Europea y los acreedores o así lo entendió la gente. Zapatero era desaprobado por siete u ocho de cada diez electores según las circunstancias y cuestionado por todo el flanco izquierdo de su electorado. Había perdido la confianza de cuatro de cada diez de sus votantes en 2008 y de la mayoría social, y su turno de presidencia de la Unión Europea había sido un fracaso rotundo en términos electorales. La «conjunción planetaria» que una vez mencionó la socialista Leire Pajín no debió de producirse porque nadie notó ni un cosquilleo.

El electorado socialista se disponía a abstenerse masivamente en las siguientes elecciones, las que fueran, ante la certeza de que el PSOE era solo el lado izquierdo del sistema europeo que obligaba y quitaba. Este aprendizaje fue definitivo y fundamental, estructural y definitorio en el tiempo de una situación electoral completamente nueva. En el mes de octubre se confirmó la desmovilización más profunda del electorado socialista hasta entonces, así como la dispersión de todos sus refuerzos. No se trataba de la progresión electoral del PP sino de un problema del PSOE: no menos de 2 millones de sus votantes habían decidido abstenerse y no menos de 1,5 millones votarían al PP, a IU o a UPyD. En noviembre de ese año el PSOE se enfrentaba a la sonora derrota del PSC en Cataluña.

La lógica de la optimización de los resultados aconsejaba el reemplazo del cartel electoral del PSOE, así que Zapatero nombró vicepresidente a Alfredo Pérez Rubalcaba. Ese movimiento socialista ocultaba una decisión que ya estaba tomada y tendría tres efectos. La decisión era que José Luis Rodríguez Zapatero no sería el candidato del PSOE en las siguientes elecciones generales. Si todo iba según lo previsto y comenzaban a remontar en las encuestas, anunciaría su renuncia al final de la legislatura. El candidato sería Rubalcaba y su proclamación se formalizaría en un proceso de primarias.

El primer efecto de esta decisión era inmediato: nadie quería que apareciera Zapatero en sus campañas. En un principio se limitó a la contienda catalana que por entonces estaba en curso, pero luego incluso el castellano-manchego José María Barreda fue especialmente explícito al respecto en su campaña de 2011.

El segundo efecto tenía que ver con la movilización y la activación del voto útil, cuya intensidad dependería de la nitidez con la que los socialistas fueran capaces de comunicar una nueva oferta electoral —partido, programa y líder— distinta y progresivamente distante de la de Zapatero. El movimiento era seguro porque Zapatero tenía una valoración de 5,3 puntos sobre 10 entre los votantes del PSOE, mientras que Rubalcaba llegaba a 6,2 y además recibía mejores puntuaciones de los demás electorados que el presidente (según el CIS). La mejor valoración media de Rubalcaba se fundamentaba en su gestión como ministro del Interior.

El último efecto podía ser devastador: la valoración media de Rubalcaba era de 4,5 puntos frente a 3,1 de Rajoy. Esta pequeña distancia es un abismo. El dolce far niente de Rajoy esperando la caída de la fruta madura resultaría insuficiente frente a la nueva comunicación de los socialistas, más inteligible y sobre todo creíble. Además, si empezaba a remontar el PSOE en las encuestas, el liderazgo de Rajoy sería cuestionado vivamente en su propio partido. El cálculo debía de ser que Rajoy ya no era contrincante digno y cualquier otro que eligieran les favorecería, puesto que el aún prestigiado Rodrigo Rato y el entonces alcalde de Madrid Alberto Ruiz-Gallardón estaban descartados.

No sucedió nada de esto. No había plan ni cálculo porque Rubalcaba ocupó la vicepresidencia justificando a Zapatero y naturalmente el PSOE no remontó en las encuestas. Le comunicó al elector que ellos son así, porque Rubalcaba era lo mismo que Zapatero y para ese viaje no hacían falta alforjas. Personalmente, aquí tuve claro que no estaban en los números ni en el resultado electoral, lo mismo que el elector medio, y que los acontecimientos les tenían que estar superando.

Hagamos un breve inciso para fijarnos no tanto en los políticos como en los votantes. El siglo XXI se gestó en España con la llegada al mundo de los reformistas (1959-1973), que son los artífices del cambio profundo de mentalidad y actitud, además del cambio de los valores sociales sin ruptura generacional. Son sobre todo los nacidos en el desarrollismo de los sesenta, su edad en 2015 es de entre cuarenta y dos y cincuenta y seis años y configuran un grupo generacional crucial que suma algo más de 9,5 millones de personas. Han sabido ensamblar los valores antiguos con otros procedentes de la normalidad exterior y de la nueva realidad democrática. Las mujeres de este grupo de reformistas cambiaron mucho más con respecto a sus madres que los hombres respecto a sus padres. Esta generación en su conjunto logró la transición social hacia la normalidad exterior que significaba Europa. Los reformistas vivieron y viven un mundo aproximado. Esencialmente relativistas, crecieron en un contexto donde las normas de convivencia cambiaron sustancialmente, se formaron en un sustrato económico expansivo y su entorno evolucionó desde la precariedad hacia situaciones infinitamente más favorables.

Los babyboomers son quienes podrían explicarlo todo. Emparejados con niños de la autarquía en muchos casos, todos son hijos del mundo antiguo y padres de esos ciudadanos nuevos que conforman nuestra generación más joven, esa que vive ya en el mundo de Google, Skype y Twitter, el mundo global, en definitiva. Los ciudadanos nuevos son los protagonistas del siglo XXI. Lo que conocemos como España será como ellos convengan y no nos quepa ninguna duda de que cambiarán profundamente su diseño institucional.

De entre estos ciudadanos nuevos, los de mayor edad tenían un año en 1975 y suman casi 20 millones de personas de las que más de 12 tienen edad para votar y están convocados a las urnas en 2015. Para esta generación el franquismo está en el mismo lugar que Napoleón, en los libros de historia. Pronto distinguiremos los que incorporaron en algún momento las nuevas tecnologías de la información y comunicación de los que crecieron después de la revolución tecnológica de finales del siglo XX que produjo la autocomunicación social. Son personas muy distintas. Los primeros saben usar la red, los segundos son la red: la población actual de entre diez y quince años que pronto empezará a votar es internauta en el 90% de los casos y el 70% dispone de teléfono móvil personal. Viven en red.

Al acabar 2008, la economía española se estaba deteriorando vertiginosamente con el consiguiente aumento del desempleo en los años siguientes por encima del 25% de la población activa, pero el doble entre los más jóvenes. El aprendizaje de estos ciudadanos nuevos que deciden su voto de forma creciente en la red y lideran a las generaciones precedentes es el de un orden económico e institucional supuestamente avanzado que inexplicablemente se derrumbó enterrando sus proyectos existenciales y sus seguridades más básicas. Muchos de ellos, sobre todo internautas, urbanos, mejor formados o especializados, más jóvenes y críticos, concluyeron en la segunda mitad de 2010 que los poderes no representan a las personas en España, ni tan siquiera el poder representativo. Organizados en red desde entonces han seguido la revolución islandesa, las primaveras árabes y muchos de ellos han liderado el fenómeno de los indignados, que eclosionó en mayo de 2011 mediante las movilizaciones del 15-M.

Se trata de la primera generación que se ha interesado por el poder en España desde 1939, marcando con ello una discontinuidad. Han sabido liderar un cambio profundo en la sociedad contagiando su interés a todos. Han recuperado la capacidad crítica de las personas normales de más edad poniendo fin a su desinterés por los asuntos de todos. El 15-M fue, finalmente, un fenómeno intergeneracional de masas propuesto y liderado por la generación más joven.

Volvamos ahora a la historia reciente política y electoral. Como ha quedado dicho, el barómetro de enero de 2011 del CIS indicó con rotundidad que casi 1,5 millones de los electores del PSOE votarían al PP, lo que daba un diferencial particular de casi 3 millones de votos favorable a los populares, que estaban en disposición de conseguir 11,5 millones de votos. El PP obtenía una rentabilidad mayor que la proporcional por la desmovilización de unos 2 millones de electores socialistas que se restaban del total que se computan como válidos. En la medida en que ni IU ni UPyD capturaban el grueso de esos votantes, el PP mejoraba su posición relativa sobre los demás y conseguía más escaños con el mismo resultado.

El PSOE quedó reducido en las encuestas a 7 millones de votos, con lo que los más de 11 millones de electores que le habían dado la victoria en 2008 se habían dispersado. Podía pensarse que los socialistas tenían recorrido hasta los 9 millones si lograban movilizar a todos sus abstencionistas pero esta posibilidad estaba medida y un escenario distinto con otro líder apenas sumaría un millón de votos más: ya no podían evitar la mayoría absoluta del PP en las elecciones generales con Rubalcaba como candidato.

Así pues, en vísperas de las elecciones municipales de mayo de 2011 el PSOE tenía unos 7 millones de votos calculados para elecciones generales, el 20% del censo electoral, lo que les llevaba hacia el 30% de los votos válidos como mucho. Esa era la peor situación preelectoral conocida por los socialistas ante unos comicios locales. El 2 de abril de 2011 Zapatero anunció que no repetiría como candidato electoral del PSOE. Hacerlo antes de las elecciones municipales era necesario para flexibilizar las campañas de los candidatos locales y autonómicos para no perder votos. Tras el anuncio podían incluso discrepar abiertamente y, como diría Felipe González, «hipotizar sobre el futurible» a conveniencia. Trataban de evitar el peor resultado conocido del PSOE en unas elecciones municipales, porque todas las encuestas coincidían en la victoria del PP en las elecciones generales por unos quince puntos de ventaja, lo cual tiene su extrapolación.

Los creadores de opinión habían alcanzado una conclusión errónea en vísperas de esas elecciones. Concluyeron que el PSOE y el PP siempre quedan muy empatados en las elecciones municipales en España con independencia de lo que hubiera sucedido en las elecciones generales contiguas. Como esto había sido así en las tres últimas convocatorias, acabaron cometiendo este error de apreciación. En las elecciones municipales de 1999 ganó el PP aventajando en menos de cuarenta mil votos al PSOE, en 2003 ganó el PSOE con una ventaja de algo más de cien mil votos y en 2007 ganó el PP con ciento cincuenta mil votos de ventaja. Muy igualados siempre, aunque el PP hubiera ganado con mayoría absoluta en las elecciones generales del año 2000 y el PSOE con mayoría relativa en las dos siguientes. Ganara uno u otro las elecciones generales, en las municipales empatarían, esa fue su conclusión. Tampoco había encuestas que informaran sobre los resultados totales de las elecciones municipales porque no hay clientes interesados en esa estimación. Las encuestas que se publican son siempre relativas a los resultados de municipios concretos.

No era así. Los periodistas entendieron la situación de inmediato porque todas las encuestas que se empezaron a publicar coincidían en el desplome del PSOE, fuera en Madrid, A Coruña o Cádiz. El PP ganó con casi 8,5 millones de votos en las elecciones locales de 2011, un gran resultado, aventajando en más de 2 millones de votos al PSOE, que había perdido casi dos mil trescientos concejales en toda España y cerca de 1,5 millones de votos respecto a las elecciones municipales de 2007. Los indignados tuvieron mucho que ver en esto.

Antes de seguir adelante, vale la pena fijarse en el caso particular de UPyD para mostrar algunas cosas sobre las encuestas que quedaron de manifiesto en estas elecciones municipales. El desprecio demoscópico a este partido en la legislatura 2008-2011 fue una constante que se dio muy particularmente en la Comunidad de Madrid ante las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2011. Nadie había hecho los números para unos periodistas que ya habían decidido que UPyD no entraría en la Asamblea. Los resultados de las elecciones europeas de 2009 confirmaban que estaban dentro, aunque la participación fuera quince puntos superior. El cerrojazo de los medios convencionales a UPyD fue perceptible, no querían saber nada de ese partido y hacían como si no existiera aunque sabían que estaba ahí. No quisieron concluir que UPyD tendría necesariamente más votos en las elecciones autonómicas de 2011 que en las europeas de 2009 en la Comunidad de Madrid, como sucedería con cualquier otra candidatura, y construyeron una realidad preelectoral donde UPyD no existía. Se puede decir de otra forma: UPyD estaba ante las elecciones generales con 1,1 millones de votos como peor resultado en 2010; aun así los periodistas despreciaban el dato.

Lo de las encuestas con UPyD en la legislatura 2008-2011 nos enseñó que no querían la presencia de ese partido o que les complicaba el negocio, porque los únicos datos verdaderos con los que contaron fueron los de Publiscopio, la publicación de José Luis Zárraga y Obradoiro de Socioloxia, además de las tablas de resultados del CIS, y no sus estimaciones de la intención de voto. UPyD rompió un bloqueo informativo concertado que se llamó entonces luz de gas consiguiendo sus resultados en la red y en la vía pública, lugares que habían escapado al control de los medios. Algo parecido había sucedido con Compromís en la Comunidad Valenciana.

Finalmente, UPyD consiguió ocho diputados autonómicos y más de sesenta concejales en la Comunidad de Madrid, como no podía ser de otra forma. Todas las encuestas de los medios habían fallado, lo mismo que su análisis de la situación preelectoral o su verdad oficial, enseñándonos así algo muy valioso porque era la primera vez que sucedía: las encuestas no habían influido tanto como en 2008 o en cualquier campaña anterior. Los medios no determinaron la configuración final del resultado electoral, no consiguieron desanimar a los votantes de UPyD, que habían decidido su voto en la red y en la calle.

Volvamos ahora a los indignados. En vísperas de las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2011 los ciudadanos nuevos produjeron el movimiento que se ha llamado 15-M. Los medios de comunicación habían restado importancia a la protesta ciudadana y este fue uno de sus factores desencadenantes. Los mismos creadores de opinión concluirían luego que el 15-M fracasaría como fenómeno transformador de la sociedad por lo que no valía la pena darle mayor importancia ni dedicarle más análisis. Estaban equivocados, porque reapareció en modo electoral en 2014 y naturalmente tal fenómeno se estaba estudiando en Berkeley y en la Universitat Oberta de Catalunya desde su origen.

La primera y quizá última convicción de muchos electores del PP fue que eso lo había organizado el entonces demonizado Rubalcaba, cuando precisamente el 15-M era la expresión de lo opuesto o significaba entre otras cosas la retirada de la confianza electoral a los socialistas. La España más antigua y los medios más conservadores viven en el despiste sociológico y demoscópico desde entonces. El 15-M igualó al PSOE con el PP y por extensión a estos con los demás partidos, ahora responsables de la situación. El grito de «No nos representan» se refería a todos, esos ciudadanos se habían puesto enfrente de su poder representativo.

Las acciones no convencionales se revelaron como óptimas para la consecución de los objetivos electorales de quienes estaban cerca de la protesta. Había que estar en la red y había que generar vídeos de impacto para subirlos a YouTube. Nada que ver con la contienda de 2008. La red se había situado en el centro de la comunicación electoral y se intuía que una parte considerable de las decisiones de voto se producirían en su entorno. La autocomunicación social era un hecho que rompía el monopolio de la verdad que sumaban los medios convencionales, y este fenómeno tenía un impacto considerable en el mercado electoral. El orden institucional imponía una desigualdad extrema y el empobrecimiento de las personas con un PIB per cápita de ricos, y el sistema se mostró vulnerable por primera vez desde el año 1939.

El 22 de mayo de 2011 la gente que no pensaba votar estaba acampada en las plazas. El PSOE cosechó su peor resultado en unas elecciones municipales, con algo más de 6 millones de votos. El PP ya tenía la victoria contundente que necesitaba para solicitar la convocatoria de elecciones generales y acortar la legislatura. Terminaba una de las campañas electorales más erráticas y desdibujadas que he conocido, despreciada por las audiencias y los anunciantes hasta el punto de ceder el protagonismo a otras informaciones en las parrillas de las televisiones.

El muy transformador 15-M pudo ver la luz en España en mayo de 2011 y ocupar su espacio en la historia porque el poder parlamentario había dejado de representar a las personas. Surgió para reemplazarlo, no para participar del sistema. La gente no se marcharía de las plazas y no votaría a los partidos. Se trataba de un fenómeno asambleario autónomo contrario al liderazgo del partido de vanguardia y el pensamiento organizado, porque allí no se esperaba a la Izquierda Unida de Cayo Lara, pero tampoco a Lenin, ni a Karl Marx, ni a Trotski ni a Mandel, aunque sí estaban Touraine, Sampedro, Judt, Hessel, Morin, Castells o Acemoglu. Esto da una idea del despiste de quienes veían la pluma del faisán.

Aquello era otra cosa que lo negaba todo y quería empezar desde cero en las plazas de toda España. Aunque eran personas de todas las edades y condiciones sociales, todas tenían algo en común: compartían el desprecio a sus representantes, la insumisión a los poderes públicos y el interés en coincidir en soluciones y determinaciones ciudadanas. Las personas compartían en las plazas cierto entusiasmo emancipatorio o empoderamiento que era consecuente a la ocupación masiva del espacio público. El 15-M está en el origen de la rebelión de los idiotas de ese año y ganó su primera batalla permaneciendo en las plazas durante la jornada electoral del 22 de mayo de 2011. Se habían rebelado y habían ganado. El gobierno no tuvo más remedio que entender que «No nos representan» no era un eslogan y dejó hacer.

Algunos trataban de explicar que había que respetar lo que tenía que suceder el domingo y es que el pueblo constituido en asamblea elegiría a sus representantes por sufragio universal. Incluso que había que participar eligiendo a partidos pequeños y honestos porque existían aunque no aparecieran en las televisiones. El debate duró una siesta. Ese viernes por la tarde las plazas estaban a reventar y la gente ya no se marcharía. El que quisiera votar que votara y no pasaba nada. Viví esos días con preocupación porque la colmatación del espacio público impedía actuar a la policía y, a pesar de ello, las masas concentradas en las plazas estuvieron en situación de riesgo permanente.

Si lo comparamos con otros hechos históricos, aquello que estaba sucediendo podía parecerse a la acción espontánea de Rosa Luxemburgo en el sentido expresado por los comunistas consejistas de la revolución alemana de 1918. Anton Pannekoek decía lo siguiente en su texto de 1912 «Acciones de masas y revolución»:

La ilusión de que la conquista del poder es posible a través del parlamento se apoya básicamente en la idea de que el parlamento elegido por el pueblo es el órgano legislativo principal. Si el parlamentarismo y la democracia dominaran, si el parlamento controlara la totalidad del poder del Estado y la mayoría popular controlara al parlamento, sería la lucha electoral el camino directo para la conquista del poder político; es decir, la conquista paulatina de las mayorías populares mediante la práctica parlamentaria, el esclarecimiento de las conciencias y la puja electoral.

Podría tratarse del primer perroflauta de la historia. La vieja izquierda española se había dejado por el camino lo que rescató el 15-M para situarlo en el centro del movimiento: el esclarecimiento de las conciencias. Ahí estaba su propuesta, en la evolución de los valores de las personas hacia un lugar donde lo público o lo que es de todos ocupara el interés principal, entendido esto como la acción práctica revolucionaria o estar ya en el camino. La gente leía el ¡Indignaos! de Stéphane Hessel hasta convertirlo en un best seller. Como resultado de la autocomunicación social, había nacido el primer movimiento ciudadano en red del primer mundo.

Se llamó el movimiento de los indignados. Si se parecía a algo era a los consejistas. En 1920, Otto Rühle en «La revolución no es un asunto de partido» describía el poder representativo de esta forma:

... desde el primer día los partidos no eran más que máquinas para preparar las elecciones. Burguesía, parlamentarismo, partidos políticos se condicionan mutua y recíprocamente. El uno es necesario al otro. Ninguno es concebible sin el otro.

Los comunistas consejistas representaron lo opuesto al partido de vanguardia a principios del siglo XX como lo hacía el 15-M a principios del XXI. Sus líderes eran revocables y no perseguían la organización del pensamiento, sino la activación de la conciencia crítica y emancipatoria de las personas como el arma principal de su evolución colectiva y autónoma. Su empoderamiento, como se dice ahora.

La indignación no se limitaba a aparecer dentro de nuestras fronteras. En octubre de 2010 el ejército marroquí actuó contra la población saharaui como siempre lo había hecho, como si no existieran cámaras de vídeo en los teléfonos móviles, Internet o YouTube. El 17 de diciembre de ese mismo año se quemó a lo bonzo Mohamed Bouazizi, vendedor ambulante tunecino al que la policía había confiscado sus medios de vida y maltratado, y la administración no le hizo caso cuando él lo denunció. Es el comienzo de las primaveras árabes. En mayo de 2011 nuestros ciudadanos nuevos sorprendieron al mundo. El 15-M es sobre todo un fenómeno asambleario de masas sin precedentes en España, impulsado por la generación más joven que reflexiona sobre el poder, el orden establecido y la representación política en términos de «lo que tenemos y lo que queremos».

Su impulso se resume en la expresión «democracia real ya». De las seguridades propias del paradigma europeo occidental, el joven pasa a una nueva situación donde los recursos públicos se han esfumado, las empresas y las administraciones despiden a las personas, el desempleo se dispara hasta el 56% y la mitad de ellos se han quedado sin presente ni futuro. Muchos saben que ya no alcanzarán a cotizar lo suficiente como para que les quede una pensión. ¿Qué ha pasado?, se preguntan, y se interesan por el poder.

El 15-M está interconectado con la revolución islandesa y las primaveras árabes, protestas seguidas tanto en los medios convencionales como en la red. El 15-M es revolucionario e inmediatamente posterior a estas. Quizá el joven sin futuro aprendiera que la colmatación del espacio público impide actuar al sistema cuando los tanques que enviaba Mubarak a la plaza Tahrir se mezclaban con las personas. El 15-M surge y se desarrolla en la red y de inmediato se manifiesta como una forma de acción política, como un contrapoder nuevo, diferente, ciudadano y asombrosamente poderoso. Es revolucionario porque persigue el establecimiento de un orden nuevo. Se trata de un movimiento magmático y muy poderoso porque domina las tecnologías de la comunicación del siglo XXI, que es donde se deciden progresivamente más votos. Los ciudadanos ya tenían capacidad para aglutinar un resultado electoral autónomo en la red. Por eso el 15-M en modo electoral y en las elecciones europeas se expresó contundentemente en Madrid y en Barcelona, vehiculado por la candidatura Podemos. Es poderoso porque dispone de información propia, la que está en la red, su capacidad de convocatoria asombra y su repercusión es global. Uno de los factores determinantes de su origen es la autoprotección ante los poderes públicos en ausencia de una sociedad civil elaborada. La revisión es global y el juicio también. No sirve nada, todo es injusto y corrupto, no nos representan. El 15-M no está planificado y es cotidiano, se expresa a través de la convocatoria, la movilización, la ocupación y finalmente la colmatación del espacio público con la adhesión de la mayoría social, también en las encuestas y finalmente en las urnas.

Tras unas elecciones locales turbulentas en las que irrumpió el 15-M, el 28 de julio de 2011 Zapatero convocó las elecciones generales. Se celebrarían el día 20 de noviembre. Rubalcaba era el candidato del PSOE desde el día 27 de mayo pero eligió el día 8 de julio para anunciar su dimisión de los cargos de vicepresidente primero, ministro del Interior y portavoz del gobierno. Coincidiendo con ese anuncio se realizaban las entrevistas del barómetro de julio del CIS. Esa encuesta reflejaría en toda su dimensión el impacto mediático de la presentación del candidato virtual socialista. La idea de los estrategas del PSOE no pudo ser otra que superponer una realidad preelectoral en la que Rubalcaba recortaba distancias con el PP, que es lo que nos dijo su estimación de la intención de voto, sin advertir que lo fundamental de ese barómetro fue otro dato que estaba en las tablas de resultados: el PSOE transfería un 10% de sus votantes al PP, que conservaba con toda claridad su mayoría absoluta. No había pasado prácticamente nada.

Justo después de esta encuesta la realidad se mostró implacable con Rubalcaba. La deuda soberana española había alcanzando el máximo histórico de los cuatrocientos puntos básicos en el mes de agosto, aniquilando así la credibilidad del líder socialista en vísperas de las elecciones generales. Se le suponía en el puente de mando de la economía española, era el vicepresidente del gobierno y no había discrepado en nada con Zapatero. El PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, Elena Salgado y Alfredo Pérez Rubalcaba había fracasado, mientras que el PP era percibido como la única alternativa para una mejor gestión de la economía y un partido europeo normal y corriente, como pudieran ser el de David Cameron o el de Angela Merkel. No había «derechona», solo otros gestores de las mismas políticas europeas; la estrategia de la confrontación no podía funcionar porque el escenario era otro, pero su cultura política es la que es y no lo entendieron.

Por entonces ya existía un pequeño espacio ciudadano de ruptura. La mayoría social expresaba la voluntad de que el PSOE dejara pasar al PP y probar lo único que quedaba. Los populares no asustaban y las razones eran tan simples como que no quitarían la sanidad ni la educación ni harían algo muy distinto que el PSOE con las pensiones o los subsidios. Tampoco se inventarían los puestos de trabajo, porque estos los crean los empresarios y nadie esperaba milagros. La gente confiaba en una mejor gestión por parte de los populares puesto que las políticas no podían ser muy distintas.

El desempleo había pasado del 11,3 al 20,9% en la legislatura que se terminaba y la mitad de los jóvenes estaban sin trabajo. En el mes de agosto de 2011, como acostumbran a hacer estas cosas, Zapatero propuso la reforma del artículo 135 de la Constitución española para habilitar a la Unión Europea en el establecimiento de los márgenes estructurales del endeudamiento público de España. Una reforma para tranquilidad del sistema de la UE que no pedía nadie cercano al votante ni fuera ni dentro de España. Venía a ser el aval de la millonada que nos enviarían para tapar los agujeros de los bancos, y luego se supo que lo ingresaban en el BCE porque, tal y como estaban los tiempos, era mucho más seguro que prestárselo a las empresas y a las personas. Son hechos que algunos electores van anotando y otros los van explicando, de modo que se pueden encontrar en la red todo tipo de informes relativos a quién está devolviendo los cerca de 50.000 millones de euros que le han prestado a los bancos españoles.

El electorado anotó la facilidad con que cambiaron el artículo 135 de la Constitución y subrayó el cinismo en la lista de estos políticos finalmente iguales porque acababan de hacer en un momento lo que le habían asegurado durante décadas que era prácticamente imposible. Fue en el mes de septiembre cuando se votó la reforma de este artículo 135 del título VII de Economía y Hacienda que en su punto 2 somete al criterio de la Unión Europea «los límites del endeudamiento del Estado y las comunidades autónomas». Eso suena a aviso para navegantes poco serio y poco claro porque las comunidades autónomas son Estado.

El único diputado que se rebeló en aquella sesión fue Gaspar Llamazares. Lo hizo muy enfadado desde su escaño interrumpiendo la sesión calificándola como una pantomima. Se encuentra en la red y vale la pena verlo porque aportó el hito del escrache parlamentario, una palabra que no sé de dónde ha salido pero que sirve en este caso. Gaspar Llamazares fue el primer diputado que rompió con las formas del hemiciclo al final de la segunda legislatura de Zapatero, unas formas con fuerte olor a naftalina hasta entonces. Para hacernos una idea de ello, el presidente del Congreso José Bono le llamó la atención una vez al ministro Miguel Sebastián por ir a trabajar sin corbata en verano. Está en YouTube.

Precisamente Gaspar Llamazares es una de las víctimas de las deficiencias del sistema. Las trampas de la legislación electoral, que veremos luego, habían traducido el millón de votos que obtuvo IU/ICV en las elecciones generales de 2008 en solo dos diputados. Aquello fue un atropello que violentó a todos. Incluso Zapatero comentó que había que hacer algo a propósito de la reforma de la ley electoral, pero naturalmente no se hizo nada. Gaspar Llamazares fue una voz que clamaba en el desierto durante cuatro años, sin faltar al trabajo ni un solo día, en la soledad más absoluta y sin traicionar ninguno de sus principios. Eso hizo que se ganara el aprecio de las personas y desarrollar un perfil personal mucho más transversal que el organizado bajo las siglas IU, puesto que la experiencia y la coherencia producen la idea de la honestidad, un valor electoral muy apreciado por ser muy escaso. Lo cierto es que hablaba desde un lugar distinto y en esa legislatura se consolidó como una rareza del sistema. El 15-M de Madrid le había entregado una carta para el presidente Zapatero unos días antes de la reforma constitucional y fue, a mi entender, el único parlamentario que se salvó del juicio sumarísimo al que los indignados sometieron a la clase política. Fue sumarísimo porque en junio de ese año fueron zarandeados, sin distinción, los diputados del Parlamento de Cataluña cuando se disponían a debatir los presupuestos. También está en YouTube y vale la pena verlo.

En las elecciones generales de 2011 los socialistas perdieron más de 4 millones de votos y quedaron reducidos al 28,3% de los votos válidos, su peor registro desde que el partido existe. Ganó el PP con ciento ochenta y seis escaños, tres más que Aznar en el año 2000 y un registro corriente si te vota el 30,4% del censo y tu rival se desfonda. Rajoy consiguió el mejor resultado del PP en unas elecciones generales, aunque muy insuficiente en número de votos o en apoyos populares. El PP no había hecho otra cosa que permanecer en su sitio porque no había ganado un volumen significativo en número de votos respecto a su posición del año 2008. En esa posición del entorno del 30% del censo habían ganado una vez con mayoría relativa en el año 1996, dos veces con mayoría absoluta en los años 2000 y 2011 y habían perdido en otras dos ocasiones en los años 2004 y 2008.

Los resultados de la elecciones generales de 2011 evidenciaron la debilidad electoral del PP porque, habiendo incorporado casi 1,5 millones de electores procedentes del PSOE había saldado unos seiscientos mil votos positivos respecto a su resultado de 2008. El PP había perdido un millón de sus votantes en la abstención como veríamos luego en Andalucía, pero además había transferido más de cuatrocientos mil electores a UPyD. Había conseguido diecisiete escaños más que Zapatero en 2008 pero con medio millón de votos menos.

La perestroika de Felipe VI

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