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De comerciantes de telas a industriales textileros

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La fundación de Fabricato, como la de otras empresas de Antioquia, fue resultado de fuerzas históricas que dieron sustento a la voluntad de sus creadores, entre ellas la disposición de capitales y su experiencia en diversos negocios nacionales y en el exterior, desde el siglo XIX. La casa comercial L. Mejía S. & Cía. fue creada en 1895 con el objeto de comerciar mercancías extranjeras y nacionales, metales preciosos y letras de cambio. Negociaba con documentos de crédito público o privado y hacía especulaciones en minas, salinas y empresas agrícolas.2 En su almacén de la plaza de Berrío vendía “mercancía seca”, que incluía telas, ropa para damas y caballeros, y bisutería.

De igual forma, desde 1895, los Navarro exportaban frutos del país e invertían en haciendas.3 Por lo general, estas sociedades de negocios se establecieron entre allegados y familiares de la burguesía antioqueña para garantizar el control de las inversiones por medio de matrimonios y alianzas entre sus integrantes. Por ello, Antonio Navarro fue quien primero apoyó a su amigo y concuñado, Carlos Mejía, quien tuvo la idea de crear la empresa desde 1919.4 Los Navarro también tuvieron almacén en la plaza de Berrío y hacia 1923 todavía importaban “telas de lana y algodón con especialidad en géneros blancos, zarazas inglesas y americanas”.5

Desde el siglo XIX, el ámbito familiar fue la base para crear las redes de poder local y regional, las identidades partidistas y las sociedades de negocios. Muestra de ello es el linaje de Alberto Echavarría Echavarría, cuyo padre y abuelo le heredaron su interés en el mundo empresarial. El abuelo, Rudesindo Echavarría Muñoz, había fundado una casa comercial en 1872, cuya actividad principal era la venta al por mayor de “mercancía seca” y telas importadas. Alberto fue hijo de María Josefa Echavarría y Rudesindo Echavarría Isaza, un reconocido importador de mercancía, exportador de café y fundador del Banco del Comercio. A la muerte de este, en 1897, su esposa y sus hijos recibieron apoyo y educación de Alejandro Echavarría Isaza, fundador de Coltejer (1907), y como las empresas también sirvieron para la cohesión y la solidaridad entre las familias de la élite regional, aquel mismo año los jóvenes Echavarría Echavarría conformaron con su tío Alejandro una sociedad de la que se independizaron hacia 1904. Entonces, Ramón, Pablo, Alberto, Jaime, Enrique y Jorge constituyeron la casa R. Echavarría & Cía., sucesora, con otras, de la de su padre. Sin embargo, los negocios con su tío continuaron, pues participaron de la fundación y la propiedad de Coltejer.6 Algunos de ellos incursionaron por cuenta propia y con los Mejía en la trilla y la exportación de café.

Para evitar confusiones debe distinguirse a los integrantes de la familia de Rudesindo Echavarría Isaza, apodados los Echavarría “gordos” (fundadores de Fabricato), de los de su hermano, Alejandro Echavarría Isaza, conocidos como los Echavarría “flacos” (creadores de Coltejer).7 Este clan familiar dejó una importante huella en la vida económica nacional con las empresas que crearon o en las que participaron. Entre ellas: Compañía Colombiana de Navegación Aérea (1919), Refrigeradora Central (1928), Fatesa (1932), Calcetería Pirámide (1935), Calcetería Alfa (1936, más tarde parte de Pepalfa), Zigzag (1938) e Hilos Intertex (1940).8

Como los Echavarría, los Mejía también dejaron una impronta trascendental en la historia de Fabricato. Esta familia venía acumulando capital y experiencia empresarial desde el siglo XIX. Los hermanos Luis María y Lázaro Mejía Santamaría tuvieron negocios en los campos del comercio y la banca. Así, antes de fundar en 1895 L. Mejía S. y Cía., habían participado en la casa comercial Lalinde & Mejía S., cuyo socio principal, don Pablo Lalinde, era considerado uno de los hombres más ricos de Antioquia. Además de importar mercancías, tuvieron acciones en los bancos Popular, de Medellín, de Yarumal, de los Mineros y Agrícola. En el año 1900, Carlos y Luis Bernardo Mejía Restrepo, hijos de Lázaro Mejía S., entraron en la sociedad familiar como socios administradores. Carlos fue quien más se destacó entre su parentela durante el período de constitución de Fabricato. Además de haber tenido la idea de crear la empresa textil, fue su primer gerente, consejero principal de la junta directiva entre 1921 y 1939, y asesor de ella hasta el 23 de enero de 1943, fecha en la que murió. Para la junta directiva, el buen criterio, la inteligencia, la consagración y la cultura comercial de Carlos Mejía fueron fundamentales para impulsar y consolidar la empresa.9


Panorámica de Medellín, 1921, Fotografía Rodríguez, BPP-F-008-0808, Archivo Fotográfico, Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina

Las casas comerciales, con su sello de empresas familiares, jugaron un papel de suma importancia en el desarrollo económico de Antioquia desde el siglo XIX y fueron la base para su industrialización en el siglo XX. Así fue, no solo en el ramo textil, columna vertebral del proceso, sino en los de alimentos, tabaco, calzado, vidrio, loza, muebles y bienes de consumo masivo. Mejía, Navarro y Echavarría, Restrepo, Londoño, Escobar, Ángel, Ospina, Vélez, Mora y Posada son los apellidos más icónicos que integraron la burguesía industrial antioqueña. Ellos, con el apoyo del Estado y la participación de la clase obrera, condujeron el país hacia el desarrollo industrial, para lo cual adoptaron y adaptaron a la realidad nacional las conquistas tecnológicas de la Revolución Industrial (inglesa) acaecida desde finales del siglo XVIII.


[detalle] Acción de 10 pesos No. 0120 de la Fábrica de Hilados y Tejidos del Hato. Suiza, A Trüb & Cie. Aarau, 1930. Archivo Fabricato

Como se ha sugerido, minería, ganadería, banca, especulaciones inmobiliarias y, sobre todo, el comercio fueron las actividades económicas que facultaron a capitalistas y empresarios como industriales; su origen comercial no fue una excepción de los antioqueños, sino una constante de los industrialistas latinoamericanos.10 En particular, estuvieron comprometidos en el comercio de importación y controlaron la trilla y la exportación de café, una actividad sumamente próspera, soportada en el crecimiento de los cultivos del occidente colombiano y de los precios internacionales del grano entre 1911 y 1932.11

Pero la fundación de Fabricato no solo se explica por la disponibilidad de capitales, sino también por las expectativas que tenían sus fundadores de ganarlos, mediante la conquista de la demanda de bienes manufacturados que existía en la ciudad de Medellín y a lo largo del país hacia las décadas de 1920 y 1930. Este mercado lo constituía la creciente clase media y obrera que la urbanización y la industrialización hizo emerger en Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali. Además de estas capitales principales, se considera que unas doce capitales intermedias y los poblados cercanos a los cinco mil habitantes, como Bello, también estuvieron sometidos a una acelerada expansión urbana. En estas localidades, el trabajo fabril, la trilla de café, las obras públicas y las crisis económicas de principios del siglo proletarizaron una cuantía de población rural y la desligaron de las faenas agrícolas.12

Para comprender el contexto histórico en que nació Fabricato también es necesario agregar que, hacia los años de 1920, Colombia, en comparación con países como Argentina, México y Brasil, inició en forma tardía transformaciones modernizantes, como la construcción de una economía nacional integrada, fundada en redes ferroviarias que articulaban las regiones con el río Magdalena, la salida al mar Atlántico, la dinamización de la navegación de vapor por esta misma vía fluvial y la construcción de diversas instalaciones portuarias. De igual forma, se vivió un auge de inversiones estatales en la construcción de carreteras y obras públicas que unían regiones y poblados, comunicados de manera precaria desde la época colonial, en un país fragmentado por su quebrada geografía.

Medellín se encontraba en un complejo proceso de transición, pues era evidente que pasaba de ser una villa grande con aire colonial a una ciudad moderna, con una emergente sociedad de consumo, cuyos gustos y costumbres empezaban a ser dictados por las industrias y el comercio por medio de la publicidad y la moda.13 Los ochenta mil habitantes que tenía la localidad hacia 1920 ocupaban la reducida zona más densa, que circundaba el parque de Berrío y sus inmediaciones rurales; estas últimas, bajo la presión urbanística, desaparecían para dar lugar a avenidas, barrios, fábricas y sistemas de transporte moderno y masivo, como el tranvía eléctrico y los automotores. Al norte del valle de Aburrá era más evidente la impronta campesina de pequeños poblados, como Bello, erigido municipio en 1913, con su propia planta eléctrica y una población de más de cinco mil habitantes, que derivaba su existencia del comercio y las actividades agropecuarias.14 La antigua toponimia de centros poblados del norte del valle de Aburrá recuerda las actividades económicas que marcaron su devenir histórico. Nombres como Hato Viejo (Bello), Girardota (Hato Grande), Copacabana (La Tasajera) y El Hatillo refieren los hatos ganaderos de la zona y la preparación de carnes saladas y tasajos para los distritos mineros del norte y el nordeste de Antioquia, desde la época colonial. Se trataba de un activo corredor de circulación comercial que vinculaba a la despensa agrícola y pecuaria del valle de Aburrá con la zona minera del norte de Antioquia y del país, hacia el río Magdalena y el mar Atlántico.

El mayor protagonismo del mercado nacional, para la emergente industria, lo conformó la extendida capa de pequeños y medianos cultivadores de café del occidente colombiano, con sus benéficos efectos en otros sectores de la economía nacional. Ello significa que su sistema de producción, apoyado en la producción familiar y el trabajo independiente, generó un amplio grupo de campesinos con mayores ingresos, que sustentaban su capacidad de compra de productos manufacturados nacionales, entre ellos las telas y las confecciones, cuya masiva y continua demanda explica que el sector textil haya liderado en Colombia, como en otras sociedades capitalistas, sus nacientes procesos de industrialización.15


Muestras de telas enviadas al comerciante antioqueño José María Uribe Uribe por Enrico dell’Acqua & C., 31 de mayo de 1894. Archivo José María Uribe Uribe, Sala de Patrimonio Documental, Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad EAFIT


“Soto, Tejedoras y mercaderas de sombreros nacuma en Bucaramanga. Tipos blanco mestizo i zambo”, 1850. Carmelo Fernández, acuarela sobre papel, 23 × 30 cm, F. Comisión Corográfica 133, Biblioteca Nacional de Colombia

Desde antaño, los comerciantes importadores familiarizaron a las élites antioqueñas y a sectores medios con el gusto por las telas finas y mejor manufacturadas de Estados Unidos y Europa, en lo primordial de Lancashire y Manchester, en Inglaterra. Esta fue la cuna de la industria textil mundial. Paños, sedas, muselinas, terciopelos, linos o alpacas, organdí, géneros de lana o cachemir, tafeta, pantalones suizos de algodón, nansú (para fabricar ropa interior y pañuelos) y hasta pieles, zapatos de charol, sombreros de fieltro, guantes de cabritilla y miriñaques dieron estatus y ostentación a sus distinguidos portadores.

Por su parte, entre los sectores populares de trabajadores, pobres en las ciudades y campesinos fueron más usuales las telas ordinarias y crudas de lana provenientes del altiplano cundiboyacense y de Quito, y las de algodón, fabricadas en la región de Santander y aun localmente,16 entre ellas: dril o “lienzo de la tierra”, jergas, bayeta, percal, manta o coleta cruda, zaraza o manta de algodón y hasta prendas de fique (como alpargatas y tapices) y de paja o esparto (como esteras y sombreros).


“Tejedor de ruanas en Cali. Provincia de la Buenaventura”, 1853. Manuel María Paz, acuarela sobre papel, 23 × 31 cm F. Comisión Corográfica 49, Biblioteca Nacional de Colombia


“Telar manual”, Santander. Ernst Rothlisberger. El dorado: reise- und kulturbilder aus dem sudamerikanischen Columbien. Stuttgart, Strecker und Schroder, 1929. Sala de Patrimonio Documental, Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad EAFIT

Hay que tratar de la calidad de los tejidos para comprender lo difícil que les resultaba a los artesanos nacionales competir con las fábricas inglesas. Hacia 1880, un cónsul británico comparó una tela nacional con una ordinaria importada y halló que la última tenía 18 × 18 hilos en cada cuarto de pulgada cuadrada, era de mayor calidad y resistencia, y más ancha (medía 27,5 pulgadas: 68,8 centímetros), mientras que la nacional apenas contenía 6 × 6 hilos en cada cuarto de pulgada cuadrada, se deshilachaba con facilidad por ser menos densa y era más angosta (22,5 pulgadas: 56,3 centímetros).17 Las telas nacionales se fabricaban en telares artesanales, que poco habían cambiado desde la época colonial, y su tejido resultaba del cruce perpendicular entre los hilos, lo que se denomina tejido plano. El tratamiento técnico del algodón para estas telas fue artesanal y limitado, de manera que el desmotado solía dejar las fibras sucias y con restos de semillas. A veces, estos tejidos burdos se teñían con añil o palo de Brasil, pero por lo común se dejaban crudos o con bordados de colores. Los cronistas de la época aducían que, con estos tejidos tan rústicos, sastres y modistas se enfrentaban a una labor titánica cuando, por encargo de sus parroquianos clientes, se trataba de imitar los sofisticados diseños de los figurines extranjeros. Sin embargo, parece que los productos de Cundinamarca y Boyacá no eran tan precarios, pues “ellos producen las acreditadas mantas y buenas telas de lana”.


Venta de fibras de fique. Ernst Rothlisberger. El dorado: reise- und kulturbilder aus dem sudamerikanischen Columbien. Stuttgart, Strecker und Schroder, 1929. Sala de Patrimonio Documental, Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad EAFIT

Las telas y ropas importadas fueron tan apetecidas por la gente acomodada de Medellín que, en medio de la escasez generada por la Guerra de los Mil Días (1899-1902), había en la ciudad todo un mercado de las pulgas manejado por dos distinguidas negociantes de la élite local, Concha y Altagracia. Cuenta Sofía Ospina de Navarro, esposa de uno de los socios de Fabricato, Salvador Navarro Misas, que las apetecidas prendas extranjeras eran trocadas por estas damas a cambio de lujosas antigüedades, de modo que “la pirámide de ropas [de sus clientas] iba creciendo por momentos, rodeada de zapatos, carteras, cuadros y terracotas”; un caballero local se llevó la sorpresa de que, al buscar su traje de etiqueta para una suntuosa cena, “descubrió que su smoking había sido entregado por su esposa al botín de Concha y Altagracia”.18

Aun desde mediados del siglo XIX, los textiles importados ocuparon un importante margen del mercado nacional, lo que supuso el paulatino declive de los productores nacionales, sobre todo los de la región de Santander. En Antioquia, los productores constituían talleres de producción doméstica y familiar, y pequeños locales semifabriles, que no merecían llamarse “fábricas” debido a su incipiente mecanización y división técnica del trabajo. Como desde la época colonial la región orientó su economía hacia la minería y el comercio, sus recursos laborales se concentraron en estos sectores, lo que imposibilitó el desarrollo de un sector artesanal y sobre todo textil. La ausencia de una industria textil en Antioquia durante el siglo XIX explica que la provincia fuera exportadora de oro e importadora del 80% de los géneros de algodón que consumía, provenientes de Inglaterra, fundamentalmente.19


Fundadores de Fabricato: Carlos Mejía Restrepo, Antonio Navarro Misas y Alberto Echavarría Echavarría Gloria, Nos. 13-14, Medellín, 8 de mayo de 1948

Hacia 1860, se calcula que entre el 30% y el 40% de los textiles consumidos en el país procedían de las manufacturas nacionales, margen que se redujo al 20% a finales del siglo.20 Coherente con esta tendencia, para la época en que se fundaron Fabricato y las restantes principales empresas del sector, cerca del 80% del consumo textil nacional lo cubrían las importaciones de géneros de algodón.21

No obstante la superior calidad de los productos importados y las mejoras en los sistemas de transporte férreo y fluvial que facilitaban su introducción al país, había factores que jugaban en contra de los géneros extranjeros y a favor de la creación de una industria nacional. Entre ellos, uno de vieja data: la quebrada geografía colombiana, que siempre se tradujo en altos fletes. A esto se sumaban las políticas proteccionistas de 1903, 1913 y 1931 promovidas por los gobiernos nacionales de la época, que apoyaban la industrialización del país y, al tiempo, buscaban mejorar los ingresos del fisco.

La política de fletes diferenciales implicaba que la importación de maquinaria, telares, hilos y algodón en bruto gozaba de bajos o nulos aranceles, mientras que productos manufacturados, como los textiles, tenían impuestos de aduana de más del 20%. A principios del siglo, un oficial inglés indicaba al respecto: “Todavía, se traen desde Manchester telas de baja calidad y algunas de mejor calidad; el resto se produce en Medellín [pues ya se habían fundado varias empresas] y como el producto nacional está fuertemente protegido por los impuestos sobre las importaciones y los altos costos del transporte al interior, les resulta fácil a las compañías nacionales competir con los productos importados”.22 A la substitución de las manufacturas importadas por las nativas contribuyó el bloqueo al comercio internacional causado por la Primera Guerra Mundial (1914-1918), coyuntura favorable que aprovecharon los Mejía, los Navarro y los Echavarría para fundar a Fabricato.

La conversión de comerciantes en industriales no solo se debió al surgimiento de nuevas oportunidades de negocio, sino también a que desde finales del siglo XIX se agotaban las que ofrecía el comercio, de modo que, para la posguerra (1920), las casas comerciales habían saturado el mercado de capitales y de mercancías de la región antioqueña y debían competir más en medio de una fuerte disminución de los márgenes de ganancias y de aumento de los riesgos. Ello se debía a que el importador tenía que despachar los productos a lomo de mula por riesgosos caminos y montañas hacia lejanos pueblos y conceder largos plazos a los minoristas, que exigían dilatados créditos con bajos intereses.


Acta de la primera reunión de la Junta Directiva de la Fábrica de Hilados y Tejidos del Hato, Medellín, 1 de mayo de 1920

Archivo Fabricato

Los importadores locales estaban sujetos a las casas comisionistas inglesas, que concedían hasta nueve meses de plazo, mientras que las norteamericanas solo otorgaban tres o cuatro meses. Por ejemplo, hacia 1907, una tela de Nueva York podía pagar altos fletes aduaneros (hasta del 37% del costo del producto) y estaba sujeta a la depreciación del peso y a altos costos del transporte (de hasta el 27%). El empresario, ingeniero e intelectual Alejandro López indicaba que, en estas condiciones de feroz competencia, el comercio se había convertido en un inestable “juego de suerte y azar”. Por ello, los comerciantes buscaron invertir sus capitales en actividades más seguras y lucrativas, como la especulación inmobiliaria, pero, sobre todo, la creación de industrias, cuyo mercado estaba en expansión y podría ser protegido por gobiernos sobre los que tenían injerencia y capacidad de presión, pues eran sus coterráneos y familiares.23

En este propicio contexto, y frente a una actividad tan lucrativa, no es extraño que los comerciantes nacionales se hubieran decidido, además de su venta, por la fabricación de telas y por las confecciones. En calidad de importadores, los Mejía, los Navarro y los Echavarría conocían muy bien este mercado: calidad y tipos de telas, fabricantes, agentes proveedores y casas matrices, trámites aduaneros, riesgos y seguros, transporte transatlántico, preferencias de sus clientes, medios de propaganda y hasta arrieros y caminos. Como en principio no abandonaron el comercio de importación, se colige que, al incursionar como fabricantes, estaban efectuando en sus empresas lo que se denomina una “integración” o “encadenamiento hacia atrás”. Ello significa que pretendieron controlar los negocios ubicados en la dirección contraria al cliente, al reemplazar a sus propios proveedores. Al hacerlo, los comerciantes sustituyeron la oferta de textiles extranjeros por la producción nacional y así lideraron la llamada “industrialización por substitución de importaciones”, que transformó el modelo económico del país.24 En sus inicios este proceso fue espontáneo, pero a partir de la década de 1930 fue implantado de modo deliberado por el Estado colombiano como proyecto de nación moderna.


Toma del agua de la quebrada El Hato para la Planta Fabricato en Bello, 1927.

Archivo Fabricato

Eran evidentes las dificultades que suponía abrir una fábrica en un entorno profundamente pueblerino y rural, cuyos consumidores estaban acostumbrados a las telas extranjeras, y en una urbe arrinconada por la agreste geografía andina. Sin embargo, los estrechos vínculos parentales y de amistad entre la burguesía antioqueña permitieron a los fundadores de Fabricato conocer las prometedoras perspectivas de las empresas creadas por sus familiares y convecinos antes que ellos. Entre estas: Compañía Antioqueña de Tejidos (1902), Fábrica de Hilados y Tejidos de Bello (1903), Compañía de Tejidos de Medellín (1905), Fábrica de Tejidos Cortés y Duque (1906), Compañía Colombiana de Tejidos (Coltejer, 1907), Claudino y Carlos Arango (1909), Fábrica El Perro Negro (1909), Fábrica de Tejidos Hernández Montoya (1910), Compañía de Tejidos Rosellón (1911/15), Fábrica de Tejidos Montoya Hermanos (1914), Fábrica de Tejidos La Constancia (1914), Fábrica de Tejidos de Jacinto Arango y Cía. (1914), Fábrica de Tejidos del Banco de Sucre (1916), Compañía Unida de Tejidos y Encauchados (1918) y Tejidos Unión (1919). No sobra aclarar que la Compañía Antioqueña de Tejidos, que fue fundada en 1902, no funcionó. En 1903 los mismos socios crearon la Fábrica de Hilados y Tejidos de Bello, que tampoco funcionó. En 1905 retomaron la idea con el nombre de Compañía de Tejidos de Medellín, la misma que en 1933 pasó a llamarse Fábrica de Tejidos de Bello, que fue comprada por Fabricato en 1939.25


[Detalle] Telar Draper. Acción de 10 pesos No. 0120 de la Fábrica de Hilados y Tejidos del Hato. Suiza, A Trüb & Cie. Aarau, 1930. Archivo Fabricato

Barranquilla, ciudad en la que la industria textil inició con mayor empuje y más temprano que en Medellín, contaba con quince empresas fundadas entre 1895 y 1925, mientras que Cartagena tenía tres para el mismo período y Cali dos.26 Las grandes y medianas empresas textiles de la sabana de Bogotá, fundadas entre 1907 y 1919, sumaban cinco, pero las existentes sobrepasaban esta cifra.27 No hay que olvidar la Fábrica de Tejidos Samacá, localizada en Boyacá y fundada en 1889, y la Empresa de Hilados y Tejidos de San José de Suaita, ubicada en Santander, cuya creación data de 1907.28

Este entable industrial respondió a la demanda de textiles nacionales, de modo que, hacia 1942, el porcentaje de las telas de algodón importadas en todo el país había descendido al 5,7%,29 como resultado de los factores citados y al abandono del mercado nacional por las manufacturas extranjeras con la crisis económica mundial de 1929. A lo anterior se agregaban la innegable mejora de la calidad del producto nativo y una mayor labor publicitaria y de ventas de las agencias comerciales a lo largo de la geografía colombiana, temas que serán tratados en los siguientes capítulos. Para la época, empresas como Fabricato habían conquistado el mercado del país, con tintes de ideas nacionalistas, pues la industrialización era todo un ideal de progreso nacional. En este contexto se comprende que “lo extranjero” fuera el blanco del combate elegido por Fabricato y la industria textil colombiana para posicionar sus productos en el mercado nacional.

Fabricato 100 años - La tela de los hilos perfectos

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