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La importancia de Shrewsbury

Lichfield, la ciudad donde vivió Erasmus y nació Robert Darwin, está ubicada a 35 kilómetros de Birmingham, muy cerca de los cordones industriales y de la llamada Sociedad Lunar.

En aquel entonces gran parte de la ciudad estaba pavimentada con adoquines de piedra; la catedral del año 800 estaba rodeada de vegetación y parques. En esa atmósfera se criaron los abuelos y los padres de Charles Darwin, hasta que Robert decidió trasladar a su familia a Shrewsbury, una localidad ubicada a 70 kilómetros al sur de Lichfield, un poco más rural que urbana y rodeada de campos.

Allí, junto a su esposa Susannah Wedgwood, Robert adquirió un terreno en la zona alta, con vistas al río Severne y a la ciudad de Shrewsbury.

Construyó una casa de ladrillos de tres pisos, estilo georgiano. La llamó The Mount.

Le agregó un gran jardín con plantas, arbustos exóticos y cultivos frutales. En esa casa nació Charles Darwin en el año 1809.


Shrewsbury en el siglo XIX

Robert Darwin disfrutaba de la actividad como médico en su pueblo, donde se sentía requerido y tenía contacto, según él, con la gente real.

Había comenzado a invertir sus ahorros en propiedades para la renta en Shrewsbury y se alzaba como un miembro importante de la influyente familia de intelectuales Darwin - Wedgwood. Le gustaba esa ciudad en la que había hecho su práctica de medicina a los 20 años, después de haber culminado sus estudios en Escocia. Ambos, Erasmus y Robert, estudiaron en la universidad de Edimburgo. Al término de sus estudios y ya convertido en un médico, Robert trabajó como doctor local y ya nunca más lo dejó.

Prontamente alcanzó notoriedad, pues tenía una habilidad superior que le haría famoso: diagnosticar en forma temprana una enfermedad. Podía indicarle a un paciente cuánto duraría su malestar y si tenía cura o no. Esa especialidad era la primera y la más esencial razón por la que la gente le consultaba.

Después se entraba en el proceso, a veces más largo, de la curación de los enfermos.

En el siglo XIX había poca disponibilidad de drogas en el mundo de la medicina, con excepción del opio y la morfina, que servían para calmar los dolores y para distraer los nervios antes de una intervención quirúrgica. Al doctor Robert Darwin no le gustaba la práctica común del desangramiento o la de purgar la sangre, que en esos tiempos era muy utilizada para bajar la presión o la fiebre de los pacientes.

Irónicamente, Robert Darwin no toleraba ver sangre, tema que heredó posteriormente su hijo Charles. Ambos evitaban lo que llamaban «la bárbara intervención del desangramiento».

Robert Darwin recurrió a métodos orientados al sentimiento humano y más próximos a la mente, es decir cercanos a la psicología y a la psiquiatría. Oía a sus pacientes cuando le contaban sus malestares, analizaba la forma en que movían sus manos, las expresiones de sus caras y el tono de sus voces: todo eso era necesario para iniciar el proceso de diagnóstico, junto a detalladas fichas clínicas.

Como si el cuerpo humano fuera un campo de batalla, en profundo silencio les examinaba el cuerpo con todos sus instrumentos. Se valía del fonendoscopio para escuchar los latidos del corazón y los sonidos de los pulmones, y del otoscopio para examinar el interior de los oídos, nariz y boca.

También usaba el famoso esfigmomanómetro, que hasta la actualidad es el instrumento más común en la medicina actual, para medir la fuerza y la frecuencia del pulso, y el manómetro para medir la presión.

Ataba un brazalete alrededor del brazo superior del paciente y lo inflaba para estrechar las arterias. cuando estaba lleno de aire, el doctor Darwin colocaba el estetoscopio en el pliegue del brazo del paciente, sobre la arteria braquial. A medida que el aire en el brazalete se liberaba, el primer sonido que escuchaba era el que provenía del estetoscopio, la presión sistólica. Mientras el aire seguía saliendo del brazalete, se alcanzaba otro punto más, cuando el doctor ya no escuchaba sonidos. Esto marcaba la presión arterial.

Por lo tanto, lograba darle alivio al paciente primero por su reputada capacidad de diagnóstico, y luego por el hecho de que casi siempre encontraba la forma más natural para encontrar la cura.

Era capaz de determinar si la enfermedad sería crónica, pasajera o terminal. Se movía entre su consulta, el hospital y su casa. Caminaba con su maletín de médico por las calles; por su altura y corpulencia era imposible no verlo. Debió haber sido una figura muy imponente en la ciudad. conocido por todos, era saludado con gran admiración y respeto en las tiendas, en las plazas y en las calles.

Esa vocación por participar socialmente lo hacía más parecido a un político que a un médico local.

Estaba en contacto con clérigos, la aristocracia y los ciudadanos en general. Las visitas a sus enfermos eran periódicas, les dedicaba el tiempo necesario según la gravedad de su enfermedad, especialmente cuando lo hacía a domicilio durante un post operatorio.


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Además, se hacía un tiempo libre para visitar a su mejor amigo, el reverendo John Walker, profesor de Historia Natural de la universidad de Edimburgo, quien también durante su carrera universitaria se había convertido en químico, botánico y geólogo.

Darwin en Patagonia

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