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Dónde y cuándo

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Pericles pronunció su discurso funerario al final del primer año de la guerra del Peloponeso, en el invierno de 431-430 a. C., cuando, tras la suspensión de las hostilidades, los atenienses celebraron los funerales de los caídos en ese año inicial de la contienda. Era costumbre enterrar a los muertos en el campo de batalla, como atestigua, por ejemplo, el túmulo de los atenienses en la bahía de Maratón, pero en esta ocasión se optó por celebrar la ceremonia en la propia Atenas, probablemente en el ágora. Durante tres días se expusieron los huesos de los difuntos, cuyos cuerpos habían sido incinerados previamente. Tras recibir las ofrendas de flores y perfumes de sus familiares, los restos fueron agrupados en féretros de ciprés, de acuerdo a las tradiciones de la tribu a la que pertenecieran, y colocados sobre carretas. Además de los féretros, había también un lecho vacío para recordar a los muertos cuyos cuerpos no se habían podido recuperar. El cortejo fúnebre se dirigió al vecino cementerio del Cerámico, extramuros, junto al camino que llevaba a la Academia. Tras enterrar a todos los muertos en un único túmulo coronado por una estela, era costumbre pronunciar un discurso laudatorio de los fallecidos. En aquella ocasión, considerada especialmente señalada, pues era el primer año de guerra, la asamblea ateniense (boulé) eligió como orador a Pericles, hijo de Jantipo y gobernante de facto de la ciudad. Pericles, tras subirse a un estrado desde donde todo el pueblo pudiera verlo, se dirigió a los atenienses.

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