Читать книгу Al volante de un santo - Javier Cotelo Villarreal - Страница 12

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COSAS PEQUEÑAS POR AMOR

EN LAS TERTULIAS CON TODOS, que eran muy frecuentes, siempre tenía algún detalle conmigo: me preguntaba algo, o me hacía un guiño, o me despeinaba si estaba cerca. Pensé que me tenía un cariño especial hasta que descubrí que los demás también recibían siempre detalles de particular afecto. Nos quería de verdad a todos y a cada uno, como si fuera el único.

Nos enseñaba de modo gráfico que, si nos manteníamos en presencia de Dios, por ejemplo, abriríamos y cerraríamos las puertas con suavidad. Pues bien, un día estaba con él en una sala que llamábamos “Mapas”, por su decoración, cuando uno pasó y dio un portazo. Yo hice un ademán de protesta por el susto, y él me corrigió, con su mirada cariñosa y el dedo índice levantado. Sin pronunciar una sola palabra, su expresión lo decía todo: «No debemos juzgar a los demás». También me enseñó a no enfadarme por esas cosas pequeñas, sino a ser positivo, a rezar y a corregir, en su caso, a quien lo necesitase.

Ya que hablamos de correcciones, contaré otra que me hizo san Josemaría, sin palabras y con su cariño habitual. Un día vino al estudio y me entregó su cortauñas para que me limpiase las uñas en el lavabo. Dijo una frase italiana que yo desconocía: Si chiama Pietro e torna indietro. A la semana siguiente, volvió con el cortauñas: levantando las cejas y con una sonrisa, me lo pasó de nuevo, porque mis uñas volvían a estar de luto. No dijo una sola palabra. Esa segunda vez aprendí.


De su ejemplo aprendíamos mucho. Un día, a las nueve de la mañana, subía con él en el ascensor y me preguntó: «¿Cuántos actos de amor de Dios has hecho esta mañana?». Sin dejarme contestar, me animó a que hiciese muchos durante todo el día. Era evidente que él, a esas horas, ya le había dicho muchas veces a Dios que le amaba.

Después del verano de 1956, san Josemaría me indicó que volviera a Madrid para que continuase la carrera. «Porque si sigues aquí −me dijo− serás albañil en vez de arquitecto». Mientras el tren se alejaba de la estación Termini, yo cantaba a pleno pulmón, solo en mi departamento: Arrivederci Roma! Tenía conciencia de haber dejado el corazón en Villa Tevere, pero un presentimiento me decía: ¡Volveré!

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