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TALLERES DE ARTE GRANDA

EL INICIO DE TALLERES DE ARTE GRANDA, una fábrica de objetos para el culto divino, se remonta al siglo XIX. Fue un sacerdote piadoso, Félix Granda, con la ayuda de su hermana Cándida y de otros parientes, quien puso en marcha la empresa. Cuando san Josemaría los conoció ya era una gran empresa, con mucha gente trabajando en carpintería, orfebrería, fundición, baños electrolíticos, esmaltes, etc. Tenía también una gran sala de exposición de estatuas policromadas, altares y retablos, y un almacén de modelos de yeso de las piezas fabricadas a lo largo de los años.

Nuestro Padre tenía amistad con los hermanos. Iba a Talleres de vez en cuando, porque guardaba allí joyas y material valioso que le iban regalando, y que servirían en el futuro para realizar vasos sagrados y sagrarios. Sobre una mesa con tapete de terciopelo negro, colocaba con Cándida las piedras que iba consiguiendo, para enriquecer alguno de los objetos que deseaba comprar. Se lo oí contar alguna vez que hablé con él sobre mi trabajo.

En cierta ocasión, san Josemaría llevó a arreglar el cáliz que usaba habitualmente. Cándida dijo que le parecía que era de oro y él contestó que seguramente no era así, pues lo había comprado muy barato. Lo desmontaron y vieron que, en el interior, grabada con un punzón, se leía la palabra LATÓN. Esta anécdota le sirvió muchas veces a san Josemaría para sacar consecuencias sobrenaturales sobre sí mismo: quizá, con la gracia de Dios, podría a veces parecer de oro a los ojos de los demás, pero la realidad era bien distinta.


Durante aquellos años, san Josemaría rezó con ilusión para que aquella empresa tuviera continuidad y siguiera fabricando arte sacro digno, que diera gloria de Dios. El Señor escuchó su petición y la empresa continúa hoy en pie, pese a los altibajos de un sector sin duda difícil.

En 1956 comencé a trabajar en Talleres de Arte Granda como jefe de la sección de proyectos de la producción artística. Un día, hablando allí con Valentín, el jefe del personal, con largos años de experiencia en la fábrica, le sugerí una nueva solución en algún detalle constructivo de uno de los objetos. Me miró con admiración y dijo: «¿Sabe usted que no ha dicho ningún disparate?». Sus palabras expresan a la vez mi inexperiencia y la simpática delicadeza de mi interlocutor.

Talleres realizó con perfección el sagrario del oratorio de Pentecostés —del Centro del Consejo General del Opus Dei— y el de los Santos Apóstoles, ambos en Villa Tevere; y tantísimas cosas más. En 1992, por ejemplo, fabricó la urna que guarda el sagrado cuerpo del fundador del Opus Dei en el altar de la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz.

Recuerdo que san Josemaría, que seguía muy de cerca la construcción de los oratorios de la sede central (como siguió también los de Villa delle Rose y Cavabianca, centros internacionales de formación de mujeres y hombres, respectivamente, en las cercanías de Roma), me habló mucho de Talleres de Arte Granda en julio de 1958, cuando volví a Roma para una estancia breve. Dimos una vuelta por la casa y me enseñó la Sacristía Mayor y los oratorios de alrededor, que yo no había visto terminados y que habían quedado preciosos. También me mostró el oratorio de Santos Apóstoles y el soggiorno o sala de estar de Uffici, que estaban aún en obras. Por último, quiso que viera algunos cálices que se habían conseguido, y me dio algunas ideas sobre lo que se podía hacer para que todo lo relacionado con el culto fuese digno y bello.

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