Читать книгу Retrato hablado - Javier Darío Restrepo - Страница 10

Primera etapa. La preparación

Оглавление

Dedicar tiempo y trabajo a la preparación de la entrevista es fundamental. Aunque no garantiza un buen resultado, sí lo acerca y disminuye el riesgo de errores. Dice Halperín:

Los más experimentados sostienen que por cada minuto de una entrevista hay que gastar unos 10 minutos en su preparación, según John Brady […] Enric Norden se pasó unas seis semanas estudiando al ex arquitecto de Hitler, Albert Speer, antes de entrevistarlo durante cerca de diez días […] Cornelius Ryan exagera: “Nunca entrevistes a alguien sin conocer el sesenta por ciento de sus respuestas”.i

A veces el reportero se ve obligado por las circunstancias a entrevistar a alguien en el momento y sin ninguna preparación. En esos casos, será su conocimiento previo y su cultura general lo que le permitirá salir dignamente de la situación. Lo que es claro es que entre mayor sea la preparación, disminuyen las posibilidades de formular preguntas tontas y de aburrir a los lectores.

Hay al menos seis aspectos que hay que considerar antes de presentarse con el entrevistado: elegir a la persona, pactar las condiciones de la entrevista, documentarse, preparar las preguntas, diseñar el cuestionario y realizar algunas previsiones prácticas.

Elegir al entrevistado

En muchos casos el reportero no tiene oportunidad de escoger al entrevistado. Recibe una orden de información en que se le indica a quién buscar o va a un suceso donde es claro que debe hablar con los protagonistas de esa noticia. Sin embargo, en otras ocasiones sí tiene la posibilidad de elegir. Habitualmente el reportero busca entrevistar a los “famosos” y a quienes por su prominencia marcan la agenda pública, los llamados newsmakers. Eso está muy bien y hay que hacerlo. No obstante, algunas de las mejores historias están en la gente común. Suelen ser entrevistas “frescas” y con menos respuestas “prefabricadas”. Es básico asegurar que el entrevistado sea la persona que tiene la información que nos interesa. Para ello es fundamental que el reportero se pregunte: ¿Qué quiero saber? ¿Quién tiene la información que necesito? Si lo que le interesa es saber lo que significa estar en el fragor de un combate, buscará a un soldado raso que haya peleado en una batalla; si lo que le interesa es conocer cuál fue la estrategia para ganar esa batalla, deberá buscar al general que estuvo a cargo. En las instituciones existe la tendencia a “que hable el jefe”. Las oficinas de comunicación suelen responder a la petición del entrevistador con esta lógica. Si el reportero pide entrevistar a un embalsamador de cadáveres, probablemente lo mandarán con el dueño de la funeraria. El periodista debe estar atento para ser claro sobre a quién quiere entrevistar y por qué. Así se evitará la incómoda situación de estar frente a alguien que piensa que va a ser entrevistado y a quien hay que decirle que en realidad queremos hablar con otra persona.

Pactar las condiciones

Es importante acordar con el entrevistado, o con su equipo, las condiciones bajo las que se realizará el diálogo. ¿Cuánto tiempo? ¿En qué lugar? ¿Habrá entrevistas con otros periodistas antes o después? No es lo mismo tener quince minutos que disponer de dos horas, es distinto entrevistar a alguien en su domicilio que en una camioneta en un trayecto rumbo al aeropuerto. En ocasiones el entrevistado otorga varias entrevistas a diferentes medios un mismo día. No es igual ser el primero en tener la entrevista que ser el último. Es distinto saber que es una entrevista exclusiva y que dispongo de suficiente tiempo para editarla que tener que publicarla al día siguiente. Algunos entrevistados no quieren ser fotografiados. Hay que considerar el tiempo que requieren los fotógrafos cuando harán retratos posados o cuando desean llevar al entrevistado a un escenario distinto para tomar las imágenes. Conocer todas estas condiciones nos permite adecuar la entrevista a las circunstancias y obtener el mayor provecho.

Es fundamental que quede claro que, en principio, toda la información será publicada y atribuida al entrevistado. En caso de que éste tenga alguna razón para que no sea así se tendrá que pactar qué información no es para publicar (off the record) o cuál no se le puede atribuir directamente a la fuente.

Documentarse

Conocer, en la medida de lo posible, con quién vamos a hablar es básico. Hacerlo es una muestra de consideración por la persona, por el lector y por nosotros mismos. Es, a fin de cuentas, el respeto por nuestro oficio. Pero además es una protección al propio reportero. El trabajo de documentación e indagación previa sobre el personaje permite conocer aspectos importantes de su persona. Con ello se ahorra la formulación de preguntas básicas, puesto que ya las conoce, lo que le da la oportunidad de aprovechar el tiempo para indagar sobre aspectos desconocidos de la persona y a plantear ángulos distintos y más originales.

Por otro lado, la documentación le da la oportunidad al reportero de encontrar aspectos que él desconocía hasta entonces y que se pueden volver temas interesantes para incluir en la entrevista. Lo previene también de preguntar lo que otros colegas ya le han planteado antes. Ayuda además a prever, aunque sea vagamente, cómo puede reaccionar el entrevistado, “de qué pie cojea”, qué tan dispuesto puede estar para encarar preguntas complicadas. La preparación hace más difícil que el entrevistado pueda engañar al reportero. Se trata a fin de cuentas de averiguar con quién se va a encontrar uno y de hacerse una idea del terreno sobre el que se moverá.

Para obtener esta información podemos indagar a través de la internet además de buscar en otros archivos. Las personas que conocen al entrevistado nos pueden proporcionar valiosa información sobre él. Si tiene cuentas en las redes sociales, entonces habrá que revisarlas. ¿Qué información “subió”? ¿Con quién se comunica?, ¿Con quién aparece en las fotos?

De algunas personas sobra información, hay cientos de páginas web y notas de prensa referentes a ellas e incluso libros y biografías completas. En cambio, sobre otras no hay nada escrito. Cada caso es especial.

Si la entrevista no tendrá como eje la persona misma sino otro tema, es obvio que el reportero se debe documentar sobre la materia, conocer los aspectos básicos, los términos más comunes y la situación actual de la cuestión.

Indagar sobre el personaje y sobre el tema es fundamental para definir el asunto central de la entrevista y para plantear adecuadamente las preguntas que guiarán la conversación.

El cuestionario

Es conveniente elaborar un cuestionario escrito. Esto ayuda a tener claridad no sólo sobre el tema del que queremos saber sino sobre cómo vamos a formular las preguntas. Por ejemplo, a un torero podríamos preguntarle: “¿Qué es para usted estar en el ruedo?” o “¿qué se siente estar frente a un toro?” o “¿el toro es su enemigo?” Las tres preguntas están “emparentadas” y se refieren a un mismo tema. Sin embargo, el alcance y el tono de cada una es diferente por lo que la respuesta será distinta. ¿Cuál nos interesa? ¿Qué queremos escuchar? De ahí la importancia de precisar cada pregunta y de no acudir a la entrevista sólo con una idea general.

En algunos casos, sobre todo cuando se trata de entrevistas complicadas, conviene incluso probar las preguntas con algún colega para ver si están bien planteadas.

El cuestionario posee varias ventajas aunque si no se utiliza adecuadamente tiene también sus riesgos. Como decíamos, sirve para “afinar la puntería antes de disparar”. Además nos protege de la posibilidad de que olvidemos preguntar algo importante. En ocasiones la intensidad del diálogo, las circunstancias o el simple descuido hacen que se nos pase hacer una pregunta relevante. Llevarlas por escrito nos permite antes de dar por concluido el encuentro revisar que no nos haya hecho falta algo. También resulta un apoyo en caso de que las respuestas del entrevistado nos desconcierten. En alguna ocasión lo que nos dice la persona es tan distinto a lo que habíamos previsto que nos deja “mudos” por un momento porque corta abruptamente la ruta prevista. Tener a la mano un respaldo inmediato con otras preguntas sobre otros temas nos da un respiro mientras nos recomponemos.

El riesgo del cuestionario es que a algunos reporteros les puede “tapar los oídos”. Por estar atentos a seguir el guión no escuchan lo que está respondiendo el entrevistado y clausuran cualquier posibilidad de explorar otros rumbos que se abren a partir de lo que les están contando. En lugar de establecer un diálogo aplican una encuesta o hacen un interrogatorio. Hay reporteros que piensan que su trabajo consiste en conseguir las respuestas a todas y cada una de las preguntas que llevan. Ni una más, ni una menos. En casos extremos, el entrevistador, siguiendo su cuestionario, pregunta algo que el entrevistado acaba de responder en una pregunta anterior.

El cuestionario no es una camisa de fuerza ni un contrato que deba cumplirse, es un simple apoyo que nos permite trazar rutas y tener cierta claridad sobre por dónde queremos ir, pero con frecuencia las propias respuestas de los entrevistados dan pie para entrar a rumbos imprevistos. Por ellos hay que transitar, aunque no estén en la guía.

Es recomendable llevar el cuestionario por escrito en una pequeña tarjeta, no en la libreta. De esta manera no tendremos que interrumpir la entrevista para buscar la página donde llevamos escritas las preguntas. El cuestionario debe quedar a la vista del periodista, pero no del entrevistado. Durante la entrevista se consulta de “reojo”, no se detiene el diálogo para revisar qué sigue.

Algunos colegas consideran que si no se prepara un cuestionario detallado al menos habrá que llevar un “temario” que simplemente nos recuerde los asuntos que no debemos olvidar. A partir de ahí el periodista formula las preguntas “sobre la marcha”.

Las preguntas

Como casi todo en periodismo, las preguntas deben ser “precisas, concisas y macizas”, y no “confusas, profusas y difusas”. Claras y de preferencia, cortas. Hay que formular una a la vez. De otra forma, el entrevistado responderá la que le resulte más cómoda. Hay que evitar inducir la respuesta y formular las preguntas cerradas que se responden con un “sí” o con un “no”. Pero no es regla, a veces incluso lo que debemos buscar es el “sí” o el “no”. Por ejemplo, cuando es importante conocer si un funcionario público sabía, o no, algo. Si participó en un hecho o realizó una acción. “¿Firmó usted la autorización de tal cosa?”. Otro caso en el que el monosílabo es importante tiene que ver con los políticos. Especialmente cuando están en campaña no quieren comprometerse claramente con alguna postura y entonces suelen responder con evasivas. En esas situaciones las preguntas cerradas los obligan a expresar su postura sobre algo. Si preguntamos qué piensa sobre la despenalización del aborto, probablemente responda con una larga disertación en la que no queda clara cuál es, a fin de cuentas, su posición. Podemos entonces preguntar: “¿Votaría a favor de tal propuesta ley?, ¿sí o no?”.

Las preguntas formuladas inadecuadamente nos llevan a respuestas igualmente inadecuadas, muy especializadas o muy ambiguas, intrascendentes, impertinentes, obvias o repetidas.

¿Cuántas preguntas hay que hacer? Las que sean necesarias, según el alcance de la entrevista. En ocasiones unas pocas preguntas bastan para elaborar una noticia breve. Si vamos a trabajar una entrevista que se llevará cuatro páginas en una revista, obviamente necesitaremos más. En cualquier caso, siempre más de las que necesitemos para cubrir el espacio asignado y siempre menos de las que aburran al entrevistado. Preguntar más de lo que estrictamente requerimos nos da margen de maniobra para seleccionar las mejores respuestas. Por otro lado, no deben ser tantas que atosiguen y cansen a nuestro interlocutor. Más vale dejarlo con ganas de seguir conversando con nosotros que harto de hacerlo. Es cuestión de sentido común y de hacer caso a la sabiduría popular que dice: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.

Halperín dice: “Una sólida retaguardia es contar con diez buenas preguntas, unos tres o cuatro temas diferentes y un firme conocimiento del personaje.”o

En este proceso, el periodista tendrá claridad sobre el objetivo de su entrevista. Puede ser que lo más importante sea obtener información que tiene el entrevistado. Tal vez lo que queramos sea conocer su opinión en torno a algún asunto. Una tercera opción es centrarnos en conocer a la persona. No son excluyentes, pero sí tenemos que elegir una línea dominante. Si el tema es la discusión del presupuesto federal, resulta irrelevante preguntar al entrevistado sobre sus pasatiempos. En una entrevista de semblanza suelen sobrar las preguntas que tienen que ver con asuntos coyunturales. Es importante tener un hilo conductor claro para dar fuerza a la entrevista y evitar que las respuestas se diluyan en un mar de preguntas inconexas.

Previsiones prácticas

Revisar los asuntos prácticos es también parte muy importante de la preparación. Conozco algunas historias de entrevistas frustradas no por la negativa del entrevistado o por la incapacidad del reportero para plantear una buena conversación, sino por descuidos en temas aparentemente menores en los que no solemos poner atención por estar concentrados en los aspectos mayores. No está mal considerar la máxima que dice: “Si algo puede salir mal, va a salir mal”. Eso nos mantendrá más atentos.

Hay que asegurar que el bolígrafo funcione y que la libreta tenga suficientes páginas en blanco. Tenemos que verificar que la grabadora tenga batería, que cuente también con espacio suficiente para registrar toda la conversación y que no vayamos a hacerlo sobre una grabación previa importante. Muchos de los momentos más incómodos que he pasado en las entrevistas tienen que ver con esto. Pocas cosas hay tan vergonzosas como tener que pedirle al entrevistado que nos preste su bolígrafo o que nos regale unas hojas para escribir.

Verificar la dirección o el sitio donde se llevará a cabo la entrevista y saber cómo llegar al lugar es también fundamental. Sobre todo en ciudades en las que hay cinco calles que tienen el mismo nombre y en las que la numeración no es consecutiva sino aleatoria. Si la cita es en un café o en un restaurante con varias sucursales, habrá que precisar en cuál de ellas será. Yo siempre prefiero llevar a cabo la entrevista en la casa o en el lugar de trabajo de la persona porque ahí podemos encontrar elementos más significativos que los que puede haber en un establecimiento comercial, aunque si el entrevistado elige ese lugar también nos estará hablando de sus preferencias y de los sitios que encuentra cómodos y “familiares”.

Salir a la cita con más tiempo del requerido es también importante. Hay innumerables imprevistos que se pueden atravesar en nuestro camino. Es probable también que estando ya muy cerca del lugar no lo encontremos. Más vale estar en el sitio con anticipación y esperar tranquilamente a que llegue la hora de la cita, que llegar tarde, sudando, con el corazón a punto de explotar y más preocupados por las excusas que tendremos que dar que por las preguntas que queremos hacer.

Hay que considerar la posibilidad de que el entrevistado cancele la cita a última hora. Tener un “plan b” nunca está demás. Ya en 1966 Manuel del Arco nos alertaba sobre esto.

Empieza el calvario. Localizarlo, dar con él, entablar contacto y concertar la entrevista. Aparentemente esto parece fácil, ¿verdad? Pues bien: la inmensa mayoría de las veces, en una gran ciudad, es tarea de muchísimos pasos y de interminables esperas. ¡En cuántas ocasiones mandaríamos a paseo esta tarea que nos hemos impuesto, cuando estamos esperando!

Recuerdo una de ellas, que cuento para ilustrar. Un día que ya había decidido que la figura sería la artista María Félix, que debía llegar en automóvil a la ciudad por la mañana a las once, estuve a esa hora en el hotel donde tenía la habitación reservada. Pero la famosa mujer no llegó a la hora prevista; esperé y pasaron las horas una tras otra, y yo, armado de paciencia “esperando que de un momento a otro llegaría”, aguanté el plantón hasta las once de la noche. Pero lo malo no fue eso, sino que por culpa de su demora yo de cuando en cuando avisaba al periódico que “llevaría el original de un momento a otro”. Y he aquí que al fin, la buena señora llega al hotel, dadas las once, doce horas después de la prevista, “viene cansada” y se mete en la cama. ¿Y qué hacer? Pues, señores, hice lo que cualquiera en mi lugar habría hecho: remover todo lo removible —en este caso a su empresario Cesáreo González— y exponerle la situación angustiosa. Total, María Félix, a altas horas de la noche, recibió al periodista, y lo recibió en precioso “salto de cama” verde… El objetivo fue cumplido; pero ¡diablos! Si lo llego a saber, cambio de tema”.p

La grabadora

Sobre el uso de la grabadora en la entrevista hay una añeja discusión. Algunos periodistas están en contra. Consideran que intimida y cohíbe al entrevistado, que el reportero pierde concentración y no escucha con suficiente atención a su interlocutor porque le delega esta tarea al aparato. Con ello, pierde la oportunidad de lanzar nuevas preguntas a partir de las respuestas y de comenzar a jerarquizar la información en el mismo momento en que se produce. Además, se pierde mucho tiempo en transcribir la conversación. Existe además un gran riesgo; la tecnología no tiene palabra de honor y el periodista se puede llevar la sorpresa de que al momento de querer escuchar la entrevista, ésta simplemente no se grabó o resulta inaudible. Uno de los más acérrimos enemigos de la grabadora es García Márquez. Dice:

Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener con su entrevistado una conversación fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será literal, por supuesto, pero creo que será más fiel y, sobre todo, más humano, como lo fue durante años de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de magnetófono. Ahora, en cambio, uno tiene la impresión de que el entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que el magnetófono lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale de una entrevista”.a

Campbell es de la misma opinión. “Me siento un mero transcriptor pasivo y servil, abrumado por un trabajo monótono e insoportablemente mecánico y por tanto estéril. Me vivo haciendo una labor que muy bien podría llevar a cabo un taquimecanógrafo”.s

En contraparte, quienes defienden a la grabadora sostienen que no necesariamente el periodista se distrae. Si eso ocurre es problema del entrevistador, no del aparato. Si graba, el periodista puede mantener el contacto visual y estar más atento al entorno y a las reacciones del entrevistado. Además, en caso de duda se puede recurrir al registro de la conversación para confirmar datos y evitar errores. Ayuda también a captar algunas de las frases importantes que por ser largas o complejas no se pueden anotar con fidelidad en el momento. En asuntos delicados, la grabación registra con precisión las palabras del entrevistado y sirve además como prueba en los casos en que la fuente se quiere desdecir o acusa al periodista de haber tergiversado sus declaraciones. A favor de la grabadora está, por ejemplo, Halperín:

Tomar notas no es un buen método para mí. Primero, porque no tengo buena relación con mi letra y luego no entiendo lo que escribí. Por otro lado, durante la charla me parece que si escribo no puedo prestar suficiente atención al personaje: anotar supone dejar de mirarlo, él sigue hablando y uno no puede estimularlo sosteniéndole la mirada. El grabador efectivamente encierra el peligro de adormecer la atención, puede pasar. Pero a un entrevistador atento no le ocurre y, en cambio, lo ayuda mucho.d

En mi experiencia, lo mejor es tomar notas y grabar. Me ha pasado todo lo malo que puede ocurrir con el uso de la grabadora, pero me ha ayudado también en muchas ocasiones. Por eso creo que hay que encender el aparato, pero imaginar que no existe. Al respecto, Alex Grijelmo afirma:

Muchos periodistas recurren a la grabadora para tomar íntegras las declaraciones de un entrevistado. Se trata de un medio irrenunciable, por supuesto. Pero no debemos fiar una misión tan importante a un mero artilugio. Durante la conversación —y más si atendemos a las respuestas que nos vaya ofreciendo el personaje, para preguntarle cuanto resulte necesario— pueden ocurrir inadvertidamente algunos desastres [técnicos]… Seguramente, todos los entrevistadores del mundo pueden contar alguna anécdota parecida. Yo también.

Por eso conviene tomar notas mientras desarrollamos la entrevista. Al personaje le sorprenderá, y tal vez nos pregunte por qué hacemos algo tan raro, si ya disponemos de la grabación. Bastará con responderle que los buenos trapecistas también trabajan con red.

Pero ese truco de tomar notas tiene un efecto añadido: una vez que hayamos regresado a nuestra redacción para transcribir la entrevista, haremos bien en seguir en primer lugar los apuntes. Porque a través de ellos podremos encontrar en la grabación los mejores pasajes, los que nos van a servir para el titular o la entradilla; y siguiendo el camino trazado en las anotaciones podremos prescindir de la reproducción de cuantos párrafos anodinos haya soltado nuestro personaje.f

En caso de usar la grabadora habrá que tomar en cuenta algunos puntos que se presentan en el siguiente apartado.

Retrato hablado

Подняться наверх