Читать книгу Retrato hablado - Javier Darío Restrepo - Страница 11
Segunda etapa. La realización
ОглавлениеLlega el momento crucial, el encuentro con el entrevistado. Todo lo que hayamos hecho previamente será inútil si no logramos establecer una buena comunicación. Dice Gabriel García Márquez: “Las entrevistas son como el amor: se necesitan al menos dos personas para hacerlas, y sólo salen bien si esas dos personas se quieren. De lo contrario, el resultado será un sartal de preguntas y respuestas de las cuales puede salir un hijo en el peor de los casos, pero jamás saldrá un buen recuerdo”.g
Yo diría que, si no se quieren, al menos deben tener una mínima disposición a dialogar. Incluso en los casos en que la entrevista será ríspida. Si un boxeador no quiere pelear, no hay pelea. Si el ajedrecista rehúye el tablero, no hay juego.
Nunca está de más recordar al entrevistado quiénes somos y a qué vamos. Nosotros lo tenemos muy presente, decidimos con antelación el tono del diálogo y hasta nos imaginamos las respuestas, pero no necesariamente ocurre lo mismo con nuestro interlocutor. Ayuda recordarle qué tipo de entrevista será y confirmar los acuerdos previos. Agradecer el tiempo y la disposición no es sólo un asunto de buenas costumbres sino que contribuye a establecer un buen ambiente. No se trata de adular a la persona ni de hacerse su amiga, sino simplemente de generar las condiciones de una mínima cordialidad que permita el encuentro.
Analizar el lugar
Es importante analizar el lugar, especialmente cuando estamos en el terreno del entrevistado. Su casa, su oficina, su jardín o su celda tienen detalles significativos que nos hablan de la persona y que luego podrán dar viveza al texto. Pero la revisión del espacio tiene también una función práctica, y es la de procurar las mejores condiciones para realizar bien nuestro trabajo.
En el momento de la entrevista, el reportero tiene que escribir, en muchas ocasiones también graba, lleva su cuestionario y probablemente otros documentos. Maniobrar con todos esos elementos sumido en un sillón en el que las rodillas quedan casi al nivel de las orejas puede ser muy cómodo en una relajada charla de amigos, pero dificulta mucho el trabajo. Nos faltan manos para apoyar la libreta, escribir, sostener la grabadora y revisar los documentos.
Por eso, cuando sea posible, podremos pedir al entrevistado trasladar el diálogo a un mejor lugar como la mesa del comedor o el escritorio de la oficina. Si vamos a grabar tenemos que estar atentos a los sonidos ambientales. Las grabadoras no hacen la discriminación de sonidos que sí realizamos los humanos. Los nuevos dispositivos electrónicos suelen interferir unos con otros, tendremos que asegurarnos de que esto no ocurra. El ruido que en el momento es imperceptible, en la grabadora se amplifica de modo que escuchar la grabación resulta una pesadilla. Peor todavía cuando sobre la cifra que nos da el entrevistado y que no anotamos con claridad, se superpone el ladrido de un perro o el timbre del teléfono. (Recordemos la máxima: si algo puede salir mal, saldrá mal.) La música, el aire acondicionado, los ventiladores, la fuente, los perros, la televisión y los niños que juegan o lloran, son algunos de los sonidos ambientales a los que habrá que estar atentos. En algunos casos podemos suprimirlos solicitando educadamente a la persona que suspenda momentáneamente alguna sinfonía, más complicado resulta cuando se trata de su mascota o su familia. Si no es posible callar a la concurrencia, lo que sí podemos hacer es estar más atentos a las anotaciones que hagamos y a corroborar en el momento los datos más relevantes. Obviamente en el caso de entrevistas para medios electrónicos el buen sonido es imprescindible, por lo que no podremos comenzar la entrevista hasta asegurarnos de que contamos con las condiciones adecuadas para hacer registro nítido de la voz del entrevistado y, en su caso, también de la imagen.
Los primeros momentos
Antes de lanzar la primera pregunta es conveniente entablar una conversación breve y trivial que ayude a “romper el hielo” y favorezca la creación de un ambiente más relajado.
Al comienzo de la entrevista suele haber nerviosismo en alguno de los actores o en ambos. A veces mucho, a veces muy poco. Los dos tienen que perder. El periodista está expuesto al fracaso de la entrevista, porque el encuentro es la materia prima de su trabajo y si sale mal, saldrá mal su texto, o no saldrá. Y el entrevistado también está nervioso porque pone su ser y su quehacer en manos del periodista. Si el reportero no es bueno, no podrá comprender el sentido de las respuestas, no las jerarquizará adecuadamente, no podrá discriminar tonos, ni editará correctamente. Podrá incluso, con intención o sin ella, tergiversar la conversación. En lugar de delinear un retrato de la persona, el entrevistador hará una caricatura de ella o, peor aún, la deformará de tal manera que quedará irreconocible. En la entrevista ambos actores exhibirán ante los lectores lo mejor y/o lo peor de sí mismos.
En todo caso, “la última palabra la tiene el periodista. Eso es lo que alimenta la paranoia del entrevistado y, en consecuencia, demanda de un periodista de oficio la habilidad para hipnotizarlo. Se trata de suavizar para el sujeto la delicada circunstancia que está viviendo: que está siendo examinado públicamente y que lo que dice y lo que calla será expuesto a miles de personas”.h
Los nervios aumentan cuando la entrevista será grabada en video y entonces el lugar se convierte casi en un estudio de televisión. Las luces, los micrófonos y un grupo de personas que se mueve alrededor de los entrevistados propician que aumente la tensión y el diálogo pierda naturalidad. En el caso de las entrevistas trasmitidas en directo, la situación se vuelve todavía más compleja porque no hay posibilidad de editar, y lo dicho, dicho está.
Calma y tranquilidad. El periodista no debe asustar al entrevistado y tampoco debe asustarse. En el momento inicial establecerá las condiciones para favorecer un diálogo entre iguales. No en el sentido de camaradería, sino en el de libertad para preguntar en función del interés público. En ese momento, el periodista no es súbdito, ni feligrés, ni admirador; pero tampoco es profesor de moral, defensor de la nación, ni juez. Es un representante de los lectores que preguntará, siempre con respeto, lo que con conocimiento y honestidad considere que incumbe a los lectores.
Los primeros minutos son fundamentales y suelen marcar la pauta del resto del diálogo. Daphne Keats dice: “Las primeras etapas son una mutua exploración de la tarea que se requiere y el establecimiento de conductas favorables”.j
Manuel del Arco afirma: “En este primer contacto físico hay de repente una mutua observación que tiene mucho de disección anatómica. El personaje me escruta a mí y yo diagnostico en el acto. Y uno toma sus precauciones. El saludo preliminar tiene algo de tanteo. Según responde a nuestras palabras, así nos preparamos para la conversación”.k
Pero no se trata sólo de lograr empatía para que el diálogo fluya bien. Es, sobre todo, el momento en el que el periodista se sitúa como un profesional. Bastenier lo explica así: Establecer “buenas cartas credenciales es como decirle [al entrevistado] que ese tiempo de su vida no va a ser en vano, que aspiramos a algo más que cumplir el expediente; que hemos hecho los deberes antes de presentarnos ante su persona”.l
Esto además servirá para advertir al entrevistado que se encuentra frente a un periodista profesional que sabe del tema y al que, por tanto, no será fácil tomarle el pelo.
La actitud es fundamental. Si el entrevistado percibe que tiene al frente un interlocutor de nivel e interesado en el tema se sentirá más motivado a responder que cuando nota que el entrevistador está ahí porque lo mandaron. En una ocasión una persona llamó al periódico para decir: “La próxima vez que manden a esa reportera a entrevistarme, por favor denle antes un café”. Luego explicó que la reportera había pasado toda la entrevista recostada sobre el escritorio y bostezando.
La humildad es otra actitud que favorece el diálogo. La preparación del tema tiene como objetivo la posibilidad de sostener un diálogo de altura en función del público, pero cuando el entrevistador plantea la conversación en términos de un coloquio entre eruditos corre el riesgo de que su entrevista no sea interesante para el público en general. Si el periodista ya lo sabe todo sobre el tema o sobre la persona que tiene enfrente, se puede ahorrar la entrevista y pasar directamente a escribir un libro. Es, de nuevo, un asunto de equilibrio. El periodista tiene que saber mucho del tema, pero al mismo tiempo debe ser humilde y mantener una cierta dosis de ingenuidad. Con ello conseguirá que su texto contenga los elementos básicos que le permiten a cualquier lector entender el tema a la vez que le aportará al lector enterado datos novedosos.
Rudos y técnicos
Algunos periodistas consideran que una buena entrevista es un pleito. Creen que su tarea es hacer enojar al entrevistado, cuando de lo que queremos es hacerlo hablar. Por supuesto que no se trata de ser condescendiente con él ni que nuestra principal preocupación sea que pase un buen rato. En muchos casos habrá que hacerle preguntas duras que no le gusten y tal vez se moleste, pero no es su enojo lo que buscamos de entrada. Otros periodistas confunden su tarea y buscan ridiculizar al entrevistado o intentan convencerlo de algo. Pero no es tarea del periodista convertir a nadie sino conocer qué piensa y por qué piensa así una persona, por qué hizo o dejó de hacer algo. Es mostrar un punto de vista que puede ser distinto del suyo.
Además, la rudeza es poco productiva en términos informativos. Con preguntas agresivas “lo más probable es que se produzcan respuestas hostiles, agresivas, distorsionadas y limitadas y no producirán la “verdad”.;
Bastenier afirma que las entrevistas “no son justas de gladiadores en las que el periodista centra todo su esfuerzo en demostrar al lector —al entrevistado sí que ha de demostrárselo— lo inteligente que es, lo mucho que sabe del asunto, cómo acorrala al personaje y le obliga a confesar sus culpas; entre otras cosas, porque si se le acorrala es seguro que no confesará nada”.z
Rosa Montero tampoco está de acuerdo con los “boxeadores” de la entrevista. Se inclina, en cambio, por los entrevistadores
que quieren entender a sus entrevistados, que se esfuerzan en atisbar sus interiores, en deducir cuál es la fórmula íntima del interlocutor, el garabato esencial de su comportamiento y su carácter, y en esto, el afán de comprender y de saber, el periodista es como el novelista que, al desarrollar sus personajes, está explorando los extremos del ser e intentando desentrañar el secreto del mundo. Esta vertiente literaria es la que a mí más me interesa de las entrevistas, tanto a la hora de leerlas como a la de hacerlas. Por eso detesto al periodista enfant terrible, al reportero fastidioso y narciso cuya única ambición consiste en dejar constancia de que es mucho más listo que el entrevistado cuando en realidad siempre es mucho más tonto, porque no aprende nada […] Prefiero el tono íntimo, y esos momentos casi mágicos en los que, por quién sabe qué rara y efímera armonía de las voluntades, te parece haber podido conectar con el interior del otro. Son instantes en los que los entrevistados suelen decir cosas que jamás han dicho, en los que el tiempo parece suspenderse y las palabras construyen mundos.x
El diálogo
“El entrevistador es el responsable de la dirección que tiene que tomar la entrevista”,c afirma Keats. Por ello debe conducirla activamente en una aparente paradoja que consiste en llevar al entrevistado por el camino que hemos previsto, pero al mismo tiempo estar alerta porque suelen aparecer nuevas rutas a veces mucho más interesantes que las que habíamos diseñado. Habrá momentos para dejarlo hablar y salirse del tema y tendremos también que forzarlo a regresar y conducirlo al meollo del asunto. De ahí la necesidad de estar interesado y mantenerse atento, de preguntar, repreguntar y devolver respuestas. A algunos entrevistados les cuesta expresar con claridad sus ideas. Otros, en cambio, dan rodeos intencionalmente para no decir lo que piensan. En ambos casos es de gran ayuda plantear: “Lo que usted me quiere decir es tal cosa” o “Si yo escribo que usted dice tal cosa ¿sería correcto?”. Así los obligamos a precisar.
Si las evasivas sobre un tema son constantes, podemos confrontar directamente: “¿No quiere hablar de este tema?”.
Con muchas personas la conversación fluye de manera muy natural. Pero algunos entrevistados padecen de incontinencia verbal y otros, en cambio, sufren de estreñimiento oral y responden con monosílabos. Hay los que pretenden impresionar al mundo con respuestas rimbombantes o exageradamente técnicas. Otros buscan entrevistar al entrevistador y no falta el que quiere tomarle el pelo. En cada caso el periodista tendrá que ser hábil para maniobrar y llevar la conversación a buen puerto.
Se trata de generar una interacción creativa entre el entrevistador y el entrevistado que cuando funciona bien los sorprende a ambos porque aparecen cosas que ninguno de los dos habían imaginado y que fueron posibles gracias a ese ir y venir de las ideas. Una buena entrevista establece un diálogo auténtico. El periodista logra que el entrevistado reflexione, que producto de ese proceso descubra cosas que no había expresado y, sobre todo, que las diga.
Normalmente comenzamos con preguntas básicas y ligeras. Luego, vamos profundizando paulatinamente hasta llegar a las preguntas más difíciles en las que se abordan los temas más complejos. De ahí regresamos a preguntas más suaves para terminar el encuentro. Pero no es regla. En algunas ocasiones tendremos que empezar con las preguntas más incómodas. Saber plantear el ritmo de la conversación es una de las habilidades que debe desarrollar el entrevistador.
El momento de la entrevista es complejo pues el reportero debe estar concentrado en muchas cosas a la vez. Tiene que escuchar, analizar lo que le están diciendo, procesarlo, anotar, pensar en la siguiente pregunta, vigilar que la grabadora funcione, estar atento a la reacción del entrevistado y al entorno. “Al mismo tiempo, tanto entrevistador como entrevistado, están tratando de sacar las implicaciones de lo que se está diciendo, y ambos están reaccionando el uno ante el otro social y afectivamente. La tarea del entrevistador es balancear estas exigencias”.v
Dice Grijelmo:
Una vez metidos en la conversación, el entrevistador no debe permanecer pendiente sólo de formular la siguiente pregunta, sino que ha de escuchar con atención los argumentos de su entrevistado, para repreguntar cuantas veces le parezca necesario. Cuando tenga transcrita la charla para su publicación, no puede toparse en ningún momento con la sensación de que el entrevistado “se ha escapado vivo”, como dice la jerga […] Nada más dramático que reproducirla y no encontrar, por ejemplo, un buen titular. Si no ha dado aún con el título, el entrevistador no puede levantarse de la silla ni permitir que lo haga su interlocutor”.b
Durante el proceso, el reportero deberá registrar no sólo las respuestas del entrevistado sino también las reacciones que sean significativas: sus pausas, sus énfasis, sus titubeos, su tono de voz, sus risas. Igualmente irá “leyendo” su lenguaje no verbal.
Cuando nosotros interactuamos con otra persona no nada más comunicamos un contenido sino que también indicamos cuáles son nuestros sentimientos hacia la otra persona. Las respuestas no verbales son poderosas transmisoras de actitudes y emociones. Nos informan sobre qué es lo que cada persona siente hacia la otra: frialdad o calor, hostilidad o amistad, cercanía o distancia, dominación o sumisión, etc. En nuestros propios encuentros sociales cotidianos inferimos del lenguaje corporal de la otra persona —tal como la postura, proximidad, gestos, mirada y más— una actitud interpersonal hacia nosotros. Así también, al mismo tiempo, la otra persona está interpretando nuestras respuestas no verbales”.n
El reportero deberá también registrar algunos elementos significativos del entorno. No se trata de hacer una relación notarial de la vestimenta del entrevistado o de su oficina, sino de recuperar únicamente aquellos elementos que resulten importantes porque “nos hablan” de quién es el entrevistado. La corbata con dibujos de esqueletos que lleva el forense, los tres gatos sobre las piernas del escritor, al águila disecada en la oficina del policía…
El entrevistador está obligado a conseguir una buena información en relativamente poco tiempo, en mi experiencia ese lapso es de más o menos una hora. De ahí la necesidad de conducir con claridad el rumbo de la conversación y de insistir. Debe pulsar el ritmo de la entrevista para saber también cuándo es momento de terminar. Para Sergio René de Dios la entrevista “es como una danza, un ir y venir, que tiene su ritmo y su tono. El periodista debe saber llevarla”.m No conviene finalizar abruptamente, ni terminar con una pregunta difícil. El final, lo mismo que el inicio, tiene que fluir “naturalmente”. En ese ritmo que imprime a la conversación el entrevistador va dejando claro que el final se acerca. Es importante antes de retirarnos asegurar que los nombres, fechas y cifras sean correctas además de dejar la puerta abierta para un nuevo contacto con el entrevistado en caso de que en el proceso de redacción aparezca alguna duda o haya necesidad de precisar algún dato. Si sabemos la fecha de publicación hay que informársela a la persona y si aún no está definida comprometernos a avisarle.