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EL VUELO DE LAS ALONDRAS

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A Jirí Menzel

I

Imaginad la fuerza de las bellas miradas.

La chica, Jitka, sonríe a la vida, al mundo,

cuando Pavel, el joven, alumbra la mañana

al reflejar en su faz la luz del sol de Praga.

El cristal, milagroso, promesa de futuro.

Imaginad una fundición de acero, oscuro

espacio carcelario donde la esperanza

se nutre, a diario, de sentimientos profundos:

amistad, compañerismo, amor, seguros

puentes por los que irá la libertad humana.

II

Algunas ruedas, latas, montañas de metal

constituyen la geografía de sus vidas.

Seres que fueron libres, con honda alegría

vivieron; hoy, el Estado y su crueldad

los condenan por medio de leyes muy mezquinas.

Un filósofo, un peluquero, un lechero, día

a día, afrontan, valientes, la adversidad

con múltiples bromas, irreductibles sonrisas.

Junto a ellos, Pavel, el cocinero, todo bondad,

sueña, esperanzado, con los ojos de Jitka.

III

Año cincuenta: procesos de reeducación

llevan a miles de personas al ostracismo.

Así, un grupo de mujeres, prodigio de dulzor

y hermosura, son prisioneras del socialismo

en unas celdas próximas a la fundición.

Una tarde fría y lluviosa, la emoción

del deseo se aviva en torno al calor

de una hoguera, el fuego anula el pesimismo:

mujeres y hombres enlazan sus manos, el mismo

ritual desde que la humanidad puebla los caminos.

IV

Luego, Pavel, al defender a sus compañeros,

queda detenido por los dirigentes checos.

En el camión, los rayos de sol lo deslumbran:

en el balcón de la fábrica, Jitka y un espejo:

el juego del amor, fulgor en la penumbra.

Entre ambos no hay secretos, los pensamientos

de Pavel: «Volveré, Jitka, no tengas miedo

de los tanques, tampoco de las noches oscuras».

Los pensamientos de Jitka: «Amor mío, tan bello,

vuelve, vuelve y volaremos cual alondras por el cielo».

Las huellas imborrables

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