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LA LUZ INAGOTABLE

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A Johann Sebastian Bach

I

Amanece en Leipzig. Esos primeros rayos

despiertan al mundo en el día de Viernes Santo.

El Cantor va al balcón, contempla el alba:

Los pájaros, los árboles, las flores, las montañas.

Piensa en Dios, cree en su cotidiano milagro.

Mil setecientos veintisiete, once de abril.

¿Cómo crear algo que suavice nuestro sufrir?

Desde el corazón y la inteligencia, sinceros

refugios que el Creador nos dio para vivir,

desde la esencia: la Pasión según San Mateo.

II

La música, su compañera inseparable

por urbes de Turingia, Brandeburgo, Sajonia.

Los latidos humanos, sonidos perdurables

de órganos, violines, violonchelos, claves.

¡Tantos instrumentos y recuerdos que emocionan!

Atravesó un largo y sinuoso camino.

Prodigioso organista, también un ser humano

que amó mucho, que vio morir a hijos, a hermanos.

Hoy, en la iglesia de Santo Tomás, el destino

lo espera, a él, genio con fervor divino.

III

¿Serán las palabras auténticas del evangelio

destellos lumínicos con los que protegernos?

Por la tarde, horas antes de la interpretación,

Johann Sebastian lee la Biblia de Calov,

tantas veces leída y anotada con esmero.

El proyecto, genuino, cánticos y acordes

para iluminar las Sagradas Escrituras.

Se siente entusiasmado. La fuerza de la hondura

del hijo de Dios, la bondad de sus seguidores

marcan su aliento artístico, la luz de los cantores.

IV

Rumbo a la Thomaskirche, pasa por la escuela;

allí, en sus aulas, desde hace años, enseña

a los muchachos, comparte su sabiduría.

Algunos irán a la iglesia con sus familias.

Si la Pasión les gusta, merecerá la pena.

Accede al templo, su mágico hogar,

preparados los músicos, las voces magistrales,

atentos los feligreses. Johann Sebastian

inicia la dirección, palpita su sangre

al unir a los hombres con la divinidad.

Las huellas imborrables

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