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EL DOCTOR GENEROSO

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A Albert Camus

I

En una ciudad argelina, en otro tiempo feliz,

hoy desdichada, se ha puesto complicado vivir

por la peste. Allí, se han esfumado los juegos,

los amores, la alegría, cancelados los proyectos.

Miedo y muerte asolan el oscuro existir

de tantos seres, mas un hombre resiste, corre riesgos

para ayudar a sus semejantes, en un fraterno

trabajo, con luces y sombras: un médico bueno,

un individuo íntegro contra el discurrir

veloz de la epidemia que nubla el porvenir.

II

El doctor Rieux madrugó un día caluroso

de verano, y le vino a la mente esta reflexión:

«Tan solo soy un hombre en un tiempo dificultoso,

un hombre nada más con una invisible ilusión:

salvar a cuantos pueda del poder oneroso

de la muerte. Y en esta lucha desigual, la emoción

de encontrar la solidaridad humana, la comprensión

de otros individuos que nacieron para ser dichosos».

Le espera a Rieux un día duro de trabajo, una labor

de aliento en el dolor, de luz en lo tenebroso.

III

Quiso salvar a un niño de las garras de la peste,

pero fracasó en su cometido; desesperado,

se llenó de rebeldía: ¿es esta muerte

necesaria para Dios, que permanece callado?,

¿cómo es posible que los pequeños sean torturados?,

¿por qué se van de este mundo tantos inocentes?

Seguirá, seguirá trabajando, motivado

en su lucha por compañeros, por voluntarios.

Y por una infancia de pobreza, donde algunos seres

le enseñaron a no rendirse con el sudor de su frente.

IV

En circunstancias adversas nacen hermosas amistades.

Tarrou y Rieux se zambullen en las aguas

del Mediterráneo, una noche de otoño; sus brazadas

son señales de armonía, ritmos saludables

de libertad; por unos momentos, las dentelladas

de la peste se alejan y solo quedan estas realidades:

la luna, las estrellas, las aguas y dos ácratas

que nadan, felices, de forma acompasada.

Pese a la enfermedad, la vida es formidable,

pequeñas victorias en un combate interminable.

V

Rieux y sus amigos continuaron luchando

y Orán se liberó de la peste un magnífico día

de febrero, como se liberaría la ciudad parisina

un agosto mágico del cuarenta y cuatro,

poniendo fin a varios años de terror fascista.

O como se liberarían las avenidas

berlinesas de la dictadura comunista

un noviembre inolvidable, auténtico faro

a finales de los ochenta para que el paso

a la democracia una de nuevo a los humanos.

Las huellas imborrables

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