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LOS ÁRBOLES ABRAZADOS
ОглавлениеA José Saramago
I
Le hizo escritor la dureza existencial.
Cuántos golpes y decepciones atravesarán
su vida hasta llegar a este abril, glorioso,
en el que Lisboa es un grito portentoso
del pueblo y los militares, unidos, dichosos.
Del Algarve, el Alentejo, Oporto, a la capital
llegan portugueses emocionados, ansiosos
de cambiar las balas por claveles de libertad.
Los ojos de José recogen los armoniosos
momentos como vieran en su aldea la dignidad.
II
Aprender a vivir fue su enseñanza literaria.
Azinhaga, los abuelos maternos, morada
humildísima con humanidad verdadera.
Melrinho, Jerónimo y Caixinha, Josefa.
¡Qué buenos y qué sabios pese a no tener letras!
El niño José aprende a trabajar la tierra
y a cuidar de los cerdos. En las madrugadas
invernales, los abuelos llevan a su cama
a los lechones indefensos, generosidad humana
que latiría en futuros poemas, futuras novelas.
III
Contempla, subido a un fresno de veinte metros,
el Almonda y el Tajo, los campos del Ribatejo.
Algunas noches, junto a una higuera, escucha,
embelesado, relatos y leyendas del abuelo,
contador de historias repletas de hondura.
Otra noche, la abuela, pasado mucho tiempo,
sentada en la puerta del hogar, con ternura,
le diría que era triste morir por la hermosura
del mundo: la mirada subía a las estrellas, los sueños
que nutrirían tramas y personajes de su escritura.
IV
En Suecia, a finales de siglo, en espaciosos salones,
José espera a que le otorguen el Premio Nobel.
Su corazón recuerda una historia auténtica.
Antes de pararse las manecillas de los relojes,
el abuelo abraza, uno por uno, los árboles de su huerta:
«Queridos olivos; queridos membrillos; queridas higueras;
me despido, compañeros de trabajo y emociones,
gracias, gracias por alimentar nuestra tierra.
Otros días vendrán, soles nuevos, nuevos trabajadores,
que vuestras raíces sean una fuerza imperecedera».