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El cuento de Pinie Katz comienza en 1898 y termina en 1914. Es decir, desde que surgió Der Viderkol hasta Di Ydische Zaitung, el primer diario moderno de alcance masivo. El año de 1914 fue también un tiempo de recambio para el periodismo judío argentino porque el estallido de la Primera Guerra Mundial perjudicó a los correos y en consecuencia escasearon los diarios que llegaban desde Europa y Estados Unidos. El periodismo judío local se tornó profesional y moderno por necesidad.

Estos Apuntes… de 1929 son un libro de historia que está atravesado por una serie de debates vivos: a su manera, dan una noticia del día de ayer, una historia del pasado cercano que se continúa en ese presente en el que escribe Pinie Katz y que, por lo tanto, da forma a un libro más periodístico que historiográfico.

El breve período 1898-1914, de solo 16 años, fue recordado por muchos autores. Sin idealizaciones. “La palabra escrita tuvo en sus comienzos un nivel muy bajo, con periódicos muy pobres en sus conceptos, donde los periodistas eran principiantes sin ningún tipo de preparación, nivel ni autoridad”, anota Shmuel Rollansky en Dos Idishe Gedrukte Vort un Teater in Argentine. “El comienzo de la palabra escrita fue muy ambiguo. Los pioneros llegaron a ella con pocas ambiciones: ganar dinero o tener influencia sobre temas comunitarios. La escritura no era su meta”, agrega Rollansky. En el mismo año de 1914, David Goldman escribe en su libro Di Iuden in Argentine [Los judíos en la Argentina] acerca de “la cantidad de cadáveres que yacen en el cementerio literario argentino”, refiriéndose a los periódicos de poca vida.

Sin embargo, visto a la distancia, pienso que fue también un período apasionante. En esos años nacieron o dieron sus primeros pasos algunas instituciones que fueron luego pilares de la comunidad judía argentina: en 1951, la revista Der Shpigl/El Espejo miró hacia atrás y definió aquellos tiempos como “la época heroica del periodismo judío”. Sus protagonistas fueron un puñado de quijotes inquietos.

Estos pioneros se convirtieron con el paso de los años en figuras difusas o, en la mayoría de los casos, en simple materia de olvido. Abraham Vermont, el primer redactor judío que tuvo conciencia de sí mismo como “periodista” (“Yo soy un escritor de periódicos goyim que tiene la osadía de decir la verdad”, escribió en el primer número de Der Viderkol), yace hoy en una tumba difícil de encontrar en el cementerio de Liniers, en Buenos Aires (al menos a mí me resultó difícil de encontrarla y cuando lo hice, a duras penas leí en la roca el nombre en español del periódico que Vermont publicó durante 16 años: “La voz del pueblo”, Die Volks Stimme).


Abraham Vermont retratado en la revista Caras y Caretas (Nº 848, 1 de enero de 1915).

Pero aunque casi hemos perdido sus apellidos, todavía vislumbramos su estremecida belle époque, la fuerte politización que atravesaba a la comunidad: en sus locales, en sus sindicatos y en sus calles se veía a los activistas socialistas-idishistas del Bund, a los iskrovzes fieles a Lenin, a los S.S.ovetz sionistas-socialistas, a los trabajadores sionistas de Poalei Tzion, a los anarquistas, a los socialistas y a los sionistas. La represión de la revolución rusa de 1905 trajo hasta estas costas a un buen número de rebeldes; entre ellos, a Pinie Katz. “Todo era como una miniatura de lo que era la vida judía en Rusia y en Polonia”, escribe él.


“Un grupo de sionistas”: J. Sh. Liachovitzky, V. Zeitlin y otros en 1906. Fuente: Archivo Liachovitzky, IWO de Buenos Aires.

En el número 50 de Die Volks Stimme, del 27 de julio de 1899, Vermont le dedicó un largo artículo a Rosa Mangel, una muchacha de Galitzia que había llegado a Buenos Aires engañada por un comerciante de mujeres y que había escapado de su dominio. “Muchos de mayor edad no se hubieran atrevido a lo que ella se atrevió y menos hubieran tenido el coraje de estar en un país extraño, sin conocer a nadie, siquiera la lengua, bajo el control de la banda de ladrones judíos que se pasea franca y libremente, todos sus miembros adornados y brillantes con las joyas que hacen con el comercio de mujeres, del que le dan una parte a Dios, ya que de tiempo en tiempo le regalan una pequeña Torá”, escribió Vermont. Una fotografía de la muchacha completaba la nota, que se titulaba “Rosa Mangel”.


Artículo sobre Rosa Mangel en Die Volks Stimme. Ejemplar conservado en el IWO de Buenos Aires.

En esa ciudad y en ese tiempo, los activistas culturales se oponían a los tratantes de mujeres que estaban en la Argentina desde hacía ya muchos años (uno de ellos parece haber sido este Fr. V. Einstein, dealer in human flees, quien apareció en una noticia en Die Volks Stimme en 1899 y cuya imagen aparece hoy en la portada de este libro). Entre 1880 y 1930, Buenos Aires era considerada en Europa como el mayor centro de este negocio, según Víctor A. Mirelman, quien encontró que en 1909 había 102 prostíbulos (de un total de 199 en la ciudad) supervisados por regentes judíos. La colectividad luchó contra los traficantes y los boicoteó durante años en la vida comunitaria, no sin debates internos. Por eso es natural que los tratantes aparezcan en los primeros periódicos.

Los debates por la colonización judía en la Argentina completaban el panorama de la época sobre la que escribe Katz. Cuando comenzó la prensa judía en estas latitudes, ya existían cinco colonias (Moisés Ville, Mauricio, Clara, San Antonio y Lucienville), y hacia 1914 había trece. La Jewish Colonization Association (JCA), fundada por el Barón de Hirsch en 1891, había nacido para trasladar desde el Imperio Zarista hacia América a miles de judíos empobrecidos. Pero con la muerte del Barón en 1896, el plan quedó en las manos de funcionarios no muy queridos en las colonias. La colonización agraria había sido largamente anhelada por el pueblo judío, pero la exigencia a los colonos del pago estricto de las cuotas por la tierra y la negativa a entregarles parcelas para sus hijos trajo conflictos.

Katz se refiere a estos asuntos cuando explica que Der Viderkol apareció con un espíritu de denuncia sobre lo que ocurría en las colonias. Recordemos: su redactor, Mijl Hacohen Sinay, venía de Moisés Ville adonde su padre, el rabino Mordejai Reuben Hacohen Sinay, había encabezado una rebelión de los colonos contra el administrador. El levantamiento había sido derrotado con el apoyo de la policía santafesina. Der Viderkol presenta en su primer número un artículo con el título de “Di Inkvizitzion” [“La Inquisición”] sobre la condición de los campesinos judíos en este país, y un retrato fotográfico del colono Hirsh Tzainshtejer, quien, según escribe Pinie Katz, “está de pie, descalzo, atornillado a un elemento de tortura de la época de la Inquisición, que parece que fue aportado por la policía local”.

Todos estos debates acerca de la política, la colonización y la vida comunitaria sacudían a la época y algunos artículos podían llegar a ser muy agraviantes. Es conocido el refrán: “Dos judíos: tres opiniones”.

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