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“Realizamos una obra no solamente israelita, sino también muy argentina”, dijo el director del diario Di Ydische Zaitung –León Mass– a la revista Caras y Caretas, en un artículo sobre la prensa judía de Buenos Aires aparecido el 5 de enero de 1918 (cuyas fotografías muestran, entre otros, a un joven Pinie Katz). “Con nuestros tipos hebraicos predicamos el amor y el respeto hacia esta patria de nuestros hijos, no incompatible con el amor hacia la patria de los viejos abuelos”, también dijo Mass.


Pinie Katz (tercero desde la izq.) con colegas de Di Ydische Zaitung. Fotografía aparecida en la revista Caras y Caretas (Nº 1005, 5 de enero de 1918).

En esos primeros periódicos existe una narración de la vida argentina. Pero hoy se esconde en las penumbras: está desperdigada en las miles y miles de páginas escritas en ídish. Y al volverse esta lengua cada vez más extraña, esa narración producida en la Argentina sobre los asuntos argentinos va quedando inexplorada.

Se ha escrito mucho sobre la suerte y el destino del ídish. Pero esbocemos una breve nota sobre lo poco comprensible que puede llegar a resultarnos hoy este idioma: la elección idiomática del Estado de Israel, la eliminación física de la mayoría de los hablantes de ídish durante la Segunda Guerra Mundial (de los 18 millones de judíos que había en la víspera de 1939, once millones hablaban esta lengua; de ellos, más de la mitad fueron asesinados: el nazismo no escatimó esfuerzos en el lingüicidio), la desaparición natural de las generaciones más viejas y la asimilación de sus descendientes (sobre los jóvenes judíos argentinos de la década de 1920, escribió Pinie Katz en sus Geklibene Shriftn: “El ídish es para ellos el idioma de los ‘viejos’, que es como los hijos argentinos denominan, con desprecio o con cariño, pero sin respeto, a sus padres italianos, españoles o judíos. Entienden el ídish, pero no les es muy grato hablarlo”); en fin, todo esto llevó a que el ídish hoy sea, como señala Eliahu Toker, una lengua que tiene más historia, literatura y prestigio académico que hablantes.

En la Argentina, donde el ídish era una asignatura en muchas escuelas judías, la ola expansiva del atentado a la AMIA trajo entre sus efectos inesperados el fin de su enseñanza. Los únicos colegios que todavía lo dictaban entonces, el Scholem Aleijem y el I. L. Peretz, tomaron el ciclo de 1995-1996 como una instancia para reafirmarse luego del ataque y renovar sus materias, y lo dejaron de lado.

En el Atlas de las lenguas del mundo en peligro de extinción de la Unesco, de 2012, el ídish se encuentra en el tercer grado de una escala de seis (donde el primero es “a salvo” y el último, “extinta”). El tercer grado, “en peligro”, está definido como aquel en el que “los niños ya no aprenden el idioma como lengua materna en casa”. La Unesco dice que lo hablan 1,2 millones de personas; el Museo Judío de Berlín, alrededor de tres millones. La buena noticia es que hay cierto renacimiento: lo impulsan los investigadores históricos, los nostálgicos y los ortodoxos, que hablan ídish para no profanar el hebreo.

Traducir el ídish que se escribió en estas latitudes no ha sido un ejercicio frecuente. En la revista Judaica, creada por Salomón Resnick (un traductor sistemático), Aharon Ioel Zacusky publicó en junio de 1943 un artículo titulado “Las traducciones como medio de hacernos conocer”, en el que decía: “En todos los demás pueblos hay quien se interesa para estimular la introducción de distintas obras de importancia de otras naciones. Existe un entendimiento y un interés recíproco. Mucho influye para eso la acción del Estado. Obligan a ello motivos culturales y nacionales, razones patrióticas, obligaciones políticas, vinculaciones diplomáticas. Pero, tratándose de los judíos, no hay quién lo haga. Si no lo hacemos nosotros mismos, no habrá quién se acuerde de nosotros. Y lo que en nuestro medio no llevan a cabo los individuos, no llega a hacerse”. Aunque el artículo es anterior a la creación del Estado de Israel, poco cambió respecto al ídish. “Dejemos ya de ser un misterio”, pedía Zacusky.

Con el correr de las generaciones, yo mismo he olvidado el ídish, la lengua que utilizó mi bisabuelo para escribir su periódico. Por eso, una advertencia: esta traducción de los Apuntes… es una traducción posible, pero puede haber otras. La transliteración desde el ídish hacia el español no es sencilla. Dos alfabetos diferentes no pueden reflejar de un modo idéntico las palabras y en estas páginas se utiliza en general el criterio de la transcripción fonética literal. Shmuel Rollansky, Eliahu Toker y Perla Sneh han utilizado antes este mismo criterio.

En pleno siglo XXI, el ejercicio de traducir de este idioma continúa siendo como revelar un misterio. Rescatar una palabra desde un pasado que se ha vuelto críptico es correr un velo e invitar a una conversación nueva.

La caja de letras

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