Читать книгу Limones negros - Javier Valenzuela - Страница 5

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—¿A qué juegas, Adriana?

—A lo que yo juego solo puedes descubrirlo cuando ya has perdido.

Adriana Vázquez clavó sus pupilas en las mías. Intenté sostener su mirada. Intenté encontrar una réplica que estuviera a su altura. No conseguí ninguna de las dos cosas. Bajé los ojos y esbocé una mueca.

Se llevó la mano derecha a la sien y removió su cabello. Tintinearon las dos gruesas pulseras de plata bereber que le ceñían la muñeca.

El sonido me hizo el efecto de la campanilla que autoriza a los fieles arrodillados ante el altar a levantarse y volver a contemplarlo de frente. La miré con todo el valor que pude reunir. Aunque estaba exquisitamente peinada, su cabello, fuerte, del color del azabache y algo rizado, le daba un aire salvaje. La melena le llegaba hasta los hombros y enmarcaba el óvalo perfecto de su rostro, con ojos verdes y almendrados, nariz fina y labios pequeños y prietos como rubíes.

Me examinaba con atención hipnótica, como una gata al pajarillo que acaba de posarse en una rama al alcance de sus garras.

—¿Te escandalizo? —preguntó con un dejo de ironía, el mismo que teñía sus ojos.

—No, Adriana —acerté a responder—. Me turbas.

Limones negros

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