Читать книгу Fuera de guión - Jen Wilde - Страница 3
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La puerta del autocar se abre con un bufido y me acaricia una ráfaga de aire cálido. Bajo las escaleras con la maleta y entorno los ojos ante el resplandor del asfalto.
Estoy aquí. Estoy de verdad en Los Ángeles. Después de años soñando con este momento, está sucediendo. Y es mejor incluso de lo que imaginaba, porque esta vez es real. El sol me quema la piel pálida, los olores a café recién hecho y a tubo de escape llenan el aire. Y yo me echo la bronca por pensar que mi camisa de leñador favorita era adecuada para este calor. Pero no pasa nada, porque lo he conseguido.
Abro Google Maps en el móvil y echo un vistazo a los nombres de las calles. He mirado el mapa de West Hollywood tantas veces en los últimos meses que probablemente podría encontrar la calle de Parker en sueños, pero mi lado controlador ha de tener el mapa a mano, por si acaso.
—Vale —me digo en voz baja—. Estoy en Santa Monica Boulevard. Perfecto.
Comienzo a caminar, arrastrando la maleta con una rueda rota detrás de mí. Es domingo por la mañana y el ambiente es relajado. Gente con tatuajes, camisas estampadas y gafas de sol inmensas toma cócteles en las terrazas de moda. Los vecinos del barrio pasean por las aceras y yo les sonrío a sus perros. Los bares están pintados de color turquesa y amarillo limón, y hay tantos grafitis impresionantes que no sé cuál de ellos subir antes a Instagram.
Ahora entiendo por qué Parker, mi primo, adora este barrio. Sus letreros de neón vintage al estilo del Hollywood clásico y su orgullosa comunidad LGBT le van al pelo. En comparación con Westmill, nuestro sombrío municipio de Washington, es como estar en otro planeta.
Es pensar en mi casa y recibir un mensaje de mi madre:
Mamá: has llegado ya? Dime que estás bien bsss
Ya responderé más tarde. Hay demasiadas cosas a mi alrededor que no quiero perderme y, si soy sincera, lo último que quiero ahora mismo es pensar en casa.
Ese pueblo me estaba ahogando. Se me hacía más y más pequeño, como las paredes del compactador de basura de la Estrella de la Muerte. Logré irme justo antes de que el peso de la más vulgar normalidad y conformidad me aplastara. Estar aquí es como poder respirar después de haber contenido el aliento toda mi vida. Soy libre. Libre para ser justo la persona que siempre quise ser.
Mientras espero frente al famoso paso de cebra pintado como un arcoíris, arqueo la espalda para estirar los músculos, que todavía están agarrotados después de tirarme dieciocho horas en el autocar. Si estuviera en cualquier otro lugar, intentaría buscar un sitio para ducharme, echar una siesta y recuperarme del viaje, pero aquí no. Lo único que quiero es dejar la maleta y empezar a explorar esta ciudad. El aire huele a posibilidades infinitas, tantas que me emocionan.
Aquí es donde se junta para hacer su magia la gente que adora crear mundos ficticios tanto como yo. Las estrellas más icónicas del mundo nacieron aquí. Mis héroes caminaron por estas calles.
La emoción me embarga y cierro los ojos con fuerza. No puedo creerme que realmente lo haya conseguido.
Al fin podré dejar de soñar y pasar a la acción. Ya no habrá más noches largas y lluviosas detrás de una freidora, sintiéndome a miles de kilómetros del lugar donde deseaba estar. No habrá más horas escondida en el fondo de un aula mientras cuento en el calendario los días que me quedan hasta ser libre.
He venido para hacer unas prácticas en mi serie de televisión favorita: Silver Falls, una saga sobre licántropos y los humanos a quienes les encantan. Me sentaré en la sala de guionistas tomando notas, escuchando ideas e intentando no fangirlear delante de todo el mundo. Estoy a punto de dar el primer paso en pos de mi objetivo, que es crear mi propia serie de televisión. Haré prácticas este verano, con un poco de suerte encontraré trabajo como ayudante personal de algún showrunner y, luego, trabajaré duro y haré todo lo que tenga que hacer durante un tiempo. Después de unos años, me ascenderán a guionista, y podré pasarme los días diseñando las tramas y creando los personajes que siempre he querido ver en televisión. Y después, cuando llegue a los treinta y tantos o así, habré demostrado ser capaz de tener mi propia serie. Seré Bex Phillips, la showrunner.
Al menos, ese es el plan. Mi madre siempre dice: «Las casas necesitan planos y los sueños necesitan un plan».
Compruebo una vez más el mapa en el móvil. Me queda una manzana. Levanto la vista justo cuando me cruzo con dos personas guapísimas, de piernas largas y pelo de colores. Una de ellas lleva una camiseta que dice BI A TOPE. La otra, una chaqueta vaquera cubierta de botones con la bandera trans. No se dan cuenta de que me he quedado mirando: están demasiado enamoradas. Van de la mano y se ríen, y eso me llena de tanta esperanza y alegría que me quedo embelesada.
Este es mi hogar.
Cuando giro por la calle donde vive Parker, sigo sonriendo. Es una calle con palmeras. El cielo es de un azul sin mácula. Siento que me he colado en una postal, pero cuanto más me acerco al edificio que busco, más me estreso.
He llegado a Los Ángeles, lo que significa que ya no tengo excusas. ¿Puede ser que una parte de mí nunca creyera que llegaría tan lejos? ¿Me sentía más segura cuando soñaba con algo tan enorme que pensaba que no se haría realidad? ¿Qué hago ahora que sí lo es?
A ver, que no soy la primera persona de dieciocho años en bajarse de un autocar en L.A. con una maleta llena de sueños. Todos hemos oído esas historias de jóvenes llenos de esperanza que llegan a Hollywood en busca de fama y fortuna, pero esta ciudad tiene fama de ser muy dura para los recién llegados. Podría comerme viva. Podría acabar regresando a Westmill con el rabo entre las piernas y los sueños hechos trizas. Dios, a los imbéciles del instituto les encantaría.
El corazón comienza a disparárseme. Me resbalan gotas de sudor por la espalda, y no estoy segura de si es por el calor de California o porque de repente tengo ansiedad.
Tener posibilidades infinitas… es mucha presión.
Caminar por las calles de mis héroes… es mucho para estar a la altura.
Dejar de soñar y pasar a la acción… es mucha responsabilidad.
Madre mía. Está sucediendo de verdad. Estoy aquí. Y ahora todo depende de mí.
No puedo cagarla.