Читать книгу Fuera de guión - Jen Wilde - Страница 6
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—Sala 121, 121, 121… —murmuro mientras camino por el pasillo y miro los números de las puertas.
Llevo mi nueva tarjeta oficial colgada al cuello y se balancea a cada paso que doy. Llego a la sala de conferencias en la esquina, que tiene un letrero en la puerta que reza:
121SALA DE GUIONISTASDE SILVER FALLS
Justo como me la describió Angela, la chica mona de recepción.
Me tomo un momento para prepararme. Inspirar profundo, espirar despacio.
Ha llegado el momento de ir a por lo que quieres, Bex.
Llamo a la puerta, pero solo me responde el silencio. Alguien sale de la oficina que hay detrás de mí y echa a caminar por el pasillo. Intento sonreírle, pero ni se ha dado cuenta de mi presencia. Vuelvo a llamar a la puerta. Sin respuesta.
¿Llamo una tercera vez? A lo mejor me están diciendo que entre, pero no los oigo. ¿Debería entrar sin más? Puaf, me siento un desastre total. Rozo la manija de la puerta con los dedos, la bajo un poco, espero y escucho. Sigo sin oír nada.
—Eh… ¿Hola?
Abro la puerta. Espero no interrumpir nada. Una sala vacía me da la bienvenida.
—¿Hola? —digo de nuevo, por si acaso.
Qué raro. Angela dijo que estarían aquí. Echo un último vistazo al pasillo vacío y entro en la sala. Hay una mesa alargada en mitad de la estancia con ocho sillas de oficina y un bote lleno de rotuladores para pizarra en el centro. En la pared más alejada hay un sofá bajo una ventana que da al aparcamiento del personal. Sin embargo, lo que más me llama la atención es la pizarra blanca en la pared de detrás de la mesa: no puedo apartar los ojos de ella. Está cubierta de post-its, frases de diálogos e ideas para el próximo episodio.
Avanzo unos pasos y observo la pared de la derecha, que está empapelada con fotos de los rostros del reparto, los nombres de sus personajes y más post-its. Encima hay dibujada una cronología que destaca todos los momentos cruciales de la primera a la sexta temporada, la actual. Está el episodio en el que murió la novia de Jonah, Katie. Uf, lloré una barbaridad esa noche. Y el episodio en el que Tom instó a los otros licántropos a ir a la guerra contra los vampiros; en mi opinión, uno de los mejores hasta la fecha.
—¿Te puedo ayudar en algo? —pregunta una voz desde el pasillo.
Doy un brinco, como si me hubieran pillado haciendo algo malo. Un hombre me devuelve la mirada, esperando respuesta.
—Hola —digo con una sonrisa—. Soy Bex, la nueva becaria.
El hombre ladea la cabeza.
—No sabía que tendríamos una nueva becaria esta temporada.
—Ah, pues… —Le enseño la tarjeta que llevo colgada del cuello—. En teoría, voy a estar en la sala de guionistas con Malcolm Butler.
Hace una mueca como si le hubiera llegado un tufo de algo desagradable.
—Yo soy Malcolm Butler.
Le miro con ojos entrecerrados. No se parece a Malcolm Butler; al menos, no a la foto de su perfil de Twitter. Pero cuanto más busco el parecido en su rostro, más lo encuentro. Parece mayor, con más canas y patas de gallo, y lleva una barba descuidada.
Mierda. No me creo que no haya reconocido al gran Malcolm Butler. Es el showrunner desde la cuarta temporada de la serie y un peso pesado en la industria desde antes de que yo naciera. Me sonrojo de vergüenza y, por alguna razón desconocida, le saludo agitando la mano.
—¡Hola! Es genial conocerlo. ¡Soy muy fan!
Él asiente con la barbilla y deja su bandolera sobre la mesa.
—Ahora mismo tenemos reunión para repasar el guión del próximo episodio.
Ay, Dios. Estoy a punto de escuchar a los guionistas de Silver Falls hablar del próximo episodio. Ay, Dios, Dios, DIOS.
—Genial. —Trato de sonar relajada, pero no puedo dejar de sonreír.
Me siento en una de las sillas que hay a la mesa, pero al instante me doy cuenta de que la he cagado; Malcolm me mira como si le hubiera ofendido.
—No —dice—. La mesa es para los guionistas.
Me levanto tan rápido que golpeo la silla contra la pared y una de las fotos del reparto cae al suelo. Con voz entrecortada, me disculpo:
—Ay, Dios, ¡lo siento muchísimo!
Corro a recoger la foto y colgarla donde estaba. Mientras tanto, él me observa, suspira y, con toda seguridad, comienza a despreciarme en tiempo récord. Luego me voy al otro lado de la sala y me quedo de pie, avergonzada.
Se instaura un silencio insoportable que dura unos momentos. Miro a todas partes menos a él. El sudor me chorrea por la espalda de los nervios.
—Pareces muy joven para ser becaria —dice Malcolm entornando los ojos.
No es una pregunta, pero la sospecha que hay en su voz me empuja a darle una respuesta.
—Me dan créditos para la universidad.
Él asiente.
—¿La Universidad de California en Los Ángeles?[2]
Me froto la nuca.
—No, un grado técnico en un colegio universitario.
—Mira —dice él por fin—, en general, no admitimos becarios en la sala, pero Ruby, que es la nueva directora de la cadena, es muy de… —Se para y hace un gesto de comillas con los dedos—. «El que llegue primero, que ayude al compañero». Como si esto fuera una especie de programa público para fomentar la inclusividad y no un negocio. En fin, ella es la jefa y, por suerte para ti, eso significa que puedes quedarte.
—Gracias —respondo, aunque estoy un poco ofendida.
—Antes de que lleguen los demás, cuéntame —continúa él—. ¿Tienes algún familiar en la industria?
—No. No tengo mucha familia. Solo somos mi madre, mi tía, mi primo y yo. Ay, espere… Sí, en realidad trabaja en maquillaje.
—¡Ah! —dice, como si por fin le interesase algo mío—. ¿Para qué productora? ¿Tu madre o tu tía?
—Mi primo. Es autónomo. Maquilla y peina sobre todo para sesiones de fotos.
Malcolm baja las cejas.
—Entonces no tienes ningún familiar ni en cine ni en televisión.
Sacudo la cabeza.
—Supongo que no.
Él abre el portátil, pero sigue preguntando:
—¿Te interesa la escritura de guiones?
—Mucho. —Los ojos se me iluminan.
—O sea, que quieres trabajar de guionista de televisión.
—Sí, siempre ha sido mi sueño.
Él suelta una risita.
—Sueño. Eres de esos. En fin, espero que te lo tomes en serio; no quiero que nadie pierda el tiempo aquí. Si permito que mis guionistas saquen tiempo para ti, tengo que estar seguro de que vas a esforzarte al máximo. No tengo ningún interés en proporcionarte una «experiencia épica para fans». —Vuelve a hacer el gesto de las comillas—. Tienes que mostrar iniciativa y demostrar que esto te interesa a largo plazo.
Dejo de sonreír y pongo mi cara más seria.
—Me lo tomo muy en serio. Deseo esto más que nada.
—Bien, bien. —Tamborilea con el bolígrafo en la mesa—. ¿Tienes experiencia escribiendo alguna cosa?
Me estiro las mangas de la camisa.
—Llevo años escribiendo en FanFic.com. Mi historia más popular tiene más de dos millones de lecturas.
—FanFic.com —repite él con tono prejuicioso, y vuelve a centrarse en el portátil.
Noto que me pongo a la defensiva, pero lo controlo.
—También he escrito guiones y, lógicamente, también he tenido que escribir escenas y episodios para las solicitudes de prácticas.
—Lógicamente. —Hay una pausa cuando él comienza a escribir en el portátil—. ¿No te has presentado a ningún concurso de guiones, a ningún programa de escritura?
Me desinflo un poco. No quiero decirle que no podía permitirme los costes de participación, así que mejor ser lacónica:
—No.
—Mmm… Bueno. Aquí tienes que venir los cinco días de la semana. La pausa de comer es de media hora.
—Sí, señor —digo despacio.
El estómago se me revuelve. Según la descripción de las prácticas, el horario iba a ser de lunes a miércoles. Tenía previsto buscar un trabajo a tiempo parcial para ganar algo de dinero, ya que las prácticas no son remuneradas. Pero él es mi jefe y, si dice que tengo que estar aquí de lunes a viernes, lo tendré que hacer. Tendré que estirar un poco los ahorros y pasarme del presupuesto una vez más. Uf. Los músculos se me agarrotan de pánico solo de pensarlo.
En ese momento, entra en la sala un chico bajito con pelopincho y un portátil. Pasa a mi lado y se sienta en el sofá.
—Dirk, llegas tarde —le dice Malcolm.
—Ya, ya lo sé —se disculpa él—. Es que he estado buscando como un loco la pluma que usted quería, pero está agotada en todas partes, incluso en internet.
—No me cuentes tu vida —dice Malcolm poniendo los ojos en blanco—. Solo tienes que hacer tu trabajo. Y cambia de actitud. Últimamente te estás relajando demasiado.
Dirk asiente, sin más, y en la sala vuelve a reinar un silencio incómodo. Yo, que sigo de pie cerca de la puerta, me pregunto si debería marcharme.
Por fin llega más gente. Algunos me miran y me saludan con la cabeza; otros ni siquiera parecen percatarse de mi presencia. Me decepciona (pero no me sorprende) que solo haya una mujer en la mesa y que todos los guionistas sean blancos. Espero no ser la única persona LGBT, pero no me apostaría el cuello. Aguardo a que Malcolm me presente, pero en vez de eso, él comienza la reunión:
—Buenos días, feliz lunes y al grano. ¿Qué nos traes, Andy?
Un hombre con una sudadera gris con capucha y gafas de montura negra reparte copias del guión por toda la mesa. Me mira, le echa un vistazo fugaz a la última copia que tiene entre las manos y luego mira a Malcolm, como si no supiera si dármela o no. Malcolm dice:
—Ah, sí, esta es nuestra nueva becaria.
Todo el mundo se gira para mirarme y yo, nerviosa, me froto las zapatillas de lona una contra otra. Me pregunto qué opinarán de mí. Una chica de hombros anchos con rizos naranjas, gruesas gafas en la punta de la nariz, una camisa manchada de sudor y vaqueros negros. Intento reunir un mínimo de confianza, pero no basta para mirar a nadie a los ojos.
—Hola —les digo a mis zapatillas—, soy Bex.
Todos sonríen y me saludan. Andy me entrega el guión y advierte:
—Por si acaso, esto es secreto profesional, así que no te hagas selfis con él ni nada.
Niego con la cabeza.
—No lo haré. Lo mantendré a buen recaudo.
Mis dedos acarician el papel. Quiero llorar. Seguro que así es como se sentía Gollum cuando sostenía el Anillo Único en sus manos.
—Ah, Becky —dice Malcolm.
Pienso en corregirle y decirle mi nombre correcto, pero me siento tan intimidada que no emito ni un sonido.
Supongo que ahora me llamo Becky.
—Me tomaría un café —continúa Malcolm—. ¿Puedes ir a por él? ¿Alguien más quiere uno?
Otros guionistas de la sala me piden café. Yo apunto frenéticamente todos los pedidos en el móvil y digo:
—Vale, ahora mismo vuelvo.
—Gracias, muñeca —me dice Malcolm al salir.
¿Muñeca? Puaf. Casi prefiero Becky.