Читать книгу Oleum. El aceite de los dioses - Jesús Maeso De La Torre - Страница 6

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He sido esclavo de Roma y aún guardo los estigmas de aquel infame escarnio.

Durante un largo tiempo soporté el brutal desarraigo de mi tierra, un dolor desmedido, los abusos, el terror y los rigores del látigo, que hollaron con dureza mi corazón. Para mí, renunciar a la libertad fue como desistir de la condición de ser humano y me preguntaba una y otra vez en la soledad de la mazmorra: «¿Cómo es posible que mi Dios permita que una criatura suya sea ensillada y embridada para que otros cabalguen sobre ella?». Él nunca llegó en mi socorro, aunque mis ruegos fluyeron en llantos lastimeros, y pienso que supusieron un lastre para mi razón, que Él mismo creó.

Lo llamé en la aflicción, pero solo obtuve el silencio más despótico. Ni un rayo de la luz de su presencia que iluminara mi ceguera, cuando visité el infierno establecido por el hombre. La esclavitud transmite al que la sufre una sensación opresiva y el entendimiento se niega a aceptar la dolorosa realidad. No la comprende, no la acepta.

Desde el primer instante en el que me ataron una soga al cuello, mi alma se vio desollada y me oprimía una sensación de repulsión y furor hacia los verdugos que me apresaron, cuando siendo joven me dirigía feliz y despreocupado a encontrarme con mi desposada. Trágico destino el mío que me amenazó con degenerar en locura.

Atravesé oscuros desiertos de tormento interior y me refugié en los confines inaccesibles de mis recuerdos para no aceptar que era un animal comprado por una bolsa de denarios; y hasta llegué a admitir que tal vez la muerte resultara a la postre una liberación para tanto sufrimiento.

En circunstancias tan dramáticas pensé que la esclavitud es una afrenta al Creador, pero también que es indigna únicamente cuando es aceptada. Yo jamás la asumí y me rebelé contra ella, hasta el punto de que en el vasto desierto de mi desgracia resonaron algunas voces amigas que me sirvieron de senda hacia la liberación, y para volver a saborear el dulce almíbar de la pasión y la amistad.

Soy el protagonista de esta narración, el custodio de sus signos y el poseedor de los secretos que en ella se relatan. Me llamo Ezra ben Fazael Eleazar —Jasón Anneo de Séforis para los romanos —, a los que serví en sus campos, molinos y almazaras de olivos de Hispania por mis tratos con el oleum y para recuperar mi libertad perdida.

Me aproximo al medio siglo de edad y pertenezco a la tribu de Leví. Nací en Jerusalén de Judea, cuando reinaba en el mundo Tiberio César, «el viejo nesiarca» —o el rey de una isla—, y poco a poco me comen los años y me derriba la piqueta del tiempo.

Me acerco al crepúsculo de mi vida y he hecho un examen retrospectivo de ella, ahora que voy comprendiendo sus mecanismos, aunque no así los designios del cielo sobre los mortales.

Oleum. El aceite de los dioses

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