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El día siguiente fue un desastre. La verdad es que ni siquiera tengo ganas de escribirlo, pero un trato es un trato, y ya que me metí en esto será mejor no omitir nada.

No bien llegué a la escuela esa mañana me sacaron de la

clase y me mandaron al despacho de la psicóloga. Lo que es peor, el profesor (que es un bruto, digo, no hacía falta que lo anunciara delante de todos) dijo con una voz de barítono odiosa y melodramática: señorita Stanton, la doctora Kapleau desea verla durante la primera hora. Y todos saben qué significa.

Así que tuve que reunirme con esta tal Kapleau, que me hizo preguntas sobre mi mamá y mi papá, y sobre los lápices, etcétera. Y luego, al terminar la entrevista, me preguntó si las clases me parecían bien o si no sería preferible que estuviera en un curso inferior, lo cual fue insultante. Le dije que hasta un delfín se graduaría con honores en esa cloaca, y ella sonrió con amabilidad y me dijo que volviera al aula.

Fue entonces cuando la cosa se puso peor, porque, de allí en más, todos quisieron saber por qué me había citado la psicóloga, y tuve que decirles que era porque tengo un trastorno que se llama cataplexia y que, si me río, me quedo dormida. Y que por eso nunca me río. Como es cierto que nunca me río, algunos me creyeron, excepto un chico, Stephan, que es inteligente. Dijo discretamente que lo que había dicho le parecía interesante, y también que la cataplexia es una enfermedad rara, muy rara. Por suerte, nadie le hace caso.

El primer día el asunto del lápiz no había llamado demasiado la atención, lo cual fue bueno, pero después de la entrevista con la psicóloga la gente empezó a comentarlo. No me molestó que en el almuerzo nadie se acercara a mi mesa. Me da igual no tener con quien hablar. Pero que la gente que está delante y detrás en una fila se aparte un poco más de lo normal no es agradable. Los voy a apuñalar de verdad si siguen actuando así, pensé en decirles, pero obviamente no habría sido el mejor de los comentarios.

Las cosas repuntaron entre la quinta hora y la sexta cuando escuché al pasar una conversación entre dos chicos. Ellos no me veían, y el más bajo con cara de tonto le decía al más alto que ya estaba todo arreglado y que la Sociedad del Fuego se reuniría esa tarde en el lugar de siempre. Trataban de sonar bien enigmáticos.

Apuesto a que no saben de qué hablo. Se preguntarán qué es la Sociedad del Fuego y por qué tanto entusiasmo. Pues bien, tengo un amigo (es cierto) que me contó algo que a su vez le contaron a él, y lo que me contó es esto:

En este preciso instante se están creando sociedades por todo el país. Se hacen llamar Sociedades del Fuego, y son sociedades para personas que quieren provocar incendios, personas que están hartas de la riqueza y de la propiedad y que quieren prender fuego todo.

Mi amigo me dijo que tienes que incendiar algo solo para que te dejen entrar, y cuando me lo dijo pensé: es lo más fascinante que escuché en mucho tiempo. En mi opinión, si no te gusta el fuego, no estás vivo.

Cómo provocar un incendio y por qué

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