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CONTEMPLACION — LA VIDA DIVINA INTERIOR

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San Francisco de Sales dice que “a la oración se le llama meditación hasta que ha producido la miel de la devoción; una vez alcanzado este objetivo, se transforma en contemplación”.5 Sabremos que nuestras meditaciones han logrado producir “la miel de la devoción” cuando nuestras oraciones vengan marcadas por impulsos de amor a Dios, que crecen en intensidad y frecuencia. Estos impulsos de amor señalan la profundización de nuestra vida de oración, y son precursores de una unión más íntima y amorosa con Dios. Esta unión de amor encuentra su culminación en la contemplación, que es la meta fundamental que persigue el alma en su búsqueda de Dios.

En esta forma de oración mental, “la mente no se ocupa tanto de razonar sobre Dios, sino en observar a Dios en simple fe y adoración… Contemplar es mirar a Dios con los ojos de la fe”.6 Como puede suceder en cualquier relación amorosa, mientras más tiempo dediquemos contemplando los ojos del ser amado, más enamoradas estaremos de esa persona. El padre Thomas Dubay se refiere a esta profundidad de la devoción como “un conocimiento del amor que no podemos producir, sino simplemente recibir… Es una conciencia sin palabras y un amor que nosotros no podemos iniciar o prolongar”.7

La contemplación difiere de la meditación en tres maneras distintas. La meditación es un tipo de oración que utiliza nuestro intelecto para estimular nuestro afecto hacia Dios. En este sentido, la meditación es una preparación para la acción de amar a Dios. La contemplación, por el contrario, presupone nuestro amor y nos mueve a partir de ese punto hacia delante.

Segundo, en la meditación tomamos en consideración los más pequeños detalles a medida que progresamos en amor a Dios, tal como cuando una que se está enamorando enumera los atributos que la atraen al otro—su bondad, su sabiduría, su fidelidad. En la contemplación, sin embargo, nuestra mirada de amor descansa sobre el Ser amado, sin entretenerse en este detalle o aquél. En la contemplación, sólo importa una cosa—estar con el Ser amado.

Finalmente, mientras que la meditación requiere mucha cooperación y esfuerzo de nuestra parte, en la contemplación todo depende de Dios. San Francisco de Sales nos recuerda que: “Nosotros no podemos despertar esta experiencia por elección, dado que no poseemos el poder de obtenerla cuando deseamos; no depende de nuestro esmero; es Dios quien la produce en nosotros cuando le place, a través de su gracia divina”.8

Santa Teresa de Jesús (de Ávila) contrasta la diferencia entre meditación y contemplación con un ejemplo de la naturaleza misma. Ella compara la meditación con regar un jardín con agua de un pozo. El jardinero tiene que ir al pozo y laboriosamente extraer el agua de la profundidad del pozo para llenar el cubo, el cual luego debe acarrear al sembrado y con mucho esfuerzo verter sobre las flores. Aún así, y a pesar de todo este esfuerzo, el jardinero está consciente de que hará falta que el agua de la lluvia se vierta del cielo para asegurar que la cosecha reciba agua en la abundancia que necesita.

La oración contemplativa, escribió Santa Teresa, es como un manantial que emerge en medio del jardín de nuestra alma, regando agua de vida a lo largo y a lo ancho del terreno de nuestro corazón. “Flores” espirituales de belleza, gracia, santidad, verdad y amor crecen bien y crecen saludables en este jardín de nuestra alma al recibir su sustento del agua de vida de este manantial. Más aún, este manantial de la contemplación produce resultados de manera más efectiva, y con menos esfuerzo, que el “agua del pozo” de la meditación. En la meditación se invierte gran cantidad de tiempo en aceptar y recibir el amor de Dios, y en dilucidar formas apropiadas de reciprocar ese amor. En la contemplación, el amor de Dios habita en el alma, transformando en gracia y vida nueva todo lo que toca en su camino. El alma percibe que es este amor al que ha sido llamado a experimentar desde sus comienzos, y que todas sus oraciones y todos sus esfuerzos han estado encaminados a culminar con este momento.

A pesar de que Dios puede otorgar y otorga este favor a cualquiera que Él elija, parece ser más usual que Él le conceda este favor de la contemplación a aquellos que han permanecido fieles a una vida de oración meditativa y a una vida virtuosa por algún tiempo.

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