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El Llamado a la Contemplación

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Todas nosotras hemos sido llamadas a experimentar la contemplación. Louis Bouyer, en su obra Introduction to Spirituality (Introducción a la Espiritualidad), nos dice,

[la contemplación] está, en realidad, presente en estado germinal en los actos más elementales de la fe cristiana. Y podríamos decir que esta semilla se desarrolla hasta el grado en el que la fe nos conforma a ella misma mediante la obediencia… Desde una meditación cada vez más orientada hacia el misterio de Cristo, cada vez más absorta en Él, dado que toda la vida de aquél que medita aspira a conformarse con Él en fe, nace la contemplación, se podría decir, en cierto sentido, de forma bastante natural—sin que por ello deje de ser, por todo ello, gracia pura, ya que en realidad no es otra cosa que la gracia haciéndose sentir.11

Thomas Dubay, S.M., nos dice que hay algunos rasgos que son comunes a todas las infusiones divinas de la contemplación. Entre ellas están:

•una experiencia de la presencia de Dios, ya sea en un estado de atención amorosa o de árido anhelo;

•la infusión divina de la contemplación llegándonos de forma absoluta, a través de la acción de Dios en nosotras;

•fluctuaciones en la intensidad de nuestra interacción con Dios, así como una diversidad de formas en las que Dios hace que Su presencia se haga saber o se haga sentir;

•una profundización de nuestro conocimiento y comprensión de Dios, y un discernimiento más agudo de los misterios divinos, y;

•un crecimiento en virtud y santidad.12

Es necesario, en este punto, proveer una nota de cautela. Nunca debemos aspirar a buscar la consolación de Dios; nuestra búsqueda es por el Dios de la consolación. Si descubrimos que nuestra búsqueda se ha tornado en un deseo por el fenómeno místico, por la experiencia espiritual o por el éxtasis, de seguro nos deslizaremos en un misticismo falso que pone en peligro nuestra alma y nos retrocede en el camino hacia la santidad. Toda verdadera contemplación infundida es puro don. No existe método o técnica que pueda forzar la mano de Dios a otorgárnosla. Pensar que eso es posible es falta de humildad y pernicioso.

El verdadero místico sólo desea estar unido a Dios, la Fuente de toda vida. Franz M. Moschner, en su texto clásico Christian Prayer (Oración Cristiana), escribe estas palabras de aviso:

En nuestra jornada interior nunca debemos buscar descubrimientos, nunca por pura curiosidad estar en la espera de fenómenos, sensaciones o encuentros. Si hiciéramos esto, de inmediato sería disruptivo y falsificaríamos nuestra actitud hacia Dios, y por ello produciríamos en nosotros efectos que son directamente opuestos a lo que la contemplación desea alcanzar. Con firmeza categórica debemos suprimir todo anhelo de revelaciones, de verdades individuales, y mucho menos de revelaciones personales. El no hacerlo nos llevaría, en este punto, a exponernos a seducciones diabólicas.13

Santa Teresa de Jesús (de Ávila) nos dice que el único anhelo que debemos aspirar que nos acompañe durante la oración es el amor. Utilizando como analogía las diferentes habitaciones de un castillo como representando las diferentes etapas de la oración mística, ella nos dice: “Si es que progresas mucho en este camino y asciendes hasta las Mansiones de tus anhelos, lo importante es no pensar mucho, sino amar mucho”.14

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