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Una vez arriba, metí las cartas de Claire en la caja fuerte y me guardé sus llaves en el bolsillo. La única plaza que quedaba para Boston era en primera, pero a Olivia Gravesend no le pareció mal. El vuelo salía a las ocho, con lo que disponía de cuatro horas y media.

Supuse que podía dormir durante el viaje y comprar lo que necesitara una vez allí. Para matar el tiempo, hice lo que me había acostumbrado a llevar a cabo esa primavera. Salí a pasear por Turk Street, adentrándome en el Tenderloin. Pero en vez de ir al Westchester, esa vez me dirigí al Refugio.

La acera de la fachada principal estaba despejada. No quedaba nada de esa mañana, salvo unos trozos de cristal del parabrisas. El del mono de esquí se había ido. En la esquina, había un coche aparcado bajo una farola en penumbra. Un hombre se asomaba por la ventanilla abierta, haciendo algún trapicheo. Por lo demás, la calle estaba desierta.

Como esperaba, encontré cerrado el portal del Refugio, lo mismo que los de todos los bloques de apartamentos del Tenderloin. Solo podía accederse a ellos por el portero automático. No sabía el código, pero tenía algo igual de bueno. La policía entraba y salía de allí todas las noches. No podían aprenderse los códigos de todos los edificios de Turk Street, por lo que manipulaban los timbres con una frecuencia determinada de sus radios de bolsillo. Yo no tenía una radio policial, pero disponía de móvil. Lo saqué, reproduje la frecuencia pregrabada de la policía de San Francisco y vi que el pilotito rojo se ponía verde. Entré.

El vestíbulo estaba lo bastante oscuro como para encender la linterna de mi móvil. Vi un mostrador, pero dudaba que allí hubiera recepcionista ni siquiera de día. Detrás, el suelo estaba sembrado de jeringuillas, trocitos de tubo quirúrgico, bolsitas de papel encerado y vómito seco.

Encontré la zona del correo. Ninguno de los buzones tenía nombre, así que no me quedé mucho. Los dos ascensores estaban estropeados, claro que tampoco me habría metido en el ascensor de un edificio así. Vi la escalera y empecé a subir, sirviéndome de la linterna del móvil para sortear el reguero de jeringuillas, botellas de alcohol y bultos difíciles de identificar. Costaba imaginar a alguien como Claire Gravesend subiendo aquellas escaleras sin dar media vuelta de inmediato. Pero tuvo que hacerlo, así que empecé a pensar en un modo de limitar la búsqueda.

Claire había impactado en el coche con fuerza suficiente como para abollarlo, y eso que el Wraith era robusto como un tanque. O pesaba mucho más de lo que parecía o había dispuesto de espacio vertical para acelerar hasta que su cuerpecito había ganado potencia. Por eso ignoré las siete primeras plantas y empecé por la octava. Salí de la escalera a un pasillo ancho que recorría anguloso todo el perímetro del edificio. Si la joven había saltado por la ventana de uno de los apartamentos, tenía que haber sido uno de la esquina de la derecha. Había una rendija ancha bajo la puerta del 801, pero estaba a oscuras. Me había colado en el edificio y no me apetecía nada tener que dar explicaciones a la policía, así que subí, piso por piso, hasta que divisé luz por debajo de la puerta del 1201.

Llamé con un solo nudillo. Toc, toc. Aguardé diez segundos y repetí. No esperaba nada, la verdad, pero entonces oí una vocecilla al otro lado de la puerta.

—¿Sí?

—Señora —dije con la voz más agradable de que fui capaz después del día que llevaba—, me gustaría hablar con usted de lo ocurrido esta madrugada.

Se abrió la puerta hasta que la cadena la detuvo en seco. Me encontré de pronto frente a una anciana de unos ochenta o noventa años en silla de ruedas, lo que seguramente significaba que no había salido de su apartamento desde que se habían estropeado los ascensores, algo que podía haber ocurrido hacía años.

—¿Se ha enterado de lo de la joven que ha caído a la calle esta madrugada?

—La he visto por mi ventana.

—¿La ha visto caer?

—No, la he visto después.

—¿Y qué es lo que ha visto?

—Que estaba encima de un coche. Ha venido un hombre y le ha tocado el cuello. Luego, le ha tomado unas fotos.

No tendría que haberme preocupado que hubiera testigos de mis actos. Las propias fotos demostraban que yo me la había encontrado antes que nadie y que no había hecho nada.

—¿La ha oído estamparse contra el coche?

—Un estruendo muy fuerte... Me ha despertado —contestó—. Pero me ha costado salir de la cama y llegar a la ventana —añadió, señalando su silla de ruedas.

—¿Ha oído algo antes del estruendo? —le pregunté—. ¿Una discusión, voces o algo así?

—Estaba dormida.

—Cierto —asentí. Solo me quedaba una pregunta por hacerle—. ¿Ha venido a verla la policía esta mañana?

—Les he contado lo mismo que a usted —respondió—. Han querido entrar en casa y me han enseñado las placas, por eso les he dejado.

—¿Ha oído algo más después?

—No.

—¿Nada de jaleo arriba o abajo? ¿Alguna detención?

—Nada.

Cuando se disponía a cerrar la puerta, se me ocurrió una última cosa. Puse la mano en el marco y la detuve.

—Señora, ¿le ha preguntado la policía cuánto tiempo llevan estropeados los ascensores?

—No.

—Podría hacer unas llamadas por usted —le dije—. A Sanidad, a Urbanismo...

—Ni se le ocurra —susurró furiosa, dejando ver sus dientecitos afilados—. Si causo problemas, me pondrán en la calle. Y si me quedo sin este apartamento, ¿adónde voy a ir?

—De acuerdo —contesté, y volví a darle las gracias.

Seguí adelante y, a continuación, eché un vistazo a los dos apartamentos de encima del suyo. Ambos estaban a oscuras. Regresé a la escalera y subí el último tramo hasta la azotea. La puerta de acceso tendría que haber estado cerrada con llave, pero habían reventado la cerradura hacía tiempo. Posé la mano en el metal y noté la arenilla fina del revelador de huellas. La policía estaba en todo. Abrí la puerta de un empujón y de pronto me libré del hedor y salí a la lluvia, sin nada encima más que el cielo.

Crucé la gravilla hasta la balaustrada de ladrillo por la cintura y me situé donde habría estado Claire si se hubiera tirado de la azotea y no por una ventana. El Refugio era cinco plantas más alto que cualquier otro edificio de la zona, con lo que me vi contemplando Turk Street y las azoteas de una decena de bloques de apartamentos y hostales.

No sé qué esperaba encontrar allí. Aunque Claire hubiera dejado una nota en la barandilla, ya la habría descubierto la policía esa mañana. Me pregunté si debía volver y aporrear las puertas de todos los apartamentos esquineros. Es lo que haría si fuera policía. Pero no iba a encontrar nada que ellos no hubieran investigado ya, e igual me detenían por hacerlo.

Lo que necesitaba eran las diligencias policiales y el informe forense. Miré la hora. Había tiempo de sobra. Podía conseguir que me enviaran la documentación por correo electrónico y leerla en el avión.

De entre los muertos

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