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1. DEFINICIÓN RADICAL DE PODER

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¿Qué es el poder? ¿Una fuerza telúrica, una pulsión, un arquetipo? ¿La vida misma haciéndose y deshaciéndose en multitud de formas? ¿Un universo que, para los románticos es un vasto juego de luces y, para los físicos, una increíble y devastadora central nuclear que explosiona sin cesar? ¿La posibilidad de crear mundos y valores nuevos? Hasta hace muy poco creíamos que los seres humanos éramos los únicos animales que matábamos y ejercíamos nuestro poder sin ninguna necesidad de supervivencia. Hoy sabemos que tampoco esto nos distingue. Los chimpancés pigmeos pueden hacer la guerra y matar sin necesidad a otros grupos de su especie. ¿Hay alguna diferencia entre el poder animal y el poder humano? (2) Son cuestiones centrales en biología, sociología, antropología y psicología, y también para el poeta y el artista. ¿Qué puede decirnos de ellas el filósofo?

En muchas filosofías el poder es una propiedad individual. Se define en términos de intención o voluntad como la capacidad de lograr resultados deseados e intentados. En otras, el poder es ante todo conceptuado como una propiedad de la sociedad o de la comunidad social. Foucault rechaza la idea de un poder central (como la araña en medio de una tela de funcionarios y de agentes de propaganda). Su originalidad consiste en reemplazarla por la idea de que el ejercicio del poder se encuentra en todas partes y en ninguna; más presente allí donde no se ve: en la familia, en las universidades, en los hospitales, en las terapias, en los clubes, en las maneras como vivimos la sexualidad, etcétera. El poder atraviesa los cuerpos y se expresa en las rutinas diarias de miles de millones de personas. (3) El poder no es un discurso emitido desde lo alto de una tribuna, sino un conjunto de pautas, códigos, normas, conductas y regímenes difusos y producidos de manera autónoma en todas las instituciones cuya eficacia es mayor cuanto menos apelan a una voluntad soberana y más a la observación objetiva y a la ciencia. El mismo sujeto está creado por la microfísica del poder.

Sin embargo, la cuestión no está en pensar el poder prioritariamente desde la sociedad o desde el individuo, sino en pensarlo unitariamente. El ser humano es al mismo tiempo individual, social e histórico, y el poder, también. (4) Una teoría social que no tenga en cuenta esta unitariedad del poder probablemente se quede manca para describir alguna de sus dimensiones. Para ello puede ser interesante recurrir a Zubiri: el poder, antes de ser una propiedad de un suje-to o de las estructuras sociales, es una propiedad de toda acción humana. (5) Llamo acción a una estructura de actos sensitivos (percepciones), afectivos (emociones) y volitivos (deseos) que en toda su gran diversidad coinciden en algo que, por ser tan simple y obvio, es muy difícil de ver: su apertura a algo otro. Justamente porque en cada acto hay algo que se me presenta como otro distinto al acto mismo en que lo siento —el dolor de mi muela en mi acto sensitivo, la ecuación en mi acto reflexivo, la alegría en mi acto afectivo—, hay un poder primario de la alteridad en el acto más nimio que realicemos. Pero este poder no nos encadena como si fuera un mero estímulo, sino que nos fuerza de alguna manera a ser libres y a realizar posibilidades. El poder no es algo intrínsecamente negativo. Todo lo contrario. Sin el poder de la alteridad no habría vida humana ni nos haría falta el recurso a la ética para orientarnos. Lo que sucede es que la acción humana, en su gran apertura y plasticidad, necesita ser pautada, adiestrada y estructurada. Es tan grande esta plasticidad de la acción humana, que incluso aquellos que se incrustan en la acción puede que no sean agentes de la misma especie, esto es, realidades humanas. Es el caso de los niños lobo. (6) Para que una acción sea humana necesitamos que se incruste en ella la humanidad, y para que sea simplemente viable necesitamos que al menos alguna especie, sea de lobos, cebras, vicuñas u otra, ejerza en ella un poder, un constreñimiento. Gehlen diría que esto es así porque el animal humano es un ser deficiente y porque sus instintos y fuerzas naturales son demasiado débiles. (7) Puede que otros den explicaciones distintas. Lo que me importa resaltar es que permanecer constreñido socialmente, no tener elección, no es lo mismo que no tener poder. Aunque el esclavo quiera ser efectivamente esclavo, aunque no pueda dejar de ejercer una determinada conducta o que no tenga escapatoria ante el hambre, esto no es equivalente a estar empujados por procesos mecánicos o biológicos. La acción humana envuelve siempre una capacidad de transformación. Más aún, podemos decir que la acción de un determinado agente es humana en la medida que lo actuado pudo ser diferente. Precisamente por su apertura y por la imprevisibilidad de sus futuras actuaciones, la acción es el lugar de engarce de todos los poderes: el social, el político, el económico y el personal e individual. Sin el ejercicio de algún tipo de poder sobre la acción no hay acción humana posible. De hecho, la mayor fracción de la partida moral se juega, no tanto en los contenidos de las enseñanzas de nuestros progenitores o formadores, sino en los hábitos que introducen en nosotros.

Vemos entonces que el poder de todos los poderes es una alteridad constituyente. Los otros se nos meten y nosotros nos metemos en los demás. Y nada, ni este entrometimiento, colma nunca nuestra apertura al mundo, a las cosas y a los demás. Somos constitutivamente vulnerables y dependientes. Esta apertura a la alteridad nos sitúa en una especie de cima con abismos sin fondo, tanto por el lado de mí mismo como por el lado de los demás y de las cosas. Para vencer el miedo hacia estas gargantas incolmables no nos queda más remedio que establecer culturas y lenguajes, y apropiarnos de posibilidades. (8)

Las posibilidades son justamente el poder o los poderes que vamos haciendo en la historia para evitar el vértigo. Como el vacío que nos atrae y nos obliga a sujetarnos de una baranda, el poder de este ámbito originario de alteridades hace necesaria la incrustación de los otros en mi acción: los demás pautan mi acción, mis deseos, mis emociones y mis percepciones, y delimitan las cosas a las que accedo. Y con todo el poder que los demás, social e históricamente ejercen sobre mis acciones, en la medida que ejerza una razón sentiente, consigo también un cierto poder personal e individual: voy haciendo mi vida con aquello que los otros han hecho conmigo y con las posibilidades reales que tengo. No sólo soy actor y agente, sino también autor y creador de posibilidades. Por eso hay siempre sorpresas y no todos pensamos y actuamos como cabría esperar que deberíamos pensar y actuar teniendo en cuenta lo que nos han hecho y nuestras posibilidades. En definitiva, el poder de la alteridad es el poder radical. Toda acción humana, por su constitutiva apertura, recibe la intervención de otros agentes sociales, quienes ejercen un poder sobre la propia acción. Este poder fija, lastra la acción y la asimila a otras, hasta constituir diversas formas de vida o actuaciones sociales. Las diversas formas de vida son la expresión del poder social, que podemos declinar de muchos modos: podemos hablar de poder económico cuando los individuos (agentes, actores y autores) delimitan las cosas a las que acceden otros; de poder histórico, en el sentido más amplio de la expresión, cuando nos apropiamos de unas determinadas posibilidades rechazando otras, y de poder político, cuando la acción es fijada institucionalmente (como en familias y colegios).

Hoy las relaciones de poder (en todas sus formas) están estructuradas y vertebradas mundialmente. (9) La verdadera sociedad no es la constituida dentro de los Estados–nación ni las unidades supranacionales, sino la red mundial de vínculos sociales en donde tienen lugar todos los procesos sociales del presente. La sociedad mundial es hoy un sistema de actuaciones, grupos o formas de vida cuya propiedad más decisiva es la exclusión. Así como no hay un espacio fuera del poder o de una determinada estructuración de este poder, podemos decir que hoy no hay ninguna acción, ni moral concreta de un grupo determinado que no forme sistema con las demás morales concretas del planeta.

Ética, hermenéutica y política

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