Читать книгу Ética, hermenéutica y política - Jordi Corominas - Страница 25
3. ACTUACIONES ÉTICAS
ОглавлениеMediante sus actos sentientes–racionales prácticos, el hombre, todo hombre, tiene un poder personal. Ciertamente, podemos negarnos a trascender nuestras actuaciones. Lo hacemos muy a menudo. La represión a mi modo de ver no actúa sólo contra los “bajos instintos”, sino también contra los impulsos críticos con uno mismo o empáticos con los demás. El ser humano puede actuar más o menos irracionalmente o puede trascender sus actuaciones, las relaciones de dominio en las que siempre está, y preguntarse si su forma de vida es correcta, buena, mejorable, si puede vivir con menos sufrimiento o provocarlo menos, etcétera.
A lo largo de la historia se ha buscado justificar o fundamentar una determinada moral concreta apelando a la naturaleza humana o cósmica: el comportamiento inmoral sería un pecado contra natura. Así, en determinados textos del islam aparece el celibato como algo contra natura, al igual que lo son en la cultura judeocristiana las relaciones homosexuales. La idea de lo que consideramos “natural” varía mucho de una cultura a otra, hasta el punto de preguntarse si hay algo en el hombre que sea meramente “natural”. También se ha buscado recurso en los dioses y en las leyes divinas, pero éstas no varían menos que la idea de naturaleza. La modernidad ha buscado apoyo en unas leyes de la historia y, en tiempos más recientes, la etología y la biología sugieren haber encontrado la panacea en unas leyes cuasi genéticas. El problema de todas estas construcciones es que dependen de una cultura, de una determinada visión del mundo o concepción del hombre y que, por tanto, su universalidad se resiente. Sin embargo, creo que se puede fundamentar la ética de una manera mucho menos constructiva, esto es, sin recurrir a instancias que trascienden nuestros actos.
En la descripción de nuestros actos encontramos un tipo de actos, los actos racionales–sentientes prácticos, que poseen un carácter obligatorio y exigitivo. Claro está que este tipo de actos, que trascienden nuestras actuaciones y que nos dan un cierto poder personal, no son hechos aislados ni autónomos. No están por encima ni por debajo de las actuaciones, sino que están permanentemente configurado y reconfigurado las morales concretas en las que siempre estamos. Estos actos tienen un carácter igualitario: me llevan a situar mi interés, mis bienes elementales y otros bienes en el mismo nivel que el de los demás. Desde el punto de vista de la actividad racional, no hay por qué poner mis intereses encima de los intereses de otros (es el origen de la regla de oro presente en muchas culturas: no quieras para los demás lo que no quieres para ti mismo). Tienen también un carácter interpersonal: trascienden el lenguaje, la cultura. No sólo nos impelen a dialogar, sino que incluso nos impelen a adoptar la perspectiva de aquellos que pertenecen a otra cultura, que no hablan nuestra lengua o que no tienen competencia lingüística (podemos compenetrarnos hasta con los animales y las plantas). Y finalmente, estos mismos actos poseen un carácter universalizador: me obligan a plantearme críticamente si mis actuaciones no atentan contra las actuaciones de los demás. Una persona con graves deficiencias mentales puede tener muy desarrollada la práctica de este tipo de actuaciones racionales sentientes prácticas, y a la inversa: quizás la mayor barbarie es sólo esperable de aquel que ha desarrollado muchísimo la razón sentiente teórica, manteniendo la razón sentiente práctica en un estado preinfantil.
Desde la perspectiva de una ética de la praxis, esto es, aquélla que parte del análisis de todos nuestros actos, podríamos decir que el criterio formal para saber si nuestras acciones son éticamente aceptables consiste en que puedan ser asumidas por cualquiera sin dañar a los demás. Es obvio que para justificar una actuación concreta tengo que comenzar por conocer las posibilidades que plantea cada situación y se requieren informaciones contextuales, científicas, económicas y de todo tipo. Pero una actuación será buena éticamente, será correcta, en la medida que, entre el elenco de posibilidades concretas, sea la que más se ajuste a las exigencias de los actos sentientes–racionales. Actuamos éticamente cuando somos capaces de transformar las relaciones de poder en las que siempre estamos, de modo que produzcan menos sufrimiento. La función de la reflexión ética no es moralizar, sino mostrar algunas posibilidades en la decisión y en la acción que transformen la relación de poder. Los actos de la razón sentiente práctica nos abren el espacio para el ejercicio de un contrapoder que nunca se desprende de las relaciones fácticas de poder, un impulso contrario a la sumisión y a la dominación. Y este impulso surge de nuestros actos racionales que nos llevan en ciertos casos a sacrificar nuestros intereses por los intereses de los demás, y hasta a compenetrarnos con los otros. El mal, obviamente, no está en que tengamos intereses o en que estos intereses sean malos, sino en que nuestras obligaciones éticas se sacrifiquen siempre y en todo lugar a nuestros intereses.