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TRANSFORMACIÓN, PERO ¿PARA QUÉ?

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Cada gobierno de turno tiene la tentación de crear una nueva ley educativa en la que, de algún modo, pueda incorporar su ideología ética y social en el currículo, con la creencia francamente ingenua de que tal modificación comportará en los ciudadanos un viraje de sus ideas políticas. No es casualidad que los currículos que más se han modificado en cada nueva ley hayan sido los del ámbito de los derechos sociales y ciudadanos. Bajo una pátina de innovación y actualización educativa, cada nuevo gobierno ha modificado los contenidos y el nombre de ese currículo de ciudadanía. Durante la dictadura se incorporó la Formación del Espíritu Nacional, en los ochenta muchos tuvimos que leer y estudiar la Constitución y el Estatuto, en 2007 el gobierno de Rodríguez Zapatero incorporó la Educación para la Ciudadanía (LOE), que, en 2014, gobernando el Partido Pupular, la ley Wert (LOMCE) sustituyó por una materia denominada «Educación en valores sociales y éticos». En 2020, de nuevo, la ley Celaá (LOMLOE), hija de la coalición de gobierno entre el Partido Socialista y Podemos, ha desplazado el péndulo ideológico hacia la izquierda, hasta que los partidos conservadores vuelvan a gobernar y la modifiquen. Que los gobiernos todavía piensen que la forma de asegurar que los ciudadanos compartan determinados valores sea crear una asignatura es un signo inequívoco de que no comprenden cómo evoluciona el aprendizaje en la actual sociedad del conocimiento, y explica muchas de las políticas desenfocadas que gobiernan nuestro sistema educativo.

Por fortuna, a pesar de todas estas circunstancias, son muchos los centros que han puesto en marcha procesos internos de transformación, sobre todo metodológica. De hecho, en un periodo muy corto de tiempo (apenas dos o tres años), bastantes instituciones educativas han logrado adaptaciones metodológicas extraordinarias. Cabe decir, sin embargo, que la prisa por implantar procesos de transformación -en la que muchos centros están inmersos- conlleva el riesgo de centrarse más en el cómo que en el porqué. Ni la innovación per se ni la tecnología son sinónimos de mejora educativa, sino instrumentos a su servicio. Introducir solo un cambio metodológico es muy parecido a empezar a construir la casa por el tejado. Lo que fundamentará ese cambio serán sus objetivos, los nuevos propósitos que lo justifiquen, el currículo que le dé sentido. Todo el equipo que aborda un cambio metodológico tiene que ser capaz de defender el porqué, más allá de las mecánicas que se deriven de él. Sin una definición compartida de los objetivos finales de cada una de nuestras acciones, se pueden dar grandes contradicciones que perjudiquen la consolidación de los aprendizajes. Cambiar de metodología sin comprender el sentido último de una innovación nos puede llevar al mismo lugar donde estábamos, habiendo perdido tiempo y energías.

En un mundo tan cambiante como el de hoy ya no son suficientes los maquillajes de comunicación y marketing, o la incorporación puntual de metodologías supuestamente novedosas. Ahora se trata de ser capaces de construir una nueva educación para vivir en sociedad de forma plena y competente. Gran parte del sector educativo, en todo el mundo, trata de dar un nuevo sentido a la educación y a los propósitos que se derivan de ella. Es un movimiento armónico en el que están inmersos todos los sistemas educativos del planeta. Existe bastante consenso en que no es posible destruir la escuela como institución, pero también lo hay en que debe reinventarse. Se trata, pues, de ser capaces de rediseñar la educación para que estos niños y jóvenes sean también capaces de dar respuesta a los grandes retos del planeta. Tenemos la oportunidad y la responsabilidad de trabajar por una educación mejorada y, a la vez, transformadora. Una educación en la que no solo se aprenda bien, sino que también que sea útil para vivir mejor.

En los diferentes capítulos de este libro trataré de profundizar sobre qué caminos se están abriendo para revolucionar la educación y que responda al menos a los nuevos propósitos del siglo XXI. Antes de adentrarnos en ellos, propongo al lector hacer un ejercicio creativo. Le invito a que, por unos instantes, juegue a imaginar su propia escuela. ¿Cómo sería la escuela ideal del lector? ¿Qué se debería aprender en ella? ¿De qué modo? Cómo se la imagina, sin atavismos políticos, sociales o morales. Simplemente le propongo que juegue por un momento a dibujar o definir qué querría que aprendieran sus alumnos y, sobre todo, por qué deberían hacerlo.

Este mismo divertimento, cuando se le propone al alumnado, es extraordinario, apasionante. En general son terriblemente ocurrentes con los espacios, y dan un gran protagonismo a la parte lúdica y social del aprendizaje, pero también en los propósitos. Naturalmente, a pesar del alto grado de creatividad del que suelen hacer gala los niños, también estos se muestran sujetos a numerosos apriorismos que consideran naturales por la carga cultural que han vivido tantas generaciones antes que ellos.

Reinventar la escuela

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