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LIBROS DE TEXTO VS. HACERSE PREGUNTAS EL LIBRO DE TEXTO
ОглавлениеNada más lejos de mi intención que iniciar una polémica entre «libros de texto, sí» o «libros de texto, no». Como ya dije antes, ni el formato ni la herramienta son tan importantes como los propósitos que nos mueven a utilizarlos. Pero está claro que los libros de texto son una de las tradiciones más asentadas en el entorno educativo, y que de su presencia se derivan muchos de los rasgos implícitos del aprendizaje de la escuela tradicional. El tándem libro de texto-currículo suele ser automático y normalmente inseparable.
Cuando un libro de texto llega a manos de los docentes y los alumnos, tiende a ocupar un gran espacio de aprendizaje en el aula y a convertirse en el esqueleto de todo el itinerario escolar. A menudo, en clase, los libros de texto acaban sustituyendo a la vida real y, con facilidad, los contenidos que desarrollan se convierten en los propósitos mismos del aprendizaje. De una forma prácticamente inconsciente, el libro condicionará por completo la dinámica enseñanza-aprendizaje, conduciéndola hacia un modelo individualista centrado en la transmisión y la clase magistral. En realidad, esta dinámica no está determinada solo por el libro de texto en sí, sino también por la inercia que este impone tras años de permanencia en el sistema. Es una especie de analgésico que disuade a cualquier docente de desplegar todo su potencial, inhibe su capacidad creativa y pedagógica. Es evidente que el libro de texto también ofrece grandes ventajas, en especial desde la perspectiva educativa, ya que cuando se automatiza su uso facilita la planificación y reduce de forma notable la tarea docente. Es cómodo, nos conduce por un camino reconocible y fácil de transitar.
Dos grandes motivos provocan que el libro de texto, una vez ha entrado en el aula, se convierta en el patrón principal del aprendizaje. Por un lado, el miedo a no terminarlo y no poder dar todo el temario, confundiendo los conceptos desarrollados en el libro con el currículo de competencias deseable, propuesto en su mayor parte por la propia administración. Por otro, la necesidad de justificar su coste ante la familia que lo ha comprado: en el fondo, todos los docentes sabemos lo difícil que es argumentar que a final de curso un libro no se ha utilizado. Esta conciencia subyacente determina en muchas ocasiones su uso predominante. Según la OCU, el gasto medio en libros de texto por estudiante durante 2019 fue de 159 € por alumno, aunque la cantidad se eleva a 198 € si descontamos a los alumnos que se acogen a programas de gratuidad de las diferentes comunidades. El coste de los libros de texto no es un tema menor. Cualquier inversión educativa, sea de la administración pública o de las propias familias, debería revertir en el sistema de manera proporcional en equidad y calidad; de otro modo se tendría que revisar. Autonomías como Andalucía, Navarra o la Comunidad Valenciana, que disponen de programas de gratuidad universal para el alumnado, acumulan volúmenes nada despreciables de gasto público centrado en esta herramienta. En Andalucía, por ejemplo, durante el curso 2019-2020 se invirtieron 105 millones de euros2 en el programa de gratuidad de libros de texto para los alumnos de la comunidad.
Sin embargo, el obstáculo educativo no se halla propiamente en el libro de texto, sino en lo que se deriva de él. Tampoco tiene que ver con su formato. Valga decir que, aunque el formato digital ofrece nuevas posibilidades, como la incorporación del lenguaje audiovisual, su uso no difiere demasiado del de su hermano en papel. Además, a pesar de ir en aumento, su presencia en una sociedad tan tecnológica como la nuestra es casi residual, solo representa un 3,2 % de los libros de texto vendidos durante el curso 2018-2019. Aunque las editoriales han hecho esfuerzos importantes estos últimos años por elaborar libros con mayores competencias, los docentes seguimos reclamando el formato tradicional, con un altísimo contenido escrito e individual, muy exigente para el alumnado menos hábil en estas competencias. Desde el pun-to de vista de la atención prestada a la diversidad, los libros de texto suelen ser poco adecuados. Inducen a un modelo de aprendizaje homogéneo y coherente con la estructura escolar de una materia dada, una sesión, una edad, una hora, un solo maestro y, por supuesto, un manual.
Está claro que no hay que sacrificar al libro de texto, y mucho menos a los libros en general, como excelentes instrumentos de apoyo al aprendizaje. Pero su uso debería ser compatible con el fomento de las soft skills, competencias como el pensamiento crítico, la creatividad, la comunicación, la autonomía, la capacidad de aprendizaje o de trabajar en equipo, por citar algunos ejemplos. Y para hacerlo en las actuales condiciones de omnipresencia del libro de texto, se necesitan docentes muy capacitados, que sepan darle un uso racional, con mirada crítica, que puedan llegar incluso a poner en duda los contenidos del propio libro. Han de ser capaces de proponer un uso adecuado del conocimiento dispuesto sobre el papel para utilizarlo en el aula en dinámicas que incluyan un aprendizaje activo y significativo. En definitiva, todo un reto.