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SE DEBEN REDUCIR LAS RATIOS EN EL AULA

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Una demanda recurrente de sindicatos y de una parte importante del cuerpo docente es la reducción de las ratios del aula. Ciertamente, desde una perspectiva vertical del aprendizaje -la que se basa en enseñanzas que llegan al alumno sobre todo desde la acción docente-, disponer de menos alumnos permite una más fácil, que no mejor, gestión del aula y posiblemente una mayor atención individual. Para profundizar en esta idea me parece necesario introducir dos interrogantes: el fuerte coste económico que supone reducir la ratio de alumnos por aula, ¿es la inversión más eficiente para el objetivo de mejorar los aprendizajes? Y por otro lado, ¿cuáles son los efectos, en la dinámica de relación y de modelado de las aulas, de contar con grupos más reducidos de alumnos?

Una vez más, será importante buscar fundamento a lo que muchas veces no suele ser más que una mera impresión. Según el profesor e investigador John Hattie5, el efecto de reducir la ratio de alumnos por clase de 25-30 a 15-20 es de un 0,22. El efecto es francamente bajo, comparable con otras medidas notablemente menos costosas, como por ejemplo organizar grupos flexibles (0,25) o practicar la atención plena en la escuela (0,29), valores muy por debajo de los de la organización de grupos cooperativos (0,59) o la utilización de una evaluación formativa (0,90).

Los resultados PISA no avalan tampoco una correlación entre la medida de las aulas y el rendimiento. En España, la cifra media de alumnos por aula en primaria es de 20,1, una cantidad inferior a la de la OCDE (21,3) y muy parecida a la de la Unión Europea (19,9). Las diferencias que se observan en los resultados obtenidos no parecen derivar tampoco del tamaño de las aulas.

Desde la perspectiva docente, está claro que un mayor número de alumnos por aula implica más gestión y menos tiempo para diseñar procesos de enseñanza-aprendizaje. Menos estudiantes supondría corregir menos (aunque una dinámica más autónoma del alumnado permita incorporar a este en la autocorrección), ofrecer más atención a las familias o atender mejor al estudiante que lo requiera, y posiblemente facilitaría la gestión del aula. Personalmente, no comparto en absoluto que la solución pase por reducir las ratios del aula. Si se opta por incrementar la inversión en educación, sería notablemente más eficiente aumentar las plantillas de los equipos docentes y promover la codocencia o multidocencia, estructuras que sin duda permiten alcanzar los mismos efectos que con la reducción de ratios, al disminuir la carga docente en el aula, pero que a la vez, como ampliaré más adelante, aportan otras muchas ventajas que impactan de forma notable y más efectiva sobre el aprendizaje y el acompañamiento de los alumnos.

No podemos perder de vista que la efectividad de disponer de una u otra ratio en el aula está directamente relacionada con la dinámica de enseñanza-aprendizaje que se proponga. La ratio de alumnos en China es de cincuenta alumnos en las aulas de secundaria y casi de cuarenta en primaria, y curiosamente obtienen los mejores resultados mundiales en las pruebas PISA. En aulas transmisivas, donde el docente imparte de forma sistemática clases magistrales con un fuerte componente autoritario (en el sentido latino de auctoritas, esto es, del que sabe), la ratio de alumnos será prácticamente irrelevante. Este es el motivo principal por el que todavía hoy en algunas universidades se pueden encontrar gradas de sillas fijas donde un número elevado de alumnos escuchan las explicaciones del profesor. En ningún caso pretendo desvalorizar las clases magistrales, todo lo contrario. En las escuelas hay grandes oradores a los que se agradece escuchar y que pueden estimular al estudiante e involucrarlo en el aprendizaje mucho más que algunos docentes de aulas más activas. Pero el problema de una clase universitaria en que las sillas están sujetas a una grada es que no admite ningún otro formato de aprendizaje. Un aula con una ratio muy baja tampoco permite otras combinaciones u organizaciones del alumnado. Por el contrario, en un aula con un número superior de alumnos en la que se trabaje con modelos de docencia compartida se habilita a los docentes para que puedan diseñar, si lo creen pertinente, diferentes agrupaciones y ratios, según cuales sean las necesidades del proceso de enseñanza-aprendizaje que hayan planificado.

Tampoco podemos perder de vista los efectos sociales de las aulas con ratios bajas. Si no se establecen dinámicas de trabajo abiertas, donde los alumnos interactúen y aprendan de forma habitual con estudiantes de otros grupos o cursos, las dinámicas del aula se pueden empobrecer o deteriorar. Me refiero a que, si se reduce el número de alumnos por clase, pero se mantiene una dinámica de trabajo encerrada en el propio grupo, se empobrecen las relaciones sociales y la oportunidad de establecer otras potencialmente positivas (además de que puede generarse cierta endogamia relacional que no siempre es la más adecuada para establecer vínculos saludables en la dinámica afectiva del grupo-clase). En suma, según las evidencias de que se dispone, reducir las ratios no aporta una mejora significativa de los aprendizajes, y por sí sola, sin una redefinición y una transformación de los modelos de enseñanza-aprendizaje, no reportará los resultados que se pretenden. Es necesaria una política educativa capaz de llevar a cabo una evaluación más amplia del sistema que permita identificar las necesidades de transformación profunda del modelo educativo, al margen de la ratio de las aulas.

Reinventar la escuela

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