Читать книгу Reinventar la escuela - Jordi Musons - Страница 22
LA EDUCACIÓN ACTIVA ES UNA EDUCACIÓN SOFT
ОглавлениеSería tan erróneo afirmar que toda innovación es una mejora educativa como asegurar que la escuela tradicional no tiene lugar en la escuela actual. Ciertamente, bajo la pátina de educación innovadora también se descubren centros con proyectos poco definidos y de baja calidad educativa. La innovación, como la tecnología, no son propósitos por sí mismos, sino instrumentos al servicio del aprendizaje y de sus objetivos. No se trata de elegir de forma maniquea entre blanco y negro, entre tradición y modernidad, entre bonito y riguroso, sino de una transición sincrónica, indispensable para adecuar la educación al avance del mundo en que vivimos como ciudadanos y trabajadores plenos.
Como intentaré detallar más adelante, es la escuela tradicional la que ha fundamentado muchas de las riquezas metodológicas que la educación actual cree propias del nuevo paradigma formativo. Desde un enfoque argumentativo, esta herencia no ha de llevarnos ni a validar cuanto para la educación ha tenido sentido hasta ahora, ni a tener que prescindir de todo aquello que no se considera moderno. De la escuela tradicional no podemos perder el humanismo, el valor de la cultura, la importancia del respeto, la comunicación o la lectura, por ejemplo. Es un momento clave para formular las preguntas adecuadas y revisar aquello que hacemos, ser capaces de poner en valor cuanto haya que mantener y cuestionar lo que se tenga que volver a pensar.
Todavía hoy la educación tradicional proporciona una cierta seguridad y comodidad. Todo queda dentro de una caja que todo el mundo reconoce, elaborada por la propia experiencia de haber sido estudiante. Durante mucho tiempo, la percepción de la innovación educativa ha seguido la tendencia opuesta a la que de forma colectiva hemos tenido con la tecnología. Hoy, nuestra sociedad mantiene una actitud completamente consumista de la tecnología, percibida como algo positivo que merece la pena tener. Adquirir el último dispositivo tecnológico nos da seguridad, poder y autoestima. Como llevar la ropa de la nueva temporada o conducir un coche recién salido del concesionario. En cambio, con la educación esta percepción se invierte. Durante mucho tiempo las escuelas que hemos apostado por la innovación hemos sufrido la etiqueta de escuelas hippies, activistas o soft. Mientras que llevar un iPhone 12 en el bolsillo nos hace más poderosos, que una escuela desarrolle nuevas propuestas educativas y de respuesta a retos tan actuales como el acoso, la disrupción tecnológica o la motivación todavía nos genera inseguridad.
En numerosas ocasiones me he encontrado con que debía rescatar la innovación educativa del argumento, a menudo poco fundamentado, de que los alumnos de estas escuelas carecían de suficiente nivel. Una valoración fake en toda regla que con frecuencia se basa en percepciones de muy baja credibilidad. Primero de todo, sería conveniente definir nivel. Es común comparar a nuestros hijos con los vástagos de amigos o conocidos que asisten a otros colegios. Lo más habitual es hacerlo a partir de conocimientos lingüísticos y, sobre todo, comparando los algoritmos matemáticos que se trabajan en un mismo curso: «Mis hijos ya leen», «Los míos están aprendiendo la tabla del 6», «Uy, pues los míos dicen que juegan todo el día, pero todavía no han hecho raíces cuadradas».
No vale engañarse. Hay que recordar que un 17,9 % de los alumnos de un modelo educativo mayoritariamente tradicional es considerado un error del sistema: fracaso escolar, alumnos que abandonarán prematuramente los estudios porque no les encuentran sentido. Al partir de una realidad tan preocupante, tenemos margen para arriesgar innovando. Con franqueza, conseguir peores resultados no será fácil.
El rigor y la exigencia no tienen nada que ver con renovar los objetivos o las metodologías, sino con los condicionantes de la cultura educativa que los rodea en el proceso de aprender. Se puede ser tanto o más exigente en la demanda de calidad y rigor en una escuela activa y transformada como en la más estricta de las escuelas tradicionales. Pero es cierto que, dentro de esta transición educativa, el centro de gravedad del rigor también se ha desplazado. Mientras que en la escuela tradicional era sobre todo externo, con una motivación extrínseca impuesta a veces con cierta severidad por la misma institución y compartida por el modelo de sociedad, que asociaba éxito formativo con éxito laboral, social y personal, la escuela actual ha perdido dicha argumentación, ha roto esa correspondencia. Para ello, trata de recuperar un modelo de motivación más intrínseca, en la que sea el propio aprendiz quien impulse el engranaje que dé sentido al estímulo necesario para aprender. Estudios recientes demuestran que la serotonina está relacionada con el estado de ánimo y la actividad cortical. Cuando nos sentimos bien y conseguimos que el alumnado también lo esté, aumenta la motivación y el aprendiz se convierte en una persona más efectiva, cooperativa, empática y resolutiva. A menudo la diversión en la escuela no ha estado bien vista, pero debemos ser plenamente conscientes de que alienta la motivación y el rendimiento del alumnado. Con la alegría disminuye el miedo y somos más flexibles y creativos.
Los docentes también han desplazado su rol más represivo y censor, de propietarios de la verdad, convirtiéndose en catalizadores del impulso de aprender del alumno. En este delicado equilibrio los docentes son como un instrumento de cuerda, si se tensa demasiado, se rompe, si se tensa poco, no suena. Al contrario de lo que pueda parecer, la dualidad entre aprendizaje «académico y competencial» no se rompe; lo más habitual es que el alumno de escuelas competenciales y avanzadas, además de incorporar de forma mucho más significativa habilidades y competencias que no eran relevantes para el sistema anterior, resulte ser más competente a la hora de alcanzar los estándares académicos que propone el propio sistema educativo.
Hay que educar en la paciencia y la perseverancia, conjugar saber y talento, garantizar buenas habilidades de pensamiento y capacidad crítica. Hay que encontrar el equilibrio entre lo que hasta ahora se enseñaba y lo que hoy hay que aprender. Los niños son vasos llenos, no pueden aprender todo cuanto se aprendía antes más todo lo que consideramos necesario aprender ahora. Como escribió Plutarco ya en el siglo I de nuestra era, la mente de un niño no es una lámpara que llenar, sino una luz que encender. La tarea más difícil para los docentes de hoy consiste en decidir a qué hay que renunciar. Todo parece importante, pero es preciso identificar lo no imprescindible, manteniendo el rigor y la exigencia que cualquier modelo educativo debe preservar.
De lo tratado en este capítulo posiblemente podría escribirse un libro entero, contrastando los numerosos mitos que perduran en las prácticas y convicciones de los docentes con nuevas evidencias que aporta y aportará seguro la neurociencia: «los grupos homogéneos favorecen el aprendizaje», «utilizamos el 10 % del cerebro», «la educación ha empeorado en los últimos años», «en el patio se tiene que jugar a fútbol», «los grupos homogéneos aportan más conocimiento», etc. Estoy convencido de que la ciencia abrirá grandes oportunidades para diseñar una educación más ajustada a cómo aprenden realmente nuestros niños. Lo cierto es que esos falsos mitos rondan en la mentalidad educativa de muchos docentes y de muchas familias, y es difícil romper con esta inercia de opinión. Los seres humanos prestamos atención a la información que confirma nuestras creencias e ignoramos o minimizamos la que las cuestiona. Nuestra mente está preparada para la consonancia, de modo que la disonancia es una actitud que pone en peligro nuestras creencias. A menudo, de forma prácticamente inconsciente nuestro cerebro nos protege de lo opuesto de lo que pensamos. Admitir algunos de los falsos mitos descritos en este capítulo puede poner en un brete todo el argumentario de algunos docentes, y cuestionar una parte de su práctica docente. Ello podría explicar la resistencia al cambio que se manifiesta de forma recurrente en el día a día del sistema educativo, resistencia que, en definitiva, es propia del comportamiento de los seres humanos. Por fortuna, aun siendo reacios al cambio, los humanos seguimos teniendo una extraordinaria capacidad de cambiar.