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EL SILENCIO ES SINÓNIMO DE APRENDIZAJE

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Tradicionalmente, se asocia silencio con aprendizaje de calidad. En mi época pretecnológica, el espacio icónico de aprendizaje era la biblioteca. Allí se iba a estudiar. El silencio era, y todavía es hoy, sinónimo de aprendizaje. Aunque yo mismo escriba estas líneas escuchando a The Cranberries, comprendo que un buen silencio puede ser indispensable para aprender, escribir o pensar. Pero los formatos relativos al aprendizaje pueden ser muy diversos y no iguales para todos los niños o adultos, claro está. La neurociencia confirma que aprendemos mediante la interacción social, de forma que la organización del aprendizaje tendría que ser altamente social. En un aula donde se trabaje con una dinámica cooperativa efectiva se pueden promover aprendizajes muy significativos, aunque en ella se conviva con ciertos niveles de ruido. Con el ruido adecuado también puede construirse conocimiento de calidad.

En relación con la mayor parte de las metodologías que van calando cada vez más en nuestras aulas, hay que prestar mucha atención a la gestión del sonido, encontrar el encaje idóneo entre ambiente de trabajo y ruido. Nuestra cultura no ayuda en este sentido. Nuestras aulas a menudo son un nítido reflejo de lo que ocurre en nuestros restaurantes, transportes públicos o espacios de ocio. En muchos países, el tono adecuado es un hábito mejor instaurado, como lo es no cruzar en rojo, pagar los impuestos o dimitir ante una gestión inapropiada de los poderes públicos. En algunos países europeos es habitual entrar en un vagón y encontrarlo silencioso. En el nuestro, no es lo más frecuente.

En contextos de aprendizaje activo, resulta indispensable dedicar tiempo y esfuerzo a garantizar desde el principio rutinas de tono adecuado de trabajo y dinámicas ágiles para que en el aula se guarde silencio cuando sea necesario. Hay que ejercitar con intensidad esta dinámica si se quiere optar por espacios de trabajo compartidos que sean activos y a la vez saludables y respetuosos. Adoptar normas, señales o cualquier otro ritual para interrumpir el trabajo de los equipos o regular el nivel de sonido será fundamental. En la red se encuentran numerosas rutinas y herramientas de gestión que pueden ayudar a conseguir un buen tono y un buen hacer en el aula.

No existen metodologías que funcionen siempre ni para todos. Cada cerebro aprende de modo distinto, interpreta los mismos contextos de aprendizaje de forma diferente. Cuanto más variada sea la oferta de métodos de aprendizaje con la que el alumnado pueda experimentar, más sencillo será que cada estudiante descubra los formatos que mejor se ajustan a su personalidad para aprender.

Reinventar la escuela

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