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Campamento de Refugiados

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Elia se encontraba en medio de todo aquel caos. El gentío era enorme y había algo de desorganización. Hacía pocos días que habían aterrizado en el aeropuerto espacial de Virgin One y trasladados al campamento de refugiados. Pero aquello era peor de lo que imaginaba. El campamento estaba asentado sobre un extenso terreno árido, en las afueras de Havenlock. Había sido totalmente vallado, y los refugiados se agrupaban en tiendas y cápsulas de habitabilidad. A Elia le sorprendió la cantidad de niños que allí se daban cita. Familias enteras habían huido de las zonas en conflicto. Le pareció que había pocos médicos y voluntarios para la cantidad de gente que allí se concentraba. Sin embargo, sí había una gran presencia militar en la zona. Una guarnición entera de la milicia sectorial custodiaba el campamento y daba apoyo a las dotaciones locales de la fuerza del orden. Le pareció algo ilógico tal despliegue militar, ya que daba la sensación de que más que refugiados en realidad eran prisioneros de guerra.

La impaciencia había hecho mella en ella mientras esperaba el regreso de Hier. Estaba algo agobiada en aquella cápsula habitable junto a otras diez personas. Al llegar a tierra firme e instalarse en el campamento, había vuelto a desaparecer. Esta vez, no obstante, le había explicado que iba a encontrarse con su contacto allí dentro y conseguir las tarjetas de trabajadores esenciales que les permitiría abandonar aquel sitio y trabajar en la granja.

Aunque en primera instancia la idea de trabajar en una granja no le había parecido la mejor de todas las ocurrencias, su percepción estaba cambiando a marchas forzadas al ver la situación real que existía dentro de aquel campo de refugiados. Quería salir de allí a la primera oportunidad, y confiaba lo suficiente en Erik Hier. Desde su encuentro en el carguero Andrómeda, se había mostrado una persona amigable y abierta. Gracias a él había mitigado en algo la soledad y el dolor en el que se hallaba sumida desde la muerte de sus padres.

Mientras esperaba, podía observar todo el panorama: niños jugando a batallas, adultos intentando conseguir ropa o comida, algún incidente o alboroto esporádico entre refugiados, militares en permanente estado de alerta. Entre todo aquel movimiento, a Elia le llamó la atención dos de los militares allí presentes. No eran como los demás soldados que custodiaban el campo, su semblante era serio, vestían un uniforme gris con franjas de color rojo en las mangas y los pantalones, distinto al de las milicias –que eran rojos con detalles en negro– o al de las fuerzas del orden –que vestían completamente de negro–. Uno de ellos, el más delgado y bajito, portaba un arma, quizá un láser de última generación (por el perfil, le pareció que se trataba de un fusil de asalto T-Láser v3 [14] ). Su compañero, no parecía disponer de ningún tipo de arma de fuego. Era muy alto, seguramente medía más de dos metros, pero a su vez era corpulento y fuerte. Toda una masa de músculos. Jugueteaba con una especie de bastón de aleación plateado, pequeño y manejable a una mano. Ambos llevaban un casco blanco, del que destacaba una gran media estrella. Debían ostentar un rango importante, ya que los demás militares parecían obedecer sus indicaciones, y se presentaban con frecuencia a reportarles cualquier situación anómala que pudiera suceder dentro del campo. Elia les estuvo mirando con mucho interés durante un largo rato, hasta que al final se fijaron en ella. Fue entonces cuando apartó la mirada y se hizo la distraída. En ese mismo instante, una mano se posó sobre su hombro provocándole un pequeño susto.

—Eh, soy yo. Lo siento. No quería asustarte, niña —le dijo en tono suave Hier. Y es que Elia no había podido evitar soltar un pequeño grito de espanto.

—Tranquilo, no pasa nada —dijo ella, volviendo a buscar con la mirada a los dos hombres. Para su alivio, se habían alejado un poco, ajenos a ella. Hier se percató de ello.

—¿Pasa algo?

—No, no, en absoluto —contestó apresuradamente ella—. ¿Has conseguido las tarjetas?

—Hier sonrió ante la ansiedad que mostraba la chiquilla.

—Debemos reunirnos en un rato con mi contacto en uno de los habitáculos del campo, y nos las facilitará —le contestó sosegadamente—. Recuerda, deberemos mostrar las tarjetas en uno de los puestos de control para poder abandonar este sitio. Una vez fuera, nos estarán esperando para trasladarnos hasta la granja.

—¿Así de fácil?

—No, nada de eso —sonrió—. Aquí no hay nada fácil. Para conseguirlas se ha pagado un alto coste. La gente se suele aprovechar de estas situaciones, ¿sabes? Para optar al privilegio del que gozaremos, hay que tener muchos sardes [15] de la Unión —Elia se sintió algo avergonzada, a la par que agradecida. Hier sonrió e inesperadamente cambió de tema—. Por cierto, aquellos dos hombres a los que prestabas tanta atención, son dos miembros de la orden Augur.

—¿Cómo…? —preguntó sorprendida.

—No he podido evitar ver cómo los observabas con curiosidad —replicó con una sonora carcajada.

—Los augur resultan un misterio para mí. Es la primera vez que tengo unos tan cerca.

—Para ti y para mucha gente, querida mía. Pero es un campo que domino a la perfección. La orden se fundó durante el 2892 ET, bajo el mandato del Primer Cónsul Francis Gibbs. Su propósito era aprovechar las habilidades especiales que poseen, aunque ellos prefieran emplear la palabra don, en beneficio de la Unión Colonial. A la práctica, la organización ha acabado integrándose dentro de las fuerzas armadas que componen la Unión. Actúan en todo tipo de conflictos, sobre todo en aquellos considerados altamente peligrosos o de máxima seguridad. Al principio pretendía ser una especie de orden espiritual, pero acabó derivando en una organización militar más. Es una verdadera lástima, pero la humanidad ha demostrado que solo está capacitada para la guerra. —Reflexionó antes de continuar, mientras Elia prestaba atención a cada palabra—. Reciben el nombre de Augur en referencia a una antigua orden de sacerdotes que practicaban la adivinación. Empleaban la magia en lugar de métodos científicos o racionales para descubrir entidades o elementos desconocidos u ocultos. Evidentemente no está documentado ni acreditado que aquellos sacerdotes poseyeran algún tipo de poder especial, sin embargo, los augur sí tienen habilidades físicas y psíquicas superiores a cualquier humano. Por ello, muchos naturalistas afirman que nos encontramos delante de una nueva etapa de evolución para la humanidad. Sinceramente, y es una opinión muy personal, yo estaría de acuerdo con ellos.

Elia empezó a atropellarle a base de preguntas.

—Pero, ¿por qué uno llevaba un arma y el otro no? Sostenía una especie de bastón en una mano y nada más… Y si son una fuerza militar, ¿cómo es que solo hay dos aquí?

—Bueno. No es exactamente un bastón. Se le llama Lituo. Normalmente canaliza el poder de su portador. Eso dice la teoría —soltó una enorme sonrisa—. Los augur no suelen, o mejor dicho solían, llevar armas. Era así hasta que el almirante Thrownill se hizo cargo de la orden. Entonces quedó adherida oficialmente como parte de las fuerzas armadas de la Unión, y fue cuando se empezó a frecuentar el uso de los fusiles láser entre sus miembros. Normalmente los augur físicos son los que se resisten más en emplear armas… —Hier hizo una pausa ante la cara de no entender nada que estaba poniendo Elia—. Vale. Te explico brevemente para que te hagas una idea básica. Dentro de la orden Augur, hay tres ramas de poder según el don que se posea. Están los físicos, que se valen de capacidades atléticas y biológicas muy superiores a la de los humanos. Los psíquicos son aquellos que tienen capacidades puramente mentales, como ver o percibir el futuro, y en ocasiones también de conocer el pasado. Y por último tenemos a los quinéticos, quienes pueden controlar mentalmente el medio externo. Por eso, es posible que, para fines de autoprotección, un augur de la rama de psíquicos sin más poder que la clarividencia, la telepatía, la psicometría o la precognición lleve un láser, mientras que un augur físico ya es por sí solo un arma, o que un augur quinético con dones como la telequinesis, la crioquinesis, fragoquinesis, geoquinesis, o piroquinesis no necesite arma alguna para defenderse.

—Entiendo… creo... —exclamó la joven.

—Normalmente van en grupos reducidos. Has visto a dos, lo normal es que sea así, pero también tres, cuatro… nunca verás a más de cinco juntos, a excepción de que se trate de un conflicto de una gran envergadura y que se requiera la presencia de varias escuadras o de un escuadrón entero.

Un grito ensordecedor interrumpió la conversación entre ambos. A pocos metros de distancia, un equipo médico acudía a la zona donde se había producido el incidente. También se acercaron varios soldados milicianos. Parecía que estaban atendiendo a un niño que había sufrido un percance. La madre, que se encontraba junto a él, parecía tener un brote de histeria. La pobre no dejaba de lamentarse y llorar. Poco a poco, entre los curiosos, los médicos y los soldados que trataban de dispersar a la gente perdieron la visión de lo que sucedía, aunque todavía podían oír los lamentos desgarradores de aquella madre.

—Será mejor que nos vayamos ya —sugirió acertadamente Hier.

Elia asintió con la cabeza sin decir nada. Estaba visiblemente afectada por la situación, por el lugar, por todo lo sucedido hasta ahora. Cuánto antes pudieran salir de allí, mejor.

Se dirigieron a uno de los accesos exteriores del campo, señalizado como “A10”, ubicado en la parte noroeste del recinto. Allí había establecido un punto de control. Era uno de los diversos puntos repartidos por la zona y desde donde se gestionaba cualquier salida del campo, tanto de trabajadores internos (médicos, voluntarios de organizaciones no gubernamentales, funcionarios) como de refugiados. Estos últimos, pero, tenían muy limitada la posibilidad de salir. Solo aquellas personas que dispusieran de pases naranjas (distintivas para refugiados políticos y de clase alta) o verdes (con permiso de trabajo acreditado y aceptado, llamados vulgarmente “esenciales”) eran consideradas aptas para abandonar el lugar.

Conseguir un pase era complicado, y en el caso de las tarjetas verdes, casi siempre se obtenían tras pagar un precio convenido. Era inevitable también, que las mafias, algunas operando desde el mismo campo, entraran en escena para sacar beneficio de aquella situación. Por un sustancioso porcentaje lograban hacerse con una gran cantidad de pases de salida. Irónicamente, aquella tragedia había beneficiado a los grupos que operaban ilegalmente, como los piratas espaciales, que por precios elevados trasportaban refugiados a cualquier punto de la galaxia saltándose los vetos establecidos por los sectores planetarios. Los piratas, especialistas en burlar aduanas y controles de la Unión, llevaban desde el inicio del conflicto moviendo refugiados ilegales por diversos sectores planetarios, quienes no dudaban en gastarse los ahorros de toda una vida para llegar a zonas más seguras y tranquilas.

¿De qué manera había logrado Hier las dos acreditaciones verdes? Es algo por lo que ella sentía cierta curiosidad, aunque lo importante es que dispusieran de los salvoconductos. Así que optó por no preguntar. De momento.

Antes de llegar al punto de control había que superar un escáner de retina y de identidad, y otro corporal, con el objetivo de encontrar posibles sustancias escondidas en el propio organismo. Para acabar, los soldados registraban bolsas de equipaje, de manera muy minuciosa. Con esta finalidad se perseguía encontrar armas o sustancias ilegales que cualquier refugiado pudiera introducir al exterior.

Había una dotación militar encargada de dichos registros, y funcionarios de Havenlock City validaban los protocolos a seguir. Los augur presentes en los campos, supervisaban y observaban que el proceso se desarrollara correctamente amparado bajo las leyes de la Unión.

—Por aquí —le dijo a Elia, guiándola por el laberinto que conformaban las tiendas por todo el campamento.

Con paso acelerado, Hier la cogió del brazo, para en un rápido quiebro, entrar en una de ellas. Era algo austera, había una gran mesa con medicamentos y material de botiquín esparcido por ella, un pequeño mueble que contenía alimentos y líquidos de avituallamiento situado en una esquina, y poco más.

—¡Diablos!, ¿de verdad eres tú? —preguntó la mujer que se encontraba en ella. Hier sonrió y afirmó con la cabeza. Hicieron el gesto de darse la mano, pero acabaron abrazándose. Aun así, le seguía mirando raro—. No puedo acostumbrarte a verte así, querido amigo... En fin, ya era hora de que llegases. Te has demorado bastante.

Parecía algo nerviosa. Les esperó durante un largo rato, y eso había acrecentado su estado de intranquilidad. Elia la observó detenidamente. Era joven, o al menos parecía menor de treinta y cinco años. Aunque nunca se había vanagloriado de tener buen ojo para las edades. Cabello largo y castaño, portaba un cigarrillo de salvia roja [16] sobre unos labios gruesos y casi perfectos. La mujer, tras examinar detenidamente a Hier, se concentró en Elia, a quien miró con mucho interés, tanto que hizo incomodar a la chica.

—La impaciencia nunca ha sido una virtud —replicó Hier.

—En mi caso, es totalmente cierto —respondió lacónicamente la mujer apartando la vista de Elia. Del bolsillo de su camisa sacó los dos pases—. Toma, aquí tienes lo que habíamos hablado.

Hier extendió la mano y cogió los pases verdes. Los revisó detenidamente.

—Mantente alerta en todo momento. No te confíes. Sal de aquí lo antes posible, no es zona amiga. He visto dos augur por el campo. No me suenan, parecen cachorros de nueva hornada. Preguntaré por ahí sobre ellos, a ver qué me dicen. Mientras, intenta esquivarlos en el control de salida. Una vez fuera, ya os están esperando y os conducirán hasta la granja de la familia Macer. Son gente de confianza que trabajan para ellos. Tu pase es para jornalero a tiempo completo… y la chica como empleada del hogar… —la mujer hizo una pausa en su locución—. Joder… Maldita sea, ¿realmente es necesario?

—Lo es, Suzanne. Y sabes el porqué.

—Por los tiempos futuros, eh —dijo ella con una sonrisa nerviosa—. Eres un buen amigo, sabes que te tengo mucho aprecio. Pero deberías dejarlo para otros, te estás haciendo mayor para estas cosas… Te piden demasiado, cuando ya has hecho tanto por todos nosotros.

—Nunca podré dejarlo del todo, querida. Es mi forma de vida, y toda una responsabilidad que no puedo esquivar. Pero gracias por llamarme viejo de manera tan sutil.

—¡Deberías estar en un despacho y no aquí! Un retiro dorado. Te lo has ganado, y no soy la única que piensa eso. Pero es imposible hacer cambiar de idea a alguien tan testarudo como tú. Estaré aquí, alojada en Havenlock, para darte soporte cuando llegue el momento.

—Seguro… Gracias por todo, Suzanne —Hier volvió a abrazar a la mujer, en una despedida emotiva.

—Un placer, viejo amigo —dijo ella. Mientras se separaban, le cogió la mano cariñosamente.

Sus ojos brillaban, y sin decir nada, se intuía un “cuídate” en ellos.

Al salir de la tienda Elia no pudo reprimir más su curiosidad. Aquellos gestos de cariño y proximidad, a la par que de preocupación delataban una relación especial entre ambos.

—¿De qué la conoces?

—Es una antigua compañera. Durante un tiempo trabajamos codo con codo, viajando por la galaxia, buscando e indagando en los rincones más remotos. Mi vanidad me llevaba a afirmar que protegíamos las constelaciones. Solo con el tiempo te das cuenta de que, a pesar de todas las buenas intenciones, siempre sirves a un propósito que no puedes controlar. Claro que, de aquella época, ya hace demasiado… Ahora me he convertido más en una rata de escritorio que otra cosa —contestó él, mientras se acariciaba el mentón con su mano. Alzó la mirada hacia el cielo como si estuviera rememorando los viejos tiempos.

—Pero, ¿no eras historiador? ¿Un profesor?

—¿Siempre eres tan curiosa? —replicó con otra pregunta, mientras soltaba una sonora carcajada—. Sí, en cierta manera lo soy. El saber, la historia, la cultura, son mis herramientas de trabajo desde hace muchos años… la investigación de campo… He tenido la mejor escuela de todas, y trato de enseñar todos mis conocimientos.

Elia no había acabado satisfecha del todo con las explicaciones de Hier, estaba segura de que él le había contado que era profesor, pero decidió dejar sus preguntas ahí. Ahora mismo, había cosas más importantes en que pensar. Y deseaba abandonar ese campo de refugiados lo más pronto posible.

—Cuando lleguemos al punto de control, sobre todo trata de hablar lo menos posible… deja que sea yo quien responda a funcionarios y agentes si hay que dar explicaciones adicionales. Cíñete al guion —Elia asintió con la cabeza—. Todo va a salir bien —quiso transmitir una cierta tranquilidad—. No hay ningún motivo por el que debas preocuparte, niña. Es una mera formalidad que superaremos sin dificultad alguna.

A medida que llegaban al punto de control de la zona noroeste, se percibía un aumento en la seguridad. Patrullas de la milicia local y agentes de las fuerzas del orden se encontraban apostados por todo el acceso al exterior, haciendo de una misión kamikaze el intentar abandonar el campo sin autorización. Además, las torres de vigilancia que se alzaban en los laterales, habitadas las veinticuatro horas por dos soldados a cargo de un láser de repetición, eran también muy disuasorias. Por si fuera poco, Elia se percató de la presencia de uno de los augur que anteriormente había visto, era aquel más delgado y bajito. Estaba allí, charlando de forma amistosa con otros soldados, llevaba el láser enfundado mientras jugueteaba con el bastón Lituo. Su presencia seguía siendo muy imponente para ella.

—Vamos a ir hacia aquella mesa —le dijo Hier, señalando el puesto donde había un par de funcionarios.

Junto a ellos, había un indicador que rezaba: “Control número ocho. Nº ID del 4000 al 5999”. No había demasiada gente esperando, pues no era muy habitual que se expidieran grandes cantidades de tarjetas para los refugiados. Si alguien quería seguir los procedimientos estándar, al menos debía haber permanecido dos meses allí dentro, acreditado ser trabajador en tareas esenciales [17] , y obtenido un libro familiar para conseguir la tarjeta verde. Cada tarjeta tenía un número de ID único, además de otros códigos propios para impedir falsificaciones. A pesar de ello, las mafias conseguían muchas veces copias idénticas y las reventas y el tráfico de dichas tarjetas estaban al orden del día dentro del campamento.

Mientras esperaban su turno formando cola ordenadamente, el augur reparó en su presencia. Más que en Elia, se quedó mirando a Hier. Ella lo notó, y se sorprendió ante la reacción, no solo la del augur por mostrar un súbito interés en su compañero, sino también en la de él, pues parecía hacer lo posible por no encontrar su mirada y pasar totalmente desapercibido. No es que Hier lograra su objetivo, ya que el augur cada vez parecía más interesado en él. Se avanzaba tan lentamente, que el augur quiso aprovechar esa situación para acercarse un poco, como intentando cerciorarse de algo. En ese preciso momento sonó una alarma, y algunos soldados pasaron corriendo a pocos metros de ellos. Uno de los soldados se acercó a la mesa, y tras una pequeña conversación en voz baja, el responsable de los funcionarios paró el proceso de revisión y aprobación de salidas, y se dirigió a los allí presentes.

—Un momento por favor. Permanezcan en la cola, en calma—. Un murmullo que contenía extrañeza y confusión se extendió entre todos los que esperaban allí.

A lo lejos se podía divisar algo de humo, quizá un incendio, un alboroto… La sensación es que había ocurrido algo anormal, y un grupo de soldados se desplazaban hacía allí con presteza. Lo surrealista para Elia, era que, a pesar de todo, el augur seguía avanzando en dirección a ellos, mientras Hier seguía con el rictus serio, distraído, y con la cabeza agachada y vista al suelo.

—¡Erik! —le intentó susurrar ella ante la presencia próxima del augur. No lograba entender si es que realmente no lo veía venir, o es que se hacía el despistado a propósito.

Cuando ya se encontraba cerca, a poca distancia de Elia, uno de los soldados llegó a la altura del augur. Le hizo el protocolario saludo militar. “Señor, se requiere su presencia en la zona C-15 del campo”, creyó oír ella. Aquellas palabras parecieron tener efecto en el augur. Este les miró de nuevo, centrándose en Hier, y luego volvió a posar sus ojos en el soldado. Repitió la misma acción una segunda vez.

—Está bien —dijo finalmente. Ambos emprendieron la marcha hacía el foco del incidente. Mientras se iban alejando, Elia los observó detenidamente. El soldado parecía informarle sobre el suceso ocurrido, mientras el augur seguía jugueteando tranquilamente con el Lituo.

Hier no dijo nada en todo ese rato. Al cabo de unos quince o veinte minutos, que se hicieron eternos para Elia, otro soldado se acercó hasta los funcionarios de la mesa. Uno de ellos hizo gestos con la mano a todos los que esperaban en la cola. “Proseguimos. ¡Siguiente!”.

[14] T-Láser v3 es un fusil láser de asalto diseñado por Rickler&Hoch. Es el arma reglamentaria de las fuerzas de tierra de la Unión Colonial desde 2994.

[15] Moneda única utilizada en la galaxia. Conocida coloquialmente como la “U”, los sardes de la unión se empezaron a fabricar a partir del año 2878 como medida impulsada por el economista Jonathan Sardes para disponer de una moneda hegemónica en la galaxia que hiciera frente al Dricma de Tanneris o a la Korona de Tellus. Actualmente los sardes han sido adoptados por la mayor parte de los sectores planetarios, siendo considerada como la moneda oficial de la Unión Colonial.

[16] Planta que crece y se cultiva en Dalmoon, sector Pax; posee propiedades muy similares al tabaco del planeta Tierra. La marca Ducaine es la más conocida y popular.

[17] Se considera trabajos esenciales aquellos que emplean mano de obra industrial, trabajos de ganadería y agricultura, minería o recursos naturales. Todas aquellas personas que en su lugar de origen habían realizado estas labores, podían optar a una tarjeta verde. Estos trabajos tienen la mayor demanda por sus duras condiciones; actualmente se empleaban robots y trabajadores establecidos de forma no legal procedentes de otros sectores coloniales que no tenían residencia y, por tanto, menos opciones en el mercado laboral.

Guardianes de Titán. Éride

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