Читать книгу La madurez del cine mexicano - Jorge Ayala Blanco - Страница 10
La madurez burlobviota
ОглавлениеEn La dictadura perfecta antes La verdad sospechosa cuando todavía la apoyaba en lo económico Televisa (Bandidos Films - Fidecine / Imcine - Estudios Churubusco Azteca - Eficine 226, 142 minutos, 2014), estridente y morbopolíticamente infladísimo séptimo largometraje del exitoso excuequero de 52 años Luis Estrada (añadiendo una cuarta pieza a la satírica saga política iniciada a trompicones con la censura por La ley de Herodes, 1999, y continuada a trompicones con el lenguaje imaginativo por Un mundo maravilloso, 2006, y El infierno, 2010), con guión suyo y de su discreto colaborador habitual Jaime Sampietro, en vista de que el Presidente pelele (Sergio Mayer en el obvio rol de Enrique Peña Nieto) impuesto por Televisión Mexicana (o TV MX en el obvio rol de Televisa) la ha regado gacho de cara al embajador de Estados Unidos (Roger Coudney) enviado por Obama, capaz de provocar un escándalo internacional a pesar de su pésimo inglés pésimamente pronunciado (“We are waiting to do all the dirty jobs not even the negros wanted to do”) y por ende necesita aplicarse con urgencia la Operación Cajas Chinas, o sea, desviar la atención mediática cotidiana hacia otra información escandalosa mayor, para el caso, cierto videoescándalo filtrado a la televisora mediante su entrega en mano por un Coronel del Estado Mayor Presidencial (Jorge Zárate), en el cual aparece el corrupto, putañero y matón gobernador estatal Carmelo Vargas (Damián Alcázar), grabado in fraganti en trance de recibir cuantioso soborno en efectivo por parte del crimen organizado, y de inmediato difundido en el noticiero estelar 24 Horas en 30 Minutos (en el obvio rol de simplemente 24 Horas) de la misma TV MX que conduce el astuto comunicador Javier Pérez Harris (Saúl Lisazo en el obvio rol de Joaquín López Dóriga), capaz de someter a inexorable interrogatorio telefónico al nuevo Gober Precioso en persona, para balconearlo masivamente por su acción injustificable y ponerlo en un grave predicamento, del que el inculpado querrá liberarse volando al día siguiente a la capital de la República en compañía de su secretario de gobierno (Enrique Arreola) y su vocero-ahijado (Arath de la Torre), apersonándose todos en la oficina del prepotente director inaccesible de TV MX Don José (Tony Dalton en el obvio rol de Emilio Azcárraga Jean) e intentando a su vez sobornarlo con una maleta repleta de billetes de alta denominación, que el poderoso magnate rechazará como algo irrelevante, pero aceptándola como donativo para su caritativa Fundación Sí Se Puede (en el obvio rol de Fundación Teletón), de la misma manera que al final asiente en firmar de buena gana un ventajoso contrato estrictamente comercial con Vargas para manejar y reivindicar su imagen pública (“Mi futuro político está en sus manos”), comisionando para ese objetivo a sus más fieles colaboradores arribistas, el célebre productor barboncillo Carlitos Rojo (Alfonso Herrera en el obvio rol de Carlos Loret de Mola parte 1), quien primero deberá abandonar por un rato a su archicodiciada amante secreta la estrella popularísima de telenovelas del rating máximo Jazmín (Livia Brito en el obvio rol de Angélica Rivera La Gaviota más el de Silvia Navarro pronto presente personalmente y en persona), y el reportero bonito Ricardo Díaz (Osvaldo Benavides en el obvio rol Carlos Loret de Mola parte 2) que debe su fama a haber sobrevivido a riesgosas corresponsalías en el Medio Oriente, trasladándose ambos a un peligrosísimo Estado de la Federación cuyos puentes camineros se adornan con ahorcados, ya que allí dominan la narcopolítica, las matanzas y las numerosas ejecuciones sumarias por día, gracias a la colusión del Gobernador con la temible mafia rupestre más cruel y atrabiliaria que emblematiza el ignorantazo capo conocido como El Mazacote (Hernán Mendoza), bajo las miradas cómplices del procurador del Estado (Dagoberto Gama) y su jefe de seguridad (Noé Hernández), sólo cuestionados en su conjunto por un líder de la oposición apodado El Mesías (Joaquín Cosío El Cochiloco en el obvio rol de Andrés Manuel López Obrador injertado al diputado petista Gerardo Fernández Noroña) que pronto deberá ser suicidado ante su compu denunciadora tras exigir la renuncia del Gober en el Congreso local y tras caer en la trampa que le tiende la televisora (a la que creía poder extorsionar) haciéndolo pasar por pederasta violador de una aleccionada niña acusadora (Claudia Pineda), dejando así la vía libre para que el mediáticamente apoyado y fortalecido Gober repelente haga olvidar sus fechorías, ejerciendo reivindicadoramente un chantaje sentimental colectivo muy bien montado que lo hace aparecer como compasivo y misericordioso y providencial esclarecedor triunfante del alevoso secuestro de las gemelitas clasemedieras Ana y Elena Garza (Kiara Coussirat y Karol Coussirat), sustraídas de su propia casa cuando Juanita su nana indígena (Sonia Couoh) coqueteaba con el novio (Juan Pablo Medina), y cuyos angustiados padres (Flavio Medina y Silvia Narro en los roles de los progenitores de la niña Paulette en un célebre caso mexiquense) habían logrado subyugar el corazón de la opinión pública, gracias a que de inmediato fueron contactados-contratados por TV MX para convertirse en celebridades y por ella asesorados en sus negociaciones con el misterioso jefe de los secuestradores (Salvador Sánchez), quien acabaría permitiendo que las nenas se encariñaran con su ajada cómplice Doña Chole (María Rojo) antes de balear a sus propios ineptos sicarios ebrios y motos El Chamoy (Luis Fernando Peña) y El Charro (Gustavo Sánchez Parra), pero logrando que las pequeñas aparecieran sanas y salvas, para mayor gloria del Gober, quien así, encomiado como héroe hipersolidario y eficaz por la televisora (que ha debido fabricar el montaje-simulacro de un final feliz a partir de una épica puesta en escena con teleprompters del asalto liberador de las gemelitas al estilo del caso Florence Cassez), podrá continuar su senda sin obstáculos hacia la grande y, gracias al apoyo de los tres partidos políticos dominantes y la madurez burlobviota del film a su cargo, tomar posesión de la Presidencia de la República para el periodo 2018-2024.
La madurez burlobviota es sorpresiva, sorprendente y alternativamente el bombástico y retumbante nuevo episodio de un insólito aunque permitido e irreprimible culebrón, la parte número cuatro del work in progress que ya viene a constituir una perentoria tetralogía críticosexenal desarrollada por el realizador en torno a las deformaciones específicas y las vilezas más evidentes de cada demagógica etapa reciente del sistema político mexicano, una laxa colección de escenitas burlescas desopilantes y desternillantes apenas aspirantes a memes tan memorables cuan obviables, una caracterización temeraria del presente régimen presidencial con respecto a las inmediatas precedentes (el sexenio de Ernesto Zedillo como epopeya arribismo corrupto en La ley de Herodes, el sexenio de Vicente Fox como disparidad cruel entre el discurso verbal y la realidad en Un mundo maravilloso, el sexenio de Felipe Calderón como colosal desgarramiento del tejido social causado por la inepta guerra legitimadora contra el narcotráfico en El infierno, el sexenio de Peña Nieto como subproducto del poder mediático en La dictadura perfecta), una glosa de la añeja definición de la hegemonía impersonal del poder priista como “la dictadura perfecta” (según Mario Vargas Llosa en su mejor momento ideológico, cuando aún no soñaba con ser tocayo del gobernador Carmelo Vargas ni con merecer el apellido de la Obediencia perfecta) ahora excluyendo al PRI y volviéndola una dictadura mediática en lo fundamental televisiva, un lucrativo modelo de plausible permisividad del Estado (y por él mismo coproducida) a modo de crítica inofensiva (siempre y cuando no se toquen las 11 antipopulares reformas estructurales para cuya consecución fue entronizado Peña Nieto: “Te dije que no pusiéramos a ese güey”, exclaman hasta sus inescrupulosos TVhacedores arrepentidos), una proeza de cacería mayor que por fin logra al término de una escalada de varías décadas faltarle impunemente al respeto caricaturesco y reduccionista a las más elevadas investiduras del país, un agrio juego multirreferencial de similitudes con los poderes fácticos del país, una farsa grotesca que toma como única base de sustentación el monotemático desenvolvimiento de cierta aviesa amalgama-batidillo de casos escandalosos con amañado cambio de sentido político-delincuencial (el dislate racista antinegro de Fox, los videoescándalos de los diputados perredistas René Bejarano y Carlos Ímaz, el caso de la desaparición de la niña Paulette, el caso de la novia francesa de un narco Florence Cassez y las acertadas denuncias sistemáticas del AMLO: “Es un peligro para México” y el Noroñas acaparatribunas al mismo vociferante nivel izquierdistas de esos casos criminales o quasi criminales), una punzante bufonada autocomplaciente que al habitual elogio a la corrupción por Luis Estrada añade ahora cierto delirante encomio práctico a la extorsión (su pareja hoy limpiamente inseparable en México por consecuentes razones casi naturales), una sátira heavy handled de cortas miras dramáticas pero de largo alcance ideológico supuesto y molesto, un tenso estudio del flujo de lava de los privilegios partidistas, un ensayo didáctico y panfletario lleno de revelaciones explícitas acerca de la estrecha colusión perversa entre el poder televisivo y el poder político, un disimulado elogio delirante al empoderamiento diabólico y presuntamente invencible de Televisa ejercido sin resistencia y en el más impune de los vacíos, una proclama antitelevisiva en épocas ya de la dictadura perfecta digital, un festival de parodias / autoparodias y protagonistas ni divertidos ni graciosos vueltos comparsas y botargas vivientes de sí mismos (ese Damián Alcázar ya no tintanesco a la cabeza) en simetría radiada, una hipertrofia de hechos y desaguisados cuyo puede ser el reconocimiento cínico y ensimismado, una excitación al reconocimiento propio y ajeno en las esferas del poder imbatible (“Ojalá que se reconozcan, amigos y no amigos”, pedía irónicamente en la realidad el actor Damián Alcázar a los miembros de la Cámara de Senadores en una función especial para ellos el 16 de octubre de 2014), una burla demasiado seria y depresiva para ser hilarante (sin duda infinitamente más amarga y menos graciosa que El infierno), una cinta autoexcitada y sobreactuadísima que arranca a tambor batiente para luego desviarse y empantanarse en el caso de las gemelitas y sobredimensionándolo para generar una tediosa película reiterativa y exasperante, un sainete anacrónico que intenta dignificarse con fotografía del vasco internacionalizado Javier Aguirresarobe (Jazmín azul, Woody Allen, 2003) y debe subrayarse con música pedestre adobada de Rossini (la obertura de Guillermo Tell y el tema de La urraca ladrona simbólica ad nauseam) y trozos sinfónicos de un Beethoven solamente unánime más una suite gloriosa de Grieg y de cajón una oberturas de Elgar, una suma de guiños de guiñoles, una colección de chistes gastados y memes de internet dramatizados, un film útil aunque cinematográficamente dudoso y esencialmente desigual y profundamente fallido pero vuelto emblemático por la fuerza de las circunstancias.
La madurez burlobviota urde con burdota malicia una huera maniobra de distorsión y trastrocamiento temporales para que “el supuesto embajador de Obama evoque las declaraciones de un personaje con quien no coincidió en el poder” y para que “Vargas sea simultáneamente un chivo expiatorio del presidente en turno y un político en las circunstancias de Enrique Peña Nieto cuando el Estado de México fue escenario del caso Paulette” (según ha sesudamente señalado la cinecrítica Fernanda Solórzano, en Letras Libres, núm. 190, octubre de 2014) para que nuestro actual Presidente priista por preclaro capricho resulte el más curioso y futurista producto eternizado ¡de sí mismo!
La madurez burlobviota centra su ferocidad en la manipulación televisiva, para mejor caer en todo lo que pretende criticar, en una operación farisea que pretende enmendarles la plana y acometer su máxima síntesis y darles su decisiva vuelta de tuerca carpera a nivel municipal-nacional a los grandes clásicos del cine crítico antitelevisivo de Billy Wilder (Cadenas de roca / Ace in the Hole, 1951) y Elia Kazan (Un rostro en la muchedumbre, 1957) y Sidney Lumet (Poder que mata / Network, 1976) y Barry Levinson (Escándalo en la Casa Blanca / Wag the Dog, 1997), como mero pretexto anarquizante para mearse desde posiciones ambiguamente extremoderechistas-ultrarreaccionarias y desde una altura considerable por encima de los acontecimientos y los partidos políticos supuestamente equiparables y los comparsas a lo México México ra-ra-rá (Gustavo Alatriste, 1975), con una suma de seudocómicas gratuidades desgraciadas (el reportero lindo aceptando a la ñora de la casa como nalga de emergencia tras proferir a cámara cual aparte teatral sus consoladoras intenciones genitomisóginas porque “En la guerra cualquier hoyo es trinchera”) y rizadas de rizo (el torvo jefe impasible de los secuestradores que resulta ser un General del Ejército Mexicano al servicio de la televisora devolviéndole el maletín del rescate a Carlitos) e ingenuidades (el súbito ascenso a la primera magistratura sólo por haber resuelto positivamente el caso Paulette vuelto duopolio de gemelitas) y esquematismos maniqueos (el unidimensional Gober villano cuyo único deseo es formar una admirada-archienvidiada pareja presidencial perfecta con la famosísima ultracodiciada Jazmín-Gaviota) y humillantes servilismos arrogantes (“¿Quién te escoge tus corbatas, pareces retrato, te voy a mandar una caja de ellas?”, rubrica el director de TV MX un telefonema al sumiso Presidente de la República en funciones), cual daños colaterales de la ficción, para no dejar títere con cabeza sin salpicar de orines.
La madurez burlobviota se atreve a gritar, gracias a su “realismo fársico”, un buen puñado de “secretos a voces”, según el cinecrítico radical Luis Tovar (en La Jornada Semanal, 16 de noviembre de 2014), primero: que “el verdadero dictador de estos días no es tanto un ente político sino uno mediático”; segundo: que “este país es gobernado –aunque tal palabra no sea más que un decir– por un sujeto sin mayor merecimiento que el de haberle pagado a la televisora más poderosa en habla hispana lo que ésta determinó para elevarlo, en la percepción del público masivo, a la imposible categoría de estadista / salvador de la patria / restaurador del orden / líder carismático”; tercero: que “no importa qué tan corrupto, sátrapa, impreparado, torpe, mendaz, autor intelectual de asesinatos, cómplice de criminales institucionalizados y también de criminales sin placa y sin legislación a modo, más un terrible etcétera, pueda ser este o aquel político, dicho sujeto impresentable puede acceder a la primera magistratura nacional por obra y gracia de la televisión”; cuarto: “la existencia de un contrato mercantil político-televisora, cuyo objeto puede ser desde el mero ‘control de imagen’ hasta la instalación en un cargo gubernamental”, y quinto: “la creación mediática artificiosa de focos de interés público a conveniencia del que paga”, o sea cinco a favor de uno y con “resultados espeluznantes”.
La madurez burlobviota tiene como mejor y más significativa secuencia el momento en que la realidad ficcional fílmica de los padres de las niñas secuestradas representa su propio dolor genuino, sólo para la TV y luego de varios ensayos, hasta resultar falsísimamente telenovelero, y de pronto, sin mediar corte, su imagen aparece ya encuadrada y transmitiéndose, en un monitor y en un aparato receptor, como si se tratase de una imagen devorándose a sí misma, ampliada a un espacio mental televisivo que sustituye para siempre al dolor verdadero, a imagen y semejanza de un poder que lo degrada y lo elimina, un efecto transmisor que lo ahoga, lo corroe y lo pudre, como a la realidad misma, en sí y para sí, por fin sustancialmente corrompida y desplazada, pero tenazmente en ausencia del auténtico pueblo, cual selfie de la manipulación satisfecha.
Y la madurez burlobviota demuestra que el ya involutivo Estradita (en “un pozo oscuro”, según Gil Gamés, el heterónimo articulista del literato Rafael Pérez Gay, en El Financiero Bloomberg, 22 de mayo de 2015) aún no sabe cómo terminar sus profusas películas, al ensartarles vez tras vez una interminable y farragosa serie de conclusiones cada vez más aceleradoras y forzadas: el millón de dólares de rescate devuelto, los contrapuestos proferimientos cruciales (“Este país se va a ir a la chingada” y “México puede cambiar, ya es hora de que haya un cambio: yo soy la hora”), el tripartita emblema conjunto de la coalición PRI-PAN-PRD, la toma de posesión y el Himno a la Alegría de la Novena Sinfonía de Beethoven cantado al unísono por las gemelitas sobrevivientes en el estudio de un antiquísimo Club Quintito a nivel nacional apoteótico ipso facto, como en una realidad ominosa y metáfora contrahecha de su irrepetible estado de espíritu poco envidiable, cual apertura al abismo futuro pretendiendo así (de antemano infructuosamente) exorcizarlo, cual endecha victoriosa y nefasta celebración de la sensibilidad funeral que la inspiró, cuando ya todos los que intervinieron en el film de seguro se fueron a su casa a tiempo para no perderse sus TVprogramas favoritos.